4.5.03

EL OTRO, EL MISMO

Estoy leyendo un libro sumamente interesante; se trata de Una historia de la lectura, de Alberto Manguel (1996), en Alianza (L 5991). Creo que voy a sacarle provecho para la bitácora, así que allá vamos.

Como algunos sabrán, soy miembro de la asociación lúdico-cultural Nueva Logia del Tentáculo en torno a la obra de H.P. Lovecraft. Este escritor americano, olvidado durante décadas y hoy considerando una de las bases del relato de terror moderno, tiene una legión de seguidores que le han llevado, si no a ser popular, al menos a autor de culto.
Pues bien, siempre que se intenta establecer una relación entre Borges y Lovecraft, se hace por el mismo motivo: el aparente desdén con que el argentino trató al de Providence, pero que, como dicen los lovecraftólogos, fue un desdén que terminó por ceder y que finalmente le permitió a Borges homenajear a Lovecraft en el cuento "There are more things", incluido en El libro de arena. Ésta es una cuestión sobre la que yo mismo -sin ánimo de alardear- he escrito un artículo, que puede consultarse aquí.

Pero hete aquí que, leyendo el libro de Manguel ut supra diximus resulta que éste fue en su juventud lector de un Borges ya ciego, y comenta "lo mucho que le irritaba Lovecraft (cuyos cuentos me hizo comenzar y abandonar media docena de veces) le hizo crear una versión corregida de un cuento de Lovecraft y publicarlo en El informe de Brodie"[p. 38]

Sirva esto par ver que, a veces, la líneas de intepretación de un autor se tiñen de puro subjetivismo; en este caso, la reconciliación de dos grandes figuras antagónicas como Borges y Lovecraft.

¿Qué es lo que no le gustaba a Borges de Lovecraft? Quizá la íntima contradicción en la que éste caía, cuando, no queriendo nunca describir los horrores que volvían locos a sus personajes, hacía gala de un ampuloso y rimbombante vocabulario: blasfemo, horripilante, lóbrego, horrible, grotesco, diabólico, maldito... (adjetivos que sus lectores habituales recordarán); quizás porque decía Borges "el tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la desventaja de sugerir diferencias imaginarias; [...] eludir arcaísmos y neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas [...]. Es curioso la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr [...] no la sencillez [...], sino la modesta y secreta complejidad.

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