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3.1.25

Cerrando 2024: los libros y los cómics

Me doy por satisfecho con las lecturas de 2024. He leído 45 libros; para que nadie se lleve a engaño, 15 eran títulos LIJ muy breves, 6 eran poesía y 2 teatro. He leído un poco de todo, aunque dos libros me han atascado bastante el avance, uno por su longitud (La guerra de las trincheras, lectura que me ocupó meses) y otro por su aridez relativa (¡Submarino...!).

Aunque entre los 45, como decía, hay novela, hay ensayo científico, entrevistas, reflexión pedagógica o filosofía, veréis que el top está copado, nuevamente, por mi interés por la divulgación histórica y la historia bélica.

 
· La guerra de las trincheras, de Ismael López (Ático de los Libros, 2024). Un libro que me ocupó meses; lo que tiene de volumen lo tiene de minuciosidad. Un libro que disecciona la Iª Guerra Mundial en el Frente Occidental de manera detallada y en todos los aspectos, desde los más sociales hasta los políticos, pero sobre todo en los militares. Un estudio yo diría que definitivo.

· Blackwater: La riada (I) y El dic (II), de Michael McDowell (Blackie Books, 2024). Esta saga ha sido sin duda el éxito de la temporada. Lo tiene todo para ser atractiva, al menos para mí: ambientación american gothic, saga familiar, una caracterización y desarrollo de los personajes excelente, toques sobrenaturales muy en la vena de Stephen King... Ya he leído que las entregas son irregulares, pero estas dos primeras son dos novelitas (recordad que viene a ser una única novela que el escritor ideó en entregas) excelentes.

· Hermanos de sangre, de Stephen E. Ambrose (Ático de los Libros, 2024). No es una novedad, porque este año lo que hizo fue reeditarse en rústica. Tras ver la serie por segunda vez, leí el magnífico libro de Ambrose, un autor -como el otro que comentaremos- clásico en la literatura de memorias bélicas de la IIGM, sobre la compañía Easy  del 506º Regimiento de Infantería Paracaidista, parte de la 101ª División Aerotransportada norteamericana. Magníficas memorias, que amplían y profundizan lo que vemos en la serie. El tono biográfico hace que no tengas que ser un lector culoduro de libros de operaciones militares, porque no es ése el rollo.
 
· El día más largo y Un puente lejano, de Cornelius Ryan (Crítica 2024 reed., 2023). en el 80 aniversario de los acontecimientos del Desembarco de Normandía (junio) y la operación Market-Garden en Holanda (septiembre),  acudí a estos dos clásicos de la literatura bélica. Ryan, al igual que Ambrose, es un autor que te lo pone muy fácil: su estilo periodístico, casi biográfico o novelesco, aunque ya más denso, hace que sean lecturas muy amenas y unas aproximaciones muy buenas a los hechos. Son lo que son: bibliografía clásica del tema que abren las puertas a querer saber más sobre el tema.

· Fe, esperanza y carnicería, de Seán O'Hagan con Nick Cave (Sexto Piso, 2024). Un libro que es una serie de entrevistas con el bad seed que arroja mucha luz biográfica sobre cómo afrontó el músico la muerte de su hijo adolescente y cómo han sido concebidos sus últimos álbumes. Entre tanto, reflexiones sobre el arte, la vida y la muerte, y, sobre todo la religión y la trascendencia. Gran libro.

· Prométeme que te pegarás un tiro, de Florian Huber (Ático de los Libros, 2024). Reedición en tapa blanda de la edición de 2022, se trata de un libro escrito de forma brillante y que arroja luz a un momento oscuro de la historia: la oleada de suicidios en Alemania tras la caída del Tercer Reich. Huber se adentra en los años de ascenso de Hitler para intentar explicar el porqué del fanatismo que suscitó el dictador y cómo esas ideas llevaron al suicidio de centenares de alemanes. Escalofriante y esclarecedor.

· La calavera, de Jon Klassen (Blackie Books, 2024). Un cuento inspirado en la tradición nórdica que Jon Klassen ilustra en un estilo vintage precioso. Una niña que huye y que encuentra una calavera en una vieja mansión. Los dos hablan. ¿Qué se hará de ellos? Como buen cuento infantil, también tiene un poso de reflexión y una doble lectura para los adultos. Una edición exquisita y una historia magnífica, que enamora sólo con ojearla.

· La revolución rusa, de Victor Sebestyen (Ático de los Libros, 2024). El historiador húngaro, especialista en siglo XX, Victor Sebestyen traza en La revolución rusa un panorama general de la caída del régimen del zar y las luchas bolcheviques que llevaron a la Revolución y más tarde a los soviets. Con una mirada crítica y afilada, este ensayo desvela el corpus de violencia sobre el que se asentó el leninismo y sus consecuencias. Muy ameno (se lee en un suspiro) y muy buena introducción al tema.

2.1.24

Cerrando 2023: cómics

Mi desafección por el cómic ha seguido durante este 2023. En primer lugar, porque he leído muchísimo menos: siempre he leído por encima de los 100 títulos por año, y éste sólo he llegado a 87. En segundo, y relacionado con lo anterior, ha habido mucho menos cómic que me llamara la atención, que pudiera reservar para la categoría de imprescindibles del año. No. En mis notas tengo marcados 7 cómics como muy buenos, y uno no es de 2023, por lo que no aparece en mi selección. Sin duda los que más destaco son los que he incluido en el post grupal que hemos publicado en Papel en Blanco y al que os remito para ver la selección. 

Y es que este año no he podido ni hacer las relecturas que me planteé en 2022, ni terminar grandes obras que tenía incompletas. El año anterior sí que tuvo una buena marca, aunque ya inferior a las cifras prepandemia (y pre-segunda hija, todo hay que decir).

No me atrevo a hacer vaticinios ni deseos para 2024 porque no tengo ni idea de por dónde irán los tiros. Me gustaría poder llegar a 100 títulos de nuevo, y en los primeros días de enero he empezado bien, con un título diario... Pero el problema de eso es que hay que reseñar o escribir enseguida sobre aquello que he leído, porque si se acumulan las lecturas hechas sin escribir, cada vez es más difícil hacerlo... Y eso es un problema.

Que 2024 traiga, de todas maneras, grandes lecturas que nos hagan vibrar como antaño.

19.5.23

The Crow: Curare y La piel del lobo

Recién he acabado de leer The Crow: Curare, otra pieza del puzzle de James O'Barr sobre la venganza y el descenso a los infiernos del ser humano en la serie que le ha valido la fama. Edita este tomo Yermo Ediciones en 2013. 

En The Crow: Curare, James O'Barr se acompaña de Antoine Dodé, dibujante francés que se acerca al estilo manga, para una historia protagonizada por un policía retirado que ha malgastado su vida personal por su trabajo.
 
Los cómics de The Crow son siempre pura emoción. Lo han sido desde el primero de ellos, el original, que te golpea con el impacto emocional del dolor del protagonista. Es un ejercicio de catarsis y es una bella obra maestra. Aquí, argumentalmente lo podríamos ver como un cómic flojo que cae en una serie de clichés del género policiaco: es así, sin duda. Su virtud consiste en la fuerza con la que te golpea, fuerza que tú le devuelves al Cuervo para que ejecute su venganza. Si has leído algo de El Cuervo probablemente sabrías decir de qué va Curare o cómo va a acabar, pero eso no hace que lo disfrutes menos. Porque lloras cuando el detective le pide perdón a la niña por no haber podido salvarla, y porque quieres ver cómo el hijo de puta que la ha matado muera como la sabandija que es. Lo dicho: emociones.
 
Yermo editó Curare junto a La piel del lobo, cuyo título en inglés es "Skinning the wolves", que da una mejor idea de lo que va. Esta otra miniserie escrita está también por James O'Barr, quien además pone algunas variantes de portadas. Brutales, como la que acompaña este párrafo.

 
Si la violación y muerte de una menor es uno de los peores infiernos que puede crear el ser humano, no podía faltar el definitivo... En La piel del lobo, El Cuervo visita un campo de concentración nazi.  No hay que darle muchas vueltas al argumento: El Cuervo se levanta para vengar a un padre asesinado junto a su familia por un coronel obsesionado por jugar al ajedrez con sus víctimas. Maniqueísmo total con un malo sin aristas, totalmente inhumano, en una historia que busca lo que ya habrás supuesto.
 
La piel del lobo es una catarsis a lo bestia para uno de los peores momentos de la humanidad, casi una mera excusa para matar nazis, que ya me va bien. Pero James O'Barr tiene tiempo de apuntar ciertos detalles históricos, como el señalar a todos los culpables de facto. Al final de la historia, los prisioneros escapan de un campo de concentración que ha sido destruido hasta los cimientos. Los supervivientes le dicen al Cuervo que irán a la ciudad más próxima. Él les advierte: "No vayáis a la ciudad. Sabían lo que pasaba aquí y no hicieron nada. Voy a visitarlos".
 
En resumen, la virtud de O'Barr es que te sacude en lo más íntimo y te lleva en un carrusel de emociones por el lado más oscuro del ser humano. Curare y La piel del lobo no son quizá los mejores Cuervos pero son una lectura visceral que te removerá y te hará sentir vivo.
 
No quiero terminar sin dejar aquí el artículo que escribí sobre el Cuervo original, que para mí sigue siendo una obra maestra del cómic, y recomendaros encarecidamente su lectura.    

31.12.22

Cerrando 2022: los cómics

 


Este año, en cuanto a cómics, la tendencia ha seguido a la baja, pese a que superé por poco la cifra de 2021(121 cómics leídos), tras un 2020 en que toqué fondo (111), considerando que en 2018 llegué hasta 184 (y recordemos que esta cifra no incluye libros-libros). Este año lo que tengo que destacar en cuanto a cómic es que di un golpe sobre la mesa y me dediqué más insistentemente en recuperar cosas que me interesaba leer de verdad. Y así, (re)leí los cuatro integrales de Hellboy, el primero de Sandman, buena parte del Spriggan, todo Gideon Falls de nuevo, todo Buenas noches, Punpun (por la insistencia de una buena alumna), todo Dr. Slump (que no había terminado desde que finalizó la primera edición de la colección hace años), casi todo el Daredevil de Mark Waid que tengo en casa, y buena parte del Hulk de Peter David (en diversas ediciones de Fórum). Estoy muy contento de estas relecturas, y me gustaría en este 2023 hacer lo propio con House of Secrets, todo lo que tengo de Astrocity de Busiek (que no sé si tengo completa), o quizá todo Scalped o todo Starman, o recuperar Buddy y los Bradley para hacer otra relectura de Todo Odio.


 

La tónica en cuanto a novedades es la misma que el año pasado: muchas lecturas de trabajo que en muchas ocasiones no me apetecían pero que a veces constitutían una gran sorpresa. Este año no he tenido mucho tiempo para escribir, lo que se ha traducido, como ya indiqué el año pasado, en un círculo vicioso de no leo-no escribo-no pregunto por novedades-porque no leo-no escribo. En fin, balance total: 129 cómics leídos, con un poco de todo, y el resultado, lo mejor del año, lo tenéis en este post de Papel en Blanco.

8.4.22

Diario de lecturas (XXIX): más cómics que no me gustaron

 · La última noche, de Rainbow Rowell y Faith Erin Hicks (Alfaguara, 2019). Incursió del sello Alfaguara en el terreno de la novela gráfica para joven adulto, esta historia nos presenta a dos amigos que trabajan en una granja especializada en calabazas cuyo final de temporada, la llegada de Halloween, llega. Él está colado por otra trabajadora de la granja pero nunca se ha atrevido a hablar con ella. Toda la novela gráfica es una carrera contra el tiempo antes de que termine la última jornada y Josiah pierda la oportunidad de quedar con la chica. Empujado por su amiga Deja, se dará cuenta de que en realidad no conoce de nada a su amor platónico y a la vez está perdiendo el tiempo con alguien que sí le quiere de verdad. ¿Adivinais quién? Sí, su amiga Deja, que hasta entonces había estado más que friendzoneada. Una historia bastante boba sobre la romantización/idealización del amor, que tiene la desfachatez de terminar de forma que produce hiperglucemia. Si al final del cómic Josiah hubiera terminado solo y yéndose de fiesta, hubiera sido realista y justo. Pero en vez de ello, intentando desmontar mitos del amor romántico, las autoras acaban enviando un mensaje que parece que dice que entre hombres y mujeres no puede haber simple amistad, colegueo. Lamentable. Añadamos a eso un dibujo no malo, pero confuso (son estudiantes que están terminando el instituto y tienen toda la apariencia de adultos).


· El cascanueces y el rey de los ratones, de Natalie Andrewson (Maeva Young, 2021). La autora de este cómic se confiesa superfan del relato de E.T.A. Hoffman. Tal vez esa sea la circunstancia por la que esta adaptación resulta tan lastrada por una cantidad ingente de texto en cada página (la muestra que aquí figura es la cantidad más o menos media de las páginas de la obra). Barrunto que, en su inevitable parcialidad, la autora no ha sabido/querido hacer una poda radical de diálogos y descripciones que hacen que cada página sea una losa para el lector. Más aún si tenemos en cuenta que es un cómic dirigido a lectores jóvenes. El resultado: un dibujo muy bonito y muy disfrutable y una historia interesante que se ve muy perjudicada por ese exceso de texto. No puedo recomendarlo de ninguna manera.

4.1.22

Cerrando 2021: los cómics

Este año, en cuanto a cómics, la tendencia ha seguido a la baja, pese a que recuperado la cifra de 2019 (121 cómics leídos) tras un 2020 en que toqué fondo (111), considerando que en 2018 llegué hasta 184 (y recordemos que esta cifra no incluye libros-libros). Como ya he señalado en otros posts de balance, este año he empezado a sentir más fuertemente que otros la desafección con el mundillo del cómic. Como en un círculo vicioso, el poco tiempo del que disponía para leer, y sobre todo para escribir, ha hecho que tampoco me interesara por las novedades editoriales (o, sabiendo de las pegas que ponen algunas editoriales, ya ni lo intentaba), y esto a su vez ha hecho que mis lecturas se limitaran a las que llegan por defecto, que a su vez no siempre son lecturas que haría por iniciativa propia, por lo que las iba demorando, y por tanto tenía menos tiempo para leer y escribir, con lo que volvemos a la situación inicial. 

En fin, 121 cómics leídos, con un poco de todo, y el resultado, lo mejor del año, lo tenéis en este post de Papel en Blanco.

28.9.21

Diario de lecturas (XXVII): cómics que no me gustaron

 · Sweet Tooth (integral 1 de 2), de Jeff Lemire (ECC, 2020). Lemire se ha convertido en uno de los guionistas y autores completos más productivos y populares de los últimos años en el mainstream americano (no sé cuántas veces se habrá escrito ya esta frase); sus trabajos en Marvel y DC, de esta forma encumbrado, le han permitido seguir haciendo otras obras más personales e "indies" por su cuenta o en pequeños sellos. En Sweet Tooth la cosa le funcionó hasta el punto de que le compraron los derechos para una adaptación en Netflix. Leído el primer todo de los dos integrales de la serie, me encuentro con un cómic que respira clichés por todos lados. Lemire ya los ha usado antes (como cuando aprovecha para su propia relectura del género superheroico en Black Hammer. Muy original: después de Alan Moore, de Peter David, de Kurt Busiek, de Grant Morrison, él también tenía que darnos la suya), pero en Sweet Tooth todo funciona a medio gas, como una película de sobremesa de la tele. Ahora vemos un guiño (¿un homenaje, simplemente un lugar común?) a los personajes de tío macho crepuscular de Clint Eastwood, ahora un deje de The Walking Dead, ahora un poco extraña relación paternofilial de The Road de Cormac McCarthy o Lobo Solitario y su cachorro, ahora reciclamos una idea propia (el germen de su Family Tree es lo mismo que esta serie, ¿o fue al revés? No importa porque todo queda en casa)... Y el resultado es la relectura de rigor, supongo, del drama postapocalíptico que se ha puesto de moda en los últimos años. Tampoco podíamos pedirle a este hombre que fuera bueno en todo lo que hace, ¿no?


· Aspirina, de Joann Sfar (Fulgencio Pimentel, 2020). De uno de mis autores favoritos, Joann Sfar ha pasado de ser poco menos que un fraude para mí. De una obra ingente, he leído, creo, la gran mayoría de lo publicado en español, y después del deslumbramiento inicial que me provocó, con sus primeras entregas de El gato del rabino, El profesor Bell, Vampir o Klezmer o sus contribución en los orígenes de La mazmorra, sus cómics me vienen provocando cada vez más aversión. Primero, por su absurda capacidad de ir generando series al mismo tiempo que las abandona por aburrimiento  (El minúsculo mosquetero, el del clan prehistórico, cómo era, esperad un momento... Ah, sí, Los viejos tiempos, un solo tomo). Segundo, porque esa estética pictórica de la que ha hecho bandera su estilo (a saber, dibujar a impulsos, olvidarse de una construcción de personajes con rasgos fijos, cambiar bruscamente de grosor de trazo, de estilo, sin que eso responda a ninguna necesidad narrativa, sino solamente al capricho) me enerva cada vez más. En Aspirina, Sfar se saca de la manga dos cacho álbumes de más de cien páginas (¿era así el formato original francés?), publicados aquí en un solo volumen, para hacerle un spinoff a este personaje que habíamos conocido en Vampir, porque parecía que el personaje de la adolescente gótica vampira molaba y podía dar de sí... ¿Pero qué tenemos? Una historia que va a trompicones, y que entiendo que Sfar va realizando a medida que se la inventa, porque ése es su estilo, ésa es su marca de la casa, y que no lleva a ningún sitio. Porque aquí ya Sfar no se pone ya a filosofar sobre la religión, la vida o el arte como en El gato del rabino o en sus series más sesudas, sino que es avanzar por avanzar, y en el segundo tomo, cuando el personaje de Aspirina ya no es más que una comparsa de lo que parece más una partida de rol (¿es aficionado también a rol Sfar? ¿hay algo que no haga? Muchos guiños paródicos a esta afición en este cómic), la trama ya se descontrola por completo. El resultado es que durante casi 300 páginas me he aburrido soberanamente con un Sfar que no sé a qué juega, sin chispa, sin una pizca de interés. El segundo tomo de Aspirina es de 2018 y acaba con un final abierto. ¿Sfar amenaza con más?

 

· El tatuaje, de Jérôme Pierrat y Alfred (Flower Press, 2020). Enmarcado en una colección llamada La Gran Tebeoteca del Saber, este cómic pretende ser una introducción a un tema de interés popular. Esta tercera, tras el universo y los zombis, nos lleva a un repaso histórico por la trayectoria del tatuaje como manifestación artística. Y aunque el tema resulta muy interesante, y la panorámica es muy completa (desde el hombre prehistórico, pasando por su sentido tribal, la apropiación cultural, la cultura de bajos fondos, y finalmente su "democratización" en el siglo XXI), el resultado es poco ágil. El texto del historiador Jerôme Pierrat se impone al dibujo de Alfred, que hace lo que puede, y lo hace muy bien, pero termina siendo una cantidad tal de información la que proporciona, que la lectura se hace farragosa y aburrida. Desconozco la experiencia que tenga el guionista trabajando con un dibujante, pero comente un error muy básico, y es el de atiborrar de texto cada página, incapaz de renunciar a una parte de la información en favor de la imagen. De esta forma, la obra acaba siendo más un texto ilustrado que un cómic, quizá también por culpa de un formato que deba cumplir (¿número limitado de páginas?). Un tema atractivo tratado de forma algo torpe; quizá sea interesante ver cómo han planteado el mismo trabajo en otros temas el resto de autores de esta serie documental gráfica.

9.8.21

Diario de lecturas (XXVI)

Por fin, durante el verano, he podido avanzar la pila interminable de cómics que tenía pendientes por leer. ¡Hasta el punto de quedarme sin novedades! Así que he aprovechado para ir tirando de estantes olvidados donde tengo cómics pendientes de leer de hace años, para ver qué hago con ellos.

· Blotch, de Blutch (La Cúpula, 2007). Este cómic cayó por casualidad en mis manos, y he demorado su lectura años, porque simplemente no me apetecía. He leído bastantes obras de Blutch (Velocidad moderna, La voluptuosidad, Peplum, sus colaboraciones en La Mazmorra...), y sigo reincidiendo porque supongo que su organico trazo me recuerda al de Frederik Peeters. Creo de que de todas sus obras, me quedo con Peplum; en Blotch el autor vuelve al tema tan manido en el cómic como es el cínico y despiadado retrato de un artista que no es más que un endiosado y ególatra farsante. Supongo que me hubiera gustado más si no hubiera leído ya Wilson de Clowes, Fante Bukowski, La soledad del dibujante de Tomine y demás cómics que parten de la misma idea. La fórmula es la misma que en otras ocasiones (¿aunque puede que Blutch fuera primero?): un dibujante que piensa que es el mejor en lo que hace y que el resto son segundones, y mientras tanto se comporta de la forma más mezquina posible. Si en algunos de los casos citados, el retrato era incisivo pero tenía un punto de ternura que te hacía empatizar con el pobre diablo, aquí este giro está ausente: Blotch es puramente un ser deleznable, al que al final del álbum le deseas todo lo malo que le pueda ocurrir.

· Lobezno Max (3 volúmenes), de Starr, Ruiz, Boschi y VVAA (Panini, 2012). Compré estos tres volúmenes atraídos yo que sé por qué, supongo que por las portadas de Jock (que he terminado odiando). En estos 3 ó 4 arcos que conforman la serie Lobezno Max no encontramos ni una sola idea interesante, y eso que el poder hacer una serie con este personaje en esta linea más "adulta" y por tanto, menos censurable, habría podido dar pie a algo grande como el Punisher de Ennis (el bueno). Pero en vez de eso, ¿qué tenemos? A un Lobezno que ha perdido la memoria por un accidente de avión, y que poco a poco va descubriendo que era un asesino a sueldo de Víctor Dientes de Sable Creed, y que ambos se conocen desde principios de siglo cuando provocaron un buen follón en Japón a costa de dos familias nobles. Jason Starr juega con el canon para hacer lo que le da la gana, pero sin una dirección fija: de Japón, Lobezno viaja hacia Las Vegas, donde cree que encontrará respuestas a sus preguntas. De camino, conoce a una modelo enrollada con un cartel de las drogas ("¡acuéstate conmigo! ¿no quieres? ¡demasiado tarde! ¿Ah, ahora sí? ¡Ahora no quiero! ¿Qué haces, dónde me llevas? ¡Sí, te utilicé! ¡Mátame, total mi vida ya ha sido un infierno!"), luego se mete en un club de la lucha, donde otra tía buenorra lo hipnotiza para usarlo como arma, por si le faltaran problemas de memoria. Tras acabar con ella y su estúpido ayudante-manager del club de la lucha, resulta que todo converge en que, al final, Lobezno había estado trabajando para un supercapo mafioso de Las Vegas, que fue el que le implantó el adamantium (?!), que el propio mafioso también lleva en unas garras (?!!!!), y finalmente, para volver a empezar de nuevo, Logan decide cortarse los brazos con un tren para dejar de tener las garras... Me ha parecido un despropósito de serie, que usa todo tipo de tópicos, cerrada de forma atropellada y torpe, con una alternancia de dibujantes que hace que la serie vaya variando mucho de calidad artística. Muy, muy prescindible serie, que no aprovecha para nada la ventaja que tenía estar enmarcada en la línea Max (sí, cuatro cabezas salvajemente cercenadas o rasgadas, o algunas chicas enseñando los pechos, eso es todo lo que da de sí la etiqueta "para adultos").

9.4.21

Diario de lecturas (XXV)

 Nuevas impresiones al vuelo con lecturas propias y voluntarias o de la Biblioteca Can Sales de Palma.

· Venecia, de Jiro Taniguchi (Ponent Mon). Confieso que no conocía esta obra de Taniguchi hasta que la vi en la tebeoteca de Can Sales, y eso que no es nueva (se editó en 2017). Realizada para Louis Vuitton Travel Book, es la excusa perfecta de Taniguchi para realizar un retrato de Venecia a las acuarelas. Ya sólo por los dibujos este cómic vale la pena: su extremo realismo, su uso del color característico son la excusa para visitar este ¿manga? ¿cómic de viaje? Pero además, Taniguchi, para darle aún más marca de la casa, enmarca la obra en la búsqueda de la huella de los abuelos del narrador, en algo que no sé discernir si es autobiográfico o puramente ficticio. En todo caso interesante cómo vuelve a usar los temas de la memoria  y la reflexión peripatética tan usual en él.

· Lady Snowblood 1, de Kazuo Koike y Kazuo Kamimura (Planeta). En el confinamiento pude ver la primera adaptación al cine de este cómic, y me apeteció recuperar el manga ya que en su momento nunca lo leí. Koike, el afamado guionista de Asa el ejecutor y Lobo solitario y su cachorro entrega aquí una serie de venganza serializada por capítulos, menos extensa (sólo 2 volúmenes), llena de sangre, sexo y personajes torturados.  

 · Crying Freeman 1, de Kazuo Koike y Ryochi Ikegami (Planeta). Otra recuperación, en este caso sentimental, porque Crying Freeman fue de los primeros mangas que se editaron en España, en la primera oleada que llegó de Cómics Fórum con Dragon Ball, y que en aquella ocasión venían de una edición americana de Vid. Mafias contra mafias, otro personaje protagonista atormentado (está siendo usado por la mafia), dibujo espectacular de Ikegami... Lectura rápida y entretenida.


· Mary, que escribió Frankenstein, de Linda Bailey y Júlia Sardà (Impedimenta). Confieso que cogí este libro ilustrado por dos motivos: por el tema, y por el divino dibujo de Júlia Sardà, que me encantó en Los Liszt o Atticus el chico difícil. Una sencilla biografía con un dibujo magnífico que casa perfectamente con la historia que cuenta.




26.1.21

Parecidos razonables (XLII): 'Piel de mil bestias' vs. 'Peau d'Âne'

Inspiración directa de la portada del cómic de Stéphan Fert Piel de mil bestias (Nuevo Nueve, 2020) y la película de Jacques Demy Peau d'Âne (1970), protagonizada por Catherine Deneuve.




24.12.20

Diario de lecturas (XXIV)

Quise este año dedicarme a leer más por mi cuenta y no obligado por la tiranía de las novedades, que, aunque no lo parezca, es una esclavitud laboral como cualquier otra, aunque a veces resulte placentera. Pero no lo he conseguido. A decir verdad, incluso he leído menos que en 2019, cosa que ya comentaremos en los posts de balance del año. Qué le vamos a hacer. 


Ya en tiempo de descuento, he terminado estas dos lecturas. En primer lugar, Just one more thing, la autobiografía de Peter Falk (Arrow Press, 2008). Presa de la colombofilia que he desarrollado en los últimos meses gracias a la emisión en bucle de la serie Colombo en Paramount Network (resulta que no es una serie como tal, sino una saga de largometrajes rodados a razón de varios por año), me hice con estas memorias del actor. Efectivamente, como reza su contraportada, es un libro ligero, un anecdotario sobre la carrera del actor, contado de forma ágil y deslabazada, lleno de momentos divertidos y extravagantes fruto de 60 años de carrera. Ahora bien, lo compré pensando sobre todo en poder leer detalles relacionados con el teniente, y, por contra, Falk parece intentar distanciarse del personaje por el que se hizo famoso relativizando su peso en esta autobiografía. Efectivamente, sólo le dedica unas 65 páginas de un total de 280. Es legítimo, claro: una manera de declarar que no fue un actor de un solo papel. Relegado al principio de su carrera a interpretar mafiosos, actuó en numerosas películas rodadas alrededor del mundo, de las que me quedo un puñado de títulos para revisar (The Cheap Detective, Anzio) y otras para re-revisar (La princesa prometida, Un cadáver a los postres). Una lectura ligera y anecdótica, pero al menos me ha parecido, durante un rato, estar teniendo una conversación con Peter Falk.


También leí sobre la campana Furari (Ponent Mon, 2012), un Taniguchi que recuperé en algún saldo de Ponent y que había dejado languidecer en la biblioteca, pero la ocasión de venderlo me hizo cogerlo con premura antes de desembarazarme de él. Furari es una obra a medio camino entre El caminante y El gourmet solitario. En ella, el personaje principal es una especie de funcionario retirado de la era Edo que se dedica a la observación astronómica, y que con sus paseos quiere medir distancias para lograr calcular la circunferencia de la tierra. En sus paseos diarios nos hace ver la belleza de la naturaleza y de las cosas cotidianas. Al mismo tiempo que Taniguchi hace un retrato idealizado del Japón del período Edo, una visión poética muy conectada con el arte del haiku, de la depuración de la palabra y su relación con la naturaleza, hace su aparición el elemento de realismo mágico que es costumbre en el autor. En este caso, se trata de una especie de visión a lo El señor de las bestias que el protagonista siente cuando conecta con uno de los animales con los que tropieza en sus paseos, lo que le permite al autor tomar una perspectiva diferente que extraña su propia mirada o la del personaje. Al mismo tiempo original y el típico cómic de Taniguchi, resulta una lectura agradable y zen, de esas que te hacen conectar con lo básico, como es costumbre en este autor.

28.4.20

El cómic que yo quería hacer

Podría considerarme guionista de cómics, pero me he prodigado más bien poco. Empecé muy pronto (tendría quizá unos diez años), haciendo cómics para mi hermana, que aún no sabía leer, y esos tebeos protagonizados por nuestros muñecos fueron el germen y el campo de pruebas de mi interés por el medio. Escribí (y dibujé) decenas y decenas de estas aventuras, y la lástima es haber perdido la gran mayoría para poder revisitarlos, al menos con mis hijas. Pero evidentemente no he tenido ninguna educación formal en este aspecto. Cuando sonó la trompeta y pude ponerme a hacer El joven Lovecraft, como he explicado muchas veces, lo que hice fue poner en práctica todo lo que sabía bajo el amparo de uno de mis grandes maestros: Bill Watterson. El joven Lovecraft le debe muchísimo a Calvin & Hobbes, pero no todo. Con esta entrada me gustaría explicaros cuáles son mis influencias principales a la hora de escribir cómics.
Toriyama y Groening utilizaban elementos metanarrativos que usamos en EJL.


La primera pero quizá menos evidente: el humor burro de Akira Toriyama. Ese hombre que, antes de hacerse famoso por la ensalada de hostias que terminó siendo Dragon Ball, hizo cosas maravillosas como Dr. Slump. No me malinterpretéis: yo he sido un gran fan de Dragon Ball (Bola de drac para mí siempre), coleccioné centenares de fotocopias en los 90, hice la primera mítica Serie Blanca y Serie Roja, y vi todos los episodios... de Toriyama. Lo que es la serie clásica, vamos. Hasta que "terminó". Para entonces, todos lo sabemos, era un avance sin frenos hacia su propia autodestrucción. Había hecho como Rumiko Takahashi en Ranma 1/2: se había metido en una espiral de la que ya no podía salir, porque el éxito de la serie era ya imparable. Quizá Tori ya no se sentía cómodo y seguía por inercia, porque era una máquina de hacer dinero. O quizá sí, quizá en el fondo le gustara. Pero lo mejor de Dragon Ball está en los primeros arcos argumentales. La primera búsqueda de las bolas. El primer malo: Pilaf. La Cinta Roja. Cor Petit/Piccolo. Los superguerreros. Namek, Freezer, Célula... los androides... ¡Hasta ahí como mucho! Pero lo mejor está en los primeros episodios: la cuadrilla que busca las bolas, el maestro Mutenroshi, el primer torneo de artes marciales... Ahí Toriyama aún destilaba su humor. Por eso la serie que me gusta de él es Dr. Slump. Dr. Slump (en cara siempre Arale) es humor, humor absurdo, humor verde, humor grueso... Eso es lo que me gustaba. Disfruté leyendo la serie cuando Planeta la sacó (lástima que no fuera en catalán), porque es ese el humor tonto que me gusta.

De ahí a otra de mis influencias. Matt Groening y Los Simpson. Es cierto que en Los Simpson hay docenas de guionistas y han pasado 30 años de programa (me quedo con... ¿digamos las 12 primeras?), como explica Mike Reiss en su libro Springfield Confidencial. Pero algo de Groening hay, sobre todo cuando lees sus cómics Vida en el infierno. Groening tiene una capacidad especial para reírse de sí mismo y de las pequeñeces del ser humano. Cómo me reí con El amor es el infierno o El trabajo es el infierno. Eso era lo que quería hacer yo.

Los textos infinitos de Groening son divertidos porque son reales.


Se unió a aquello el descubrimiento en mi postadolescencia de Monty Python, especialmente de su serie de televisión Flying Circus. Ahí es cuando entendí con deleite que se podía hacer humor con elementos de la alta cultura: ¿partidos de fútbol entre filósofos? ¿una vuelta ciclista de pintores? ¿un concurso en televisión de muertes famosas en el arte? Aquello me fascinó, y me conectó con una frase que había apuntado en una de mis agendas usadas como diario, cuando era bastante pequeño: "sin inteligencia no hay humor". No quiero, por Dios, compararme con esos gigantes, pero eso era lo que quería hacer yo: poder conectar elementos de la gran cultura para poder crear humor. Por eso Liniers en su momento me gustó mucho: Macanudo hacía lo mismo con una exquisita sensibilidad e imaginación.

Cuando leí Hark! A Vagrant de Kate Beaton todas las piezas encajaron. Kate Beaton utiliza todos los elementos a su disposición de la alta y la baja cultura, los pone en la batidora, y crea una tira cómica fantástica, llena de humor absurdo, afianzada en una tradición imponente, se ríe de románticos, de revolucionarios, de escritores, de políticos, de músicos... Era otra gran señal para ir en esa dirección. No es de extrañar que Laura y Carmen Pachecho se deshagan en elogios en el prólogo de la edición en castellano; luego lees su Divas de diván y entiendes todo. Beaton es una monstrua, consigue todo lo que a mí me gustaría haber hecho. Ahí de veras entendí que eso se podía hacer: mezclar elementos quizá a veces tan oscuros para el lector que no los pillará. 

Porque en el fondo, uno escribe el cómic que le gustaría leer. Y quizá, de alguna manera, uno mismo es el lector ideal del cómic. En El joven Lovecraft siempre hay un montón de referencias de fondo: musicales, de arte, de otros cómics, de películas... Seguramente eso nos viene de Los Simpson. Quizá nadie más que Bart y yo las podamos pillar todas. ¿Es eso malo? Cuando leí La fiebre del estilo, la biografía de Valle-Inclán de Manuel Alberca y Cristóbal González, una cosa me quedó: no es el público el que le tiene que decir lo que le gusta al autor. Es el autor el que le tiene que decir lo que le gusta al lector. Algo así creí entender en unas declaraciones de Alan Moore. Todo seguía encajando.

Tom Gauld ha sido uno de los autores que más me han entusiasmado últimamente.

Y llegamos a mi última referencia: Tom Gauld. Otro autor que juega con referentes literarios. Sus tiras son geniales. En sus recopilatorios (especialmente Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora) hay oro puro en forma de tira cómica. Es cierto también que sus viñetas van en una publicación especializada y tienen un público muy concreto. Pero, caray, tienes que dominar el tema para hacer chistes sobre Dickens, las Bronte, o los románticos alemanes. Sin cultura tampoco habría humor.

Así que sirva este post para desgranar tanto mis principales influencias a la hora de escribir, como el resultado que me gustaría obtener. Todo eso tamizado por mi sensibilidad, especialmente inclinada a todo lo oscuro, tenebroso y oculto. Mezclando todo ello, algún día, volveré al cómic, haciendo el cómic que yo quería hacer.

4.4.20

Diario de lecturas (XXII)

Algunas lecturas de cómics que no son novedades y que el confinamiento me ha permitido hacer de forma más tranquila.

· Max: los años 20 (Planeta, 2019). Planeta puso mucho empeño, como siempre hace, en la promoción de sus adaptaciones de libros a novela gráfica. En este caso, se trataba de un spin off, una precuela, como queráis, del libro El tango de la guardia vieja de Pérez Reverte. Max funciona como el "origen del mito" del personaje, una aventura previa a lo sucedido en la novela. Me llegó dentro de un paquete que simulaba una maleta, con un usb de 1GB con material de prensa, y el ejemplar firmado por los autores. Es más, Planeta se equivocó de crítico, mi ejemplar estaba destinado a otra persona, y sin que yo les dijera nada me hicieron llegar otro. Mucho empeño, como digo.
No puedo evitar que acuda a mi mente el concepto de "prosa cipotuda" leyendo esta adaptación, pese a que no sean las palabras de Reverte. O sí, la cuestión es que el guionista, Salva Rubio, ha captado perfectamente, para bien o para mal, el estilo del periodista y escritor.
Max no es un cómic para los lectores habituales de cómic. Está lleno de situaciones tópicas, personajes trillados, ecos del cómic de superhéroes (Max es un ladrón de guante blanco como Lupin, agilísimo como Matt Murdock -incluso lleva el mismo atuendo que éste en El hombre sin miedo de Miller y Romita-, y que gusta de hacer poses a lo Assassin's Creed desde lo alto de edificios importantes como la Sagrada Familia o la torre Eiffel) cuando la trama es más bien folletinesca. Max es más bien un cómic para los lectores de bestsellers o para los acérrimos de Reverte, que busquen una obra con ese lenguaje entre amargo y heroico, y unos personajes afilados que, aunque no maníqueos, se muevan en el gris Reverte: malos con matices, buenos con pasado oscuro. Y sexo, mucho sexo cipotudo.
El trabajo de Rubén del Rincón está bien, aunque me extrañan dos cosas: uno, que no firme con su nombre completo como creo que normalmente hace, y dos, que el algunas páginas parece que haya retrocedido en su arte, con unos personajes excesivamente caricaturizados. Sin duda, las mejores páginas son las de la historia que sirve de epílogo, donde Rubén juega con un trazo más estilizado, que posiblemente habría casado también en el resto del álbum. En general, me ha parecido un gran esfuerzo para un cómic que, sintiéndolo mucho porque aprecio de verdad el trabajo de ambos autores no es en absoluto "uno de los mejores títulos que hemos tenido el gustazo de echarnos a la cara en lo que llevamos de 2019", como dicen en otras páginas.

· Los cuentos de la era de Cobra: los amantes (2013). Tenía pendiente, desde hace siete años, este álbum de Enrique Fernández, editado por Norma. Fernández ha mejorado muchísimo con los años, y sus últimas obras son simplemente espectaculares (está a punto de entregar la tercera parte de su saga Brigada). Desde que lo descubrí en Libertadores y La isla sin sonrisa (Glénat/EdT), el nivel de este autor ha subido exponencialmente, hasta el punto de que en Los cuentos de la era de Cobra, cada viñeta es una completa maravilla, una obra de arte digna de ser enmarcada. No sé cuánto tiempo pudo estar para completar el álbum, pero se me antoja un trabajo colosal. En este álbum, primera entrega de este díptico, nos lleva a un ambiente de Las mil y una noches para contar una historia de aventuras y amor bien estructurada y narrada. Aquí los personajes puede que también sean estereotipos, pero es que la narración los necesita porque se ajusta al patrón de la cuentística a la que alude. Una pequeña maravilla; ahora acudiré a la biblioteca a ver si en Can Sales tienen el segundo tomo.

30.1.20

Diario de lecturas (XXI)

Más lecturas atrasadas que recupero de la biblioteca Can Sales:

· Dr. Fate (Zinco, 1990). Este tomo retapado de Zinco es de principios de los 90 y resiste valientemente el paso del tiempo en la biblioteca. Aquellas ediciones de grapas sobrantes se han mostrado más consistentes que otros tomos más modernos, como los primeros mangas de Norma. En todo caso, en la época (finales de los 80) lo que los lectores podían leer de DC enfrente a lo que podían leer de Marvel (con Fórum al frente) estaba totalmente descompensado. Nunca supe mucho de este personaje más allá de que protagonizó un Amalgam junto al Doctor Extraño de Marvel. Cogí este tomo porque me atrajo el nombre del guionista, J.M. DeMatteis, que hizo un gran trabajo en Marvel (recuerdo con especial cariño su paso fugaz por la restaurada por poco tiempo cabecera de Hombre Cosa). Pero no llegué a conectar con la historia. Quizá porque ese número 1 español no era tal en numeración USA, o quizá porque DeMatteis usa en esta trama mística, de dioses y magos, un extraño humor que personalmente no me encaja en la trama. Si a eso lo añadimos los dibujos de Shawn McManus, de la cantera de dibujantes feístas de DC, del que ya aborrecí su paso por Sandman (A game of you), nos encontramos ante un cómic con el que no he simpatizado en absoluto.

· La imbatible Chica Ardilla 3: Yo besé a una ardilla y me gustó (Panini, 2019). He seguido la colección de Chica Ardilla por cauces alternativos (segunda mano, biblioteca), porque, aunque me parece interesante y fresca, no es el tipo de cómic que sé que vaya a releer. Es más, me pregunto cuál es su público objetivo, si es el mismo que MasacreGwen o Ms. Marvel. Aquí, creo yo, el acercamiento al Universo Marvel es mucho más geek, para entendernos. Pero hay que reconocer que el trabajo de acercamiento a los nuevos lectores es muy bueno, y que una vez rota la cuarta pared, las múltiples referencias al presente inmediato del lector (redes sociales, visión alternativa de los roles habituales del Universo Marvel) hace de esta Chica Ardilla un artefacto muy divertido, descarado y ameno. El capítulo, por ejemplo, que simula la estructura de un libro de Elige tu propia aventura me parece una filigrana comiquera interesante (no es la primera vez que se hace, pero quizá en el mainstream no está tan visto). Chica Ardilla es un título que recoge el guante de la Hulka de Byrne de una forma más acertada que, en mi opinión, MasacreGwen. Veremos cómo aguanta la prueba del tiempo.

· Hagakure (Quaterni, 2016). Y finalmente, esta adaptación del texto de la literatura clásica japonesa que es Hagakure, de Yamamoto Tsunemoto.  Quaterni es una editorial que se ha especializado en textos nipones y en 2016 nos ofrecía esta adaptación de un texto más bien filosófico o ensayístico. La adaptación era difícil, y no se salda con buena nota. Es difícil poner en viñetas algo como estas enseñanzas del bushido, más cuando se trata de una máxima de la que luego se recogen varios ejemplos: esos ejemplos, desplegados, pueden ir de una página a cuatro de viñetas. Y aunque es verdad que transpiran un evidente carácter nipón (el tratamiento del honor, la vergüenza, la venganza, etc.), el resultado no le hace justicia. Los dibujos son poco atractivos (el joven autor usa un estilo manga, sí, pero más cercano al género adolescente, que no acaba de casar con la temática grave) y además es difícil en ocasiones discernir unos personajes de otros, la narrativa es torpe, y para rematar la elección de la rotulación es pésima, lo cual no sé si es indicativo de la poca experiencia que tenía Quaterni en ese momento respecto a la edición de cómic. En mi opinión, esta obra denota la falta de experiencia de sus autores, en general, tanto a nivel artístico como a nivel editorial, y es más el fruto, quizá, de una presión temática (produzcamos libros de esta temática, porque vende) que no de un umbral de calidad. Personalmente me parece bastante olvidable, a pesar de que, insisto, contiene escenas en las que se acierta a retratar fielmente el carácter del bushido.

26.12.19

Cerrando 2019: los cómics


En cuanto a cómics, este año mis lecturas han bajado en número considerablemente. De llegar a 170 el año pasado, en 2019 llegué solo a 131. De este total, he conformado una lista de 18 títulos que incluyo como los mejores del año y que he publicado en Papel en Blanco.

11.12.19

Diario de lecturas (XX)

Sigo con algunas lecturas fuera de las novedades, títulos que leo por alguna deria o son fruto de algún préstamo. El diario gatuno de Junji Ito: Yon y Mu (Tomodomo, 2015) es una lectura que me prestó un alumno y en la que el mangaka de terror más conocido en Occidente se saca de la manga una serie sobre su relación con los gatos. Así que aquí tenemos a un hombre capaz de dibujar las historias más inquietantes del mundo (Uzumaki, Hellstar Remina, etc.) que se pasa al costumbrismo amable, aun más, a la moda de los mangas sobre gatos (El dulce hogar de Chi, Su majestad el gato, Soy un gato, La abuela y su gato gordo...). Y bien, ¿qué puede aportarnos Ito a esta moda? La verdad es que nada.

Porque Ito sabe hacer una cosa bien. Pero esa cosa no es una historia amable y costumbrista. E Ito apuesta, consciente de que hacer algo "normal" de un tema tan trillado no le llevará a ningún sitio, por aplicar su gramática del horror y de lo grotesco a un contexto cómico como es su vida privada: él, el gran mangaka de terror, siendo un calzonazos y un súbdito más de sus dos minimos. De la disonancia entre el libro de estilo del terror del autor y su temática surge esta obra esperpéntica y absurda. ¿Qué tal resulta la mezcla? No muy afortunada, en mi opinión. Como si fuera un ejercicio de estilo en el que pedir a Lovecraft que escribiera un relato de humor ambientado en sus mitos. No pasa de ser una curiosidad que los acérrimos de Junji Ito podrán valorar mejor. Ellos, y los aficionados a los gatos para los que cualquier cosa relacionada con estos felinos esté bien.

10.12.19

Parecidos razonables (XXXI): Otomo vs. Lafebre

Parecidos razonables entre la portada de Los buenos veranos 5: la fuga, de Zidrou y Jordi Lafebre (Norma, 2019) y World Horror Apartment/¡Qué horror de apartamento!, de Satoshi Kon y Katsuhiro Otomo  (Planeta, 1994): 



9.12.19

Parecidos razonables (XXX): La sombra de Frank Frazetta

¿Recordáis la famosa ilustración Death Dealer de Frank Frazetta? Se ha convertido en un estándar del fantástico que tiene infinidad de homenajes, voluntarios o involuntarios, en el mundo del cómic. Aquí algunos:








Y aquí la original, para que la recordéis:



Bonus track de parecidos razonables:
· Marduk vs. Frazetta
· Elric de Melniboné vs. Grendel vs. Princess of Mars
· Spartacus vs. Rotting Christ
· Aznar vs. malo de Assassin's Creed 2
· José Carlos Llop vs. Calamardo
· Antony and the Johnsons vs. Sopor Aeternus
· Amorphis vs. Wolfmother vs. Magritte
· Shamrain vs. Tesla
· Aborted vs. Municipal Waste 
· Manowar vs Turrican

13.7.19

Diario de lecturas (XIX)

Algunos apuntes de lecturas recientes que no tienen cabida en mis espacios de reseña habituales. 
Visitamos la Biblioteca Pública Can Sales de Palma. Mi objetivo prioritario era dejar una buena pila de libros en la mesa de bookcrossing, fruto de la última revisión y expurgación de mi propia biblioteca (me asombró lo rápido que volaron la mayoría de ellos: viejas ediciones de Tagore, las memorias de Groucho, algún libro de la carrera de Historia de la UNED) y otra gran pila la subí a la sección Infantil/juvenil como donación, principalmente títulos recientes de Kalandraka. Hay que reconocer el gran trabajo que hace esta editorial gallega, sobre todo en la promoción de la poesía para niñ@s, un género muy, muy complicado, con ventas seguramente peores. 

Una de las mejores tiras de la recopilación.

Allí leí el volumen de Max Las aventuras de Guillermo y Miguel, una recopilación de la serie de tiras cómicas Trampantojos que ya habían aparecido anteriormente y al parecer habían sido objeto de una exposición en Alcalá, la tierra del autor de Cervantes. Max es seguramente el autor vivo más importante del cómic español. Mi admiración por él va más allá de todo lo que pueda escribir, y es un honor conocerle en persona e incluso haber presentado uno de sus libros en Palma. A Max le encanta jugar con referentes literarios. En una constante en su obra: por mucho que sus inicios estuvieran en la época de la móvida, la línea chunga, y las revistas de cómic de filosofía punk, Max es un autor cultivado, de múltiples referentes, tanto artísticos, como filosóficos, musicales o literarios. Quizá es una de las cosas por la que más admiro su obra: la capacidad por conciliar alta y baja cultura de una forma tan natural como respirar. En estas tiras, en principio dedicadas a Shakespeare y Cervantes, Max se deja llevar por las anécdotas, así como por la crítica social actual, y crea unas tiras amables, con un humor blanco muy clásico, casi de TBO. Cuando más brilla es cuando (¿inspirado quizá en el Tom Gauld? Es innegable que ambos tienen intereses culturales parecidos) abre esos trampantojos a la literatura en general, y se lanza a conexiones imposibles pero divertidísimas entre el Quijote y Freud, Beckett y Borges, o Poe y el movimiento galego Nunca Mais. La recopilación es muy breve, y supongo que Max ha seguido haciendo trampantojos, y me dejó con ganas de seguir leyendo. Es más, éste es el tipo de cómic que quiero hacer, y aunque ya lo había leído entero en la biblioteca, lo cogí para revisarlo en casa e inspirarme.

En la sección de infantil/juvenil, mientras mi hija releía con delectación Astérix y Cleopatra por enésima vez, leí también El carter de l'espai, de Guillaume Perrault (Ed. Joventut), un cómic infantil (recomendado a partir de 9 años) sobre un cartero que reparte el correo por el espacio. Al pobre hombre le cambian su ruta habitual y tiene que ir de planeta en planeta, algo que en principio le molesta bastante porque es un hombre de rutinas fijas. Tiene malas experiencias en cada uno de los planetas que visita, hasta que al final se dará cuenta que había prejuzgado mal esa nueva tarea. Cuando lo descubre, ve toda la labor de su día con otros ojos. Curiosa vuelta de tuerca que yo, ingenuo lector que soy, no había visto venir, y que habla sobre salir de la zona de comfort y arriesgarse a hacer cosas nuevas. Es una pena que cómics tan interesantes como éste, editado en 2018, tengan un circuito totalmente diferente al resto; quiero decir, este cómic transita el circuito de librerías generalistas, y seguramente (por cuestiones de distribución que tienen que ver con las editoriales) no llegue a las librerías especializadas.

Y ahora vamos con dos críticas que no me resisto a hacer. Son dos cómics que no me han gustado, pero de los que me gustaría dejar unas líneas por escrito aunque sean para mí mismo, porque mi política habitual es no hablar de aquello que no me ha gustado. El primero es Perrito contra gatito, de Andy Riley (Astiberri, 2019). Vaya por delante que a mí este autor (Conejitos suicidas) nunca me ha gustado. En este Perrito contra gatito se marca unas tiras cómicas sobre... perros y gatos domésticos, un tema que parece que tiene tirón en cuanto a público, pero que no es en absoluto original: a saber, perro tonto, gato listo y maquinador. ¿Dónde lo hemos visto? ¿En Garfield, en Ciudadano Can, en los cómics de The Oatmeal, en los cuatrocientos cómics de gatos de José Fonollosa, en los mil mangas que actualmente se venden sobre gatos (El dulce hogar de Chi, Su majestad el gato, El gato gordo de la abuela, etc.)? Quizá el cómic guste a los afortunados propietarios de mascotas, y eso contando que no hayan leído nunca un tebeo sobre ellas. Para los demás, es un ejercicio repetitivo. Si vas a hacer un cómic sobre este tema, más vale que tengas algo nuevo que decir o que al menos tu pericia al lápiz haga que valga la pena.

Y termino con Esta mierda me supera, de Charles Forsman (Sapristi, 2019), cómic que pronto tendrá adaptación en Netflix, como la había tenido su anterior The End of the Fucking World. Ya su predecesora no me había gustado, no por su peculiar y limitado estilo retro de dibujo, deudor absoluto del Popeye de E.C. Segar y otros artistas de la tira cómica clásica, sino por esa visión de la adolescencia absolutamente negra y desprovista de cualquier esperanza, mezclada con el empleo de una violencia explícita que choca frontalmente con el estilo de dibujo. Sí, seguramente ese efecto es el que el autor busca. Y en Esta mierda me supera, Forsman vuelve sobre los mismos temas: el angst adolescente y, sobre todo, el gran drama romántico: el yo, yo, yo. Todo es vivido con una sensibilidad exacerbada, y eso lo representa Forsman con una protagonista, Sydney, que tiene unos poderes psicokinéticos capaces de hacer mucho daño. Se trata de una versión oscura y pesimista de la Eleven de Stranger Things o de un mutante descarriado de la Academia Charles Xavier. Sydney es una chica de quince años que fuma porros, tiene relaciones sexuales (primera desconexión emocional con el cómic) y acaba de descubrir que le gustan las chicas. Su mejor amiga tiene un novio de mierda, su madre tiene un trabajo de ídem, y su padre volvió de la guerra de Irak como si fuera otra persona. El cómic es una alegoría de la adolescencia como la encrucijada de la vida donde la incapacidad de ponerse en el lugar del otro tiene que solucionarse de forma positiva para la sociedad: si no, las consecuencias son terribles, como en este cómic. Lo dicho: esta mierda me supera.

29.12.18

Cerrando 2018: los cómics

He leído 184 cómics este año. Una muy buena cifra que ha superado a la del año anterior, para mi sorpresa. Es una enorme cantidad de cómics para alguien no muy lector, pero a mí me da la impresión de que es una cantidad nimia si comparamos con lo que se publica actualmente. La gran mayoría de ellos han sido reseñados o bien en Papel en Blanco, o en Ultima Hora, o en Iconotropía. En esos 184 hay de todo: novedades del año, pero también relecturas, material de la biblioteca que se me escapó... Hay manga, bd, cómic español, superhéroes, cómic no mainstream, novela gráfica... En fin, de todo. He hecho una selección de lo mejor del año en dos partes en Papel en Blanco que podéis leer aquí. Abajo os dejo las portadas de mi selección de lo más interesante de 2018. 



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