28.4.20

El cómic que yo quería hacer

Podría considerarme guionista de cómics, pero me he prodigado más bien poco. Empecé muy pronto (tendría quizá unos diez años), haciendo cómics para mi hermana, que aún no sabía leer, y esos tebeos protagonizados por nuestros muñecos fueron el germen y el campo de pruebas de mi interés por el medio. Escribí (y dibujé) decenas y decenas de estas aventuras, y la lástima es haber perdido la gran mayoría para poder revisitarlos, al menos con mis hijas. Pero evidentemente no he tenido ninguna educación formal en este aspecto. Cuando sonó la trompeta y pude ponerme a hacer El joven Lovecraft, como he explicado muchas veces, lo que hice fue poner en práctica todo lo que sabía bajo el amparo de uno de mis grandes maestros: Bill Watterson. El joven Lovecraft le debe muchísimo a Calvin & Hobbes, pero no todo. Con esta entrada me gustaría explicaros cuáles son mis influencias principales a la hora de escribir cómics.
Toriyama y Groening utilizaban elementos metanarrativos que usamos en EJL.


La primera pero quizá menos evidente: el humor burro de Akira Toriyama. Ese hombre que, antes de hacerse famoso por la ensalada de hostias que terminó siendo Dragon Ball, hizo cosas maravillosas como Dr. Slump. No me malinterpretéis: yo he sido un gran fan de Dragon Ball (Bola de drac para mí siempre), coleccioné centenares de fotocopias en los 90, hice la primera mítica Serie Blanca y Serie Roja, y vi todos los episodios... de Toriyama. Lo que es la serie clásica, vamos. Hasta que "terminó". Para entonces, todos lo sabemos, era un avance sin frenos hacia su propia autodestrucción. Había hecho como Rumiko Takahashi en Ranma 1/2: se había metido en una espiral de la que ya no podía salir, porque el éxito de la serie era ya imparable. Quizá Tori ya no se sentía cómodo y seguía por inercia, porque era una máquina de hacer dinero. O quizá sí, quizá en el fondo le gustara. Pero lo mejor de Dragon Ball está en los primeros arcos argumentales. La primera búsqueda de las bolas. El primer malo: Pilaf. La Cinta Roja. Cor Petit/Piccolo. Los superguerreros. Namek, Freezer, Célula... los androides... ¡Hasta ahí como mucho! Pero lo mejor está en los primeros episodios: la cuadrilla que busca las bolas, el maestro Mutenroshi, el primer torneo de artes marciales... Ahí Toriyama aún destilaba su humor. Por eso la serie que me gusta de él es Dr. Slump. Dr. Slump (en cara siempre Arale) es humor, humor absurdo, humor verde, humor grueso... Eso es lo que me gustaba. Disfruté leyendo la serie cuando Planeta la sacó (lástima que no fuera en catalán), porque es ese el humor tonto que me gusta.

De ahí a otra de mis influencias. Matt Groening y Los Simpson. Es cierto que en Los Simpson hay docenas de guionistas y han pasado 30 años de programa (me quedo con... ¿digamos las 12 primeras?), como explica Mike Reiss en su libro Springfield Confidencial. Pero algo de Groening hay, sobre todo cuando lees sus cómics Vida en el infierno. Groening tiene una capacidad especial para reírse de sí mismo y de las pequeñeces del ser humano. Cómo me reí con El amor es el infierno o El trabajo es el infierno. Eso era lo que quería hacer yo.

Los textos infinitos de Groening son divertidos porque son reales.


Se unió a aquello el descubrimiento en mi postadolescencia de Monty Python, especialmente de su serie de televisión Flying Circus. Ahí es cuando entendí con deleite que se podía hacer humor con elementos de la alta cultura: ¿partidos de fútbol entre filósofos? ¿una vuelta ciclista de pintores? ¿un concurso en televisión de muertes famosas en el arte? Aquello me fascinó, y me conectó con una frase que había apuntado en una de mis agendas usadas como diario, cuando era bastante pequeño: "sin inteligencia no hay humor". No quiero, por Dios, compararme con esos gigantes, pero eso era lo que quería hacer yo: poder conectar elementos de la gran cultura para poder crear humor. Por eso Liniers en su momento me gustó mucho: Macanudo hacía lo mismo con una exquisita sensibilidad e imaginación.

Cuando leí Hark! A Vagrant de Kate Beaton todas las piezas encajaron. Kate Beaton utiliza todos los elementos a su disposición de la alta y la baja cultura, los pone en la batidora, y crea una tira cómica fantástica, llena de humor absurdo, afianzada en una tradición imponente, se ríe de románticos, de revolucionarios, de escritores, de políticos, de músicos... Era otra gran señal para ir en esa dirección. No es de extrañar que Laura y Carmen Pachecho se deshagan en elogios en el prólogo de la edición en castellano; luego lees su Divas de diván y entiendes todo. Beaton es una monstrua, consigue todo lo que a mí me gustaría haber hecho. Ahí de veras entendí que eso se podía hacer: mezclar elementos quizá a veces tan oscuros para el lector que no los pillará. 

Porque en el fondo, uno escribe el cómic que le gustaría leer. Y quizá, de alguna manera, uno mismo es el lector ideal del cómic. En El joven Lovecraft siempre hay un montón de referencias de fondo: musicales, de arte, de otros cómics, de películas... Seguramente eso nos viene de Los Simpson. Quizá nadie más que Bart y yo las podamos pillar todas. ¿Es eso malo? Cuando leí La fiebre del estilo, la biografía de Valle-Inclán de Manuel Alberca y Cristóbal González, una cosa me quedó: no es el público el que le tiene que decir lo que le gusta al autor. Es el autor el que le tiene que decir lo que le gusta al lector. Algo así creí entender en unas declaraciones de Alan Moore. Todo seguía encajando.

Tom Gauld ha sido uno de los autores que más me han entusiasmado últimamente.

Y llegamos a mi última referencia: Tom Gauld. Otro autor que juega con referentes literarios. Sus tiras son geniales. En sus recopilatorios (especialmente Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora) hay oro puro en forma de tira cómica. Es cierto también que sus viñetas van en una publicación especializada y tienen un público muy concreto. Pero, caray, tienes que dominar el tema para hacer chistes sobre Dickens, las Bronte, o los románticos alemanes. Sin cultura tampoco habría humor.

Así que sirva este post para desgranar tanto mis principales influencias a la hora de escribir, como el resultado que me gustaría obtener. Todo eso tamizado por mi sensibilidad, especialmente inclinada a todo lo oscuro, tenebroso y oculto. Mezclando todo ello, algún día, volveré al cómic, haciendo el cómic que yo quería hacer.

25.4.20

Diario de la plaga: día 43

Frederic Chopin escribe a su amigo Tito y le dice "Por desgracia he encontrado mi ideal". A Nino Salvaneschi le vienen bien estas palabras, que en realidad van referidas a su primer amor, Konstancja Gładkowska, para escenificar el carácter romántico del pianista e introducir el concepto de fatum en su vida. Y a pesar de que su libro está bien, me hace pensar cuánto de lectura a posteriori sobre el carácter del romanticismo el autor quiere hacer encajar con el personaje. Si el supuesto sentimentalismo exacerbado de la época no le está llevando a crear un personaje que en realidad no es. Por lo demás, las descontextualizadas palabras de Chopin me recuerdan a aquellas otras de Bukowski de "encuentra lo que amas y deja que te mate". Si no hubiera encontrado refugio en otros mundos, los que me proponen los libros, el cine, los videojuegos, el rol y, por supuesto, la música, ¿qué habría sido de mí? ¿Hubiera encontrado otros refugios en cosas que ahora me repugnan?

Mi debut en el rol online de verdad, tras la partida de El Año Tranquilo, vino con Cthulhu Apocalipsis, una pequeña campaña para El Rastro de Cthulhu. Su carácter postapocalíptico fascinó a mis jugadores, y si bien a mí la primera sesión me pareció un poco sosa (era la que ya había jugado anteriormente), en la segunda las cosas empezaron a ponerse interesantes. Con todo, su carácter crepuscular, unido a las noticias que iba leyendo (incendios cerca de Chernóbil, erupción del Krakatoa, posibilidad de un meteorito pasando cerca del planeta, etc.) me hicieron caer en una especie de desazón íntima. ¿Y si realmente el fin pudiera estar más cerca de lo que pensamos? Mientras tanto, jugamos al apocalipsis suave de Eduardo L. Hinton. 



Lo que me lleva una vez más a la Zona. Ya he escrito aquí varias veces sobre la saga STALKER. Hace relativamente no mucho rejugué (¿por tercera vez?) la primera parte, Shadow of Chernobyl, y hace poco me puse con la segunda. Clear Sky en realidad es una precuela, y cuenta hechos sucedidos antes de SoC. Y como dije en su día, no es tanto un horror survival FPS, sino más bien un sandbox táctico entre facciones. Posiblemente el título más flojo de la saga. Pero quería volver a pisar una vez más Cordón, el Vertedero, el Valle Oscuro o Yantar, sentir la lluvia en la cara y volver a cargar en la mochila decenas de kalasnikovs para malvenderlos por unos rublos y así pagarme la reparación del traje SEVA. Así que añadí el mod Clear Sky Complete para mejorar la experiencia (no noto demasiado la diferencia aparte de que ingerir comida ahora sí funciona) y volví a caminar entre stalkers. Decidí no meterme en líos, no casarme con ninguna facción esta vez, y a pesar de que Cielo Despejado o Libertad cuentan con mis simpatías, quería ser independiente, y poder recalar en cualquiera de los santuarios sin que veinte tipos me ametrallaran. Quizá por la familiaridad de la zona, quizá por mis ganas, encontré mi propia narrativa, que además, de forma irónica incluía detalles metalúdicos: para evitar que se caliente demasiado, tengo que jugar con una bolsa de hielo terapéutico debajo del portátil. ¿No es maravilloso, no evoca a la desfasada tecnología soviética? Enfriar el núcleo para evitar un fallo catastrófico. Lo primero que me llamó la atención es que el mapa del pantano no era tan largo como lo recordaba, y que enseguida podía pasar a Cordón. Aproveché para rebuscar algunos escondites de material valioso que me dieran algo de ventaja.Tras doce horas jugando, me di cuenta de que quien compra más alto las armas usadas son los propios stalkers, no las tiendas, donde las había estado malvendiendo hasta entonces. Ahora, tras la enésima oleada de soldados zombis desplumados de sus vipers, tocaba entrar en el Bosque Rojo. Al final, yo también reemplazaba un apocalipsis por otro más cómodo.

19.4.20

Diario de la plaga: día 37

Decía Nuria Amat que escribir es una forma de detener el tiempo, de tomar una fotografía de un momento y un lugar determinado y congelarlo. Yo añadiría que escribir diarios es un vano intento de controlar el tiempo. De darle un sentido, de explicarlo, de sentirse útil. De constatar yo he sido. He escrito diarios desde muy pequeño; siempre he usado agendas viejas para escribir sobre ellas, de nuevo dominando el tiempo, haciendo que 1999 fuera 2005, o 2005 fuera 2008. A veces vuelvo sobre ellas. Hay muchos años llenos de odio y angst postadolescente, y sobre todo, momentos de crisis personales, porque cuando eres feliz, normalmente no te paras a escribir diarios. Llevo muchos años, como digo, y nunca me ha parecido ni siquiera terapéutico el transferir ese dolor al papel. Es simplemente una necesidad, no tiene otra intención, y si la tiene yo no la he encontrado.
 Por cierto, en 2017, Nuria Amat utiliza en la portada de una de sus novelas el famoso cuadro de Friedrich El caminante sobre el mar de nubes, pero se pone a ella misma en el lugar de la figura del hombre, en vez de espaldas, mirándonos con una mezcla de incomodidad y chulería. 

Esta semana volví a ver Hook, una película que creo que no había vuelto a ver desde la primera vez, seguramente muy cerca de su estreno (1991). Fue como ver una película totalmente diferente, con la perspectiva que da el tiempo. La vi con una edad cercana a esos Niños Perdidos que habitan Nunca Jamás, y ahora la volvía a ver con la edad de un Peter Banning, ese Peter Pan que ha olvidado cómo ser niño y se ha hecho adulto y aburrido. Y lloré. Lloré mucho.


Porque Hook es una de esas películas brillantes que tienen dos lecturas (como mínimo). La pura y simple aventura de Peter Pan y los Niños Perdidos contra el infame Garfio, llena de golpes, insultos de niños, caídas, acción y humor: la película que los niños disfrutan. Y luego está la película que habla a los adultos: sobre el paraíso perdido que es la infancia, sobre la imposibilidad de volver a ese lugar, de sabernos expulsados de ese edén y de tener que contentarnos con ver fotografías o de revivirlo a través de aquellos que siguen, por un breve tiempo, en él. Habla sobre las oportunidades perdidas, con esa Campanilla enamorada de Peter que tiene que renunciar no una, sino dos veces, a él. Y habla sobre el poder absoluto de la imaginación, como hace otra película cercana en asunto, Descubriendo el País de Nunca Jamás (2005), con Johnny Depp interpretando a James M. Barrie, el autor de Peter Pan. La escena de la cena invisible con los Niños Perdidos es preciosa.


Spielberg está en estado de gracia en esta película: hay risas y hay emoción, y aunque hay algunos momentos en los que se pasa de cursi, se los perdonamos porque el conjunto brilla y pasa con nota la prueba del tiempo, hoy, cuando somos casi 30 años más viejos, y nuestro Peter Pan, el genial Robin Williams, hace casi seis que volvió a Nunca Jamás.

11.4.20

Diario de lecturas (XXIII)

No sé si ya he comentado aquí que hace unos diez años empecé a interesarme por la literatura fantástica popular española, lo que se conoce como "bolsilibros", esos pequeños libros muy baratos que editaba Bruguera y que cuentan con decenas de miles (sin exagerar) de títulos. Seguro que vuestros abuelos tenían algún libro de Marcial Lafuente Estefanía por casa. No sé si hay tesis escrita sobre el tema, pero bien la valdría, porque hay una cantidad de material ingente sobre el que investigar (mi yo académico, siempre con ideas...). Bien, de manera que con los años he ido acumulando una colección modesta (si tenemos en cuenta el volumen total de libros que se publicó de todos los géneros); mis género favorito sin duda es el terror; también le doy bastante a la ciencia ficción (curiosamente no se editaron libros de fantasía heroica o medieval, habría que averiguar por qué... quizá simplemente no había lectores), pero en los últimos años también me he abierto a otros géneros, como el western (mejor si es weird western, pero eso es difícil de dilucidar sólo con la portada o el título), las historias de espías o las bélicas. A las románticas aún no me he atrevido.

A este último género llego a causa de un interés creciente en la Segunda Guerra Mundial surgido de jugar a Orquesta Negra, Secret Hitler, y Memoir 44 en mesa ut infra diximus, y de estar preparando un apasionante módulo para Pulp/Achtung Cthulhu, que espero que vea la luz para el final de la cuarentena, siendo generosos. Eso me llevó a buscar películas clásicas del género, ambientadas en este conflicto, o a seguir fanáticamente series pseudodivulgativas en canales temáticos como Ingeniería abandonada o Bases secretas nazis, que dan muchas ideas al menos para jugar a rol. 

Así que rebusco en mi colección de bolsilibros y descubro, ¡oh maravilla! que tengo un título de la colección Metralla, Los guerreros de la noche, de Rocco Sarto. Me apresuro a leerla, porque, como quizá sabréis, sólo son 95 páginas (siempre son 95 páginas) y siempre es una lectura ligera.

Y me encuentro con un libro muy bien escrito, al menos para los estándares de bolsilibro. Dos de mis autores favoritos de estas novelas son Curtis Garland y Joseph Berna. Mientras que el primero es un puro escritor pulp, el segundo escribe lo que viene a ser la versión literaria de las películas de destape de los 70 y los 80. Los libros de Berna son horribles, en ellos las chicas terminan indefectiblemente sin ropa, y con todo, el protagonista, que es un poco canalla, como si fuera una comedia de Lope siempre acaba casándose con la chica. Las novelas de Berna me gustan a pesar de ellas mismas, porque uno sabe lo que va a leer; Berna nunca decepciona porque el cumple lo que promete. Pero Rocco Sarto está a otro nivel.

Lo de Sarto es literatura que vuela más alto. Le gusta demorarse en la creación de un ambiente, en dotar a sus personajes de un marco creíble. En Los guerreros de la noche, la escena inicial nos lleva al París ocupado por los nazis, en una escena nocturna y lluviosa de manos de un tirador solitario. Los personajes no pueden desarrollarse mucho, pero se nota el esfuerzo de Sarto en hacerlos algo más que meras marionetas que se agitan al ritmo frenético de la acción. El autor utiliza un vocabulario amplio, a veces incluso sorprendente, y el uso de metáforas y comparaciones está mucho más trabajado que en otros autores. Al final puede que la anécdota del libro no pueda desarrollarse  demasiado, o que el deus ex machina o las coincidencias estén a la orden del día como características de este medio, pero me llevo una muy buena impresión de este autor. Ya he localizado otros títulos suyos en mi biblioteca. El próximo de ellos en caer será Asalto al planeta negro, de la colección Héroes del Espacio. Seguiremos informando.


10.4.20

Diario de la plaga: día 28

Ante todo, una reflexión que me surge: los que soñaban con una especie de postapocalipsis como en sus productos de ficción favoritos, habrán podido ensayar con esta versión softporn. ¿Nos han faltado los zombis?

Un mes de confinamiento y lo llevo bien. Han llegado las vacaciones de Semana Santa y, de esta manera, poder desconectar del trabajo, que falta me hacía. No por el trabajo en sí, si no por el cóctel explosivo que supone trabajar en casa dos adultos con dos niñas pequeñas. 

Esta imagen no se corresponde con la partida de la que hablo.
Intentamos eludir el tedio cuarenténico jugando una partida de El año tranquilo vía Whatsapp. Craso error. A pesar de haber quitado unas 18 cartas en total, la partida se hizo eterna (duró más de una semana), y nos íbamos olvidando de todo lo hecho, el mapa no se actualizaba, y al final del año tenía a algunos jugadores en medio del tedio, deseando que llegara el final. Por suerte el invierno no duró mucho. Como digo, mala idea jugar así; luego vinieron todos los palos para el sistema: que si es repetitivo, que si tiene pocas acciones... Estaba había sido mi tercera partida y sin duda fue la peor de todas. Todos los defectos que pueda tener el sistema, y que en otras partidas no cantaron tanto, se revelaron en esta forma forzada de jugar. Pero no creo que El año tranquilo sea un mal juego, al contrario: para mí sí tiene rejugabilidad y puede dar tanto de sí como los jugadores quieran (y eso que la ambientación que escogieron no era para nada tópica: quisieron ser un asentamiento en un exoplaneta que estaba a medio terraformar).

Siempre sigo en constante búsqueda de películas para todos los públicos para ver con mi hija mayor de siete años. Es bastante difícil si quieres evitar (o ya has visto) todo lo que es cine de animación, Disney, o ambas cosas a la vez. Hemos visto la mayoría de clásicos de los 80 y 90, y si veo que están de humor encasa me gusta hacer incursiones en el cine clásico. A veces las películas son un acierto (Jasón y los argonautas, La quimera del oro), a veces un gran fracaso (20.000 leguas de viaje submarino de 1954). Había leído una recomendación muy entusiasta sobre Capitanes intrépidos de 1937 y la puse esta semana.

Qué película más grande. Qué obra maestra del cine. No podía ser de otro director que Victor Fleming, el autor de El mago de Oz o Lo que el viento se llevó, adaptando un texto de Rudyard Kipling, de 1896 (ha pasado más tiempo, ¡el doble!, entre que se rodó la película y nuestro visionado, que desde que Kipling escribió el libro y Fleming lo versionó, ¿a veces estos cálculos no dan vértigo?). Un niño pijo, un pequeño mafioso casi, que lo tiene todo, hace un viaje en barco con su adinerado padre y cae por la borda. Es recogido por un barco pesquero en el que aprenderá de qué va la vida. Excepcional el personaje de Manuel, interpretado de forma magistral por Spencer Tracy (creo que le valió un Oscar), y todo un desfile de personajes carismáticos, redondos, que respiran de verdad. Una película emocionante, que te lleva a la vida de los marineros, y donde ves poco a poco el cambio del protagonista. Y el final, qué final. Arrasador. Si no lloras con ese final es que estás muerto. Con una forma de grabar, hace 73 años, que aún hoy parecería moderna, con grandes soluciones visuales... En fin, preciosa película, con un gran mensaje, llena de amor por la vida. Hay que ver esta película, poned a vuestros niños Capitanes intrépidos. Ha pasado la prueba del tiempo perfectamente.


4.4.20

Diario de lecturas (XXII)

Algunas lecturas de cómics que no son novedades y que el confinamiento me ha permitido hacer de forma más tranquila.

· Max: los años 20 (Planeta, 2019). Planeta puso mucho empeño, como siempre hace, en la promoción de sus adaptaciones de libros a novela gráfica. En este caso, se trataba de un spin off, una precuela, como queráis, del libro El tango de la guardia vieja de Pérez Reverte. Max funciona como el "origen del mito" del personaje, una aventura previa a lo sucedido en la novela. Me llegó dentro de un paquete que simulaba una maleta, con un usb de 1GB con material de prensa, y el ejemplar firmado por los autores. Es más, Planeta se equivocó de crítico, mi ejemplar estaba destinado a otra persona, y sin que yo les dijera nada me hicieron llegar otro. Mucho empeño, como digo.
No puedo evitar que acuda a mi mente el concepto de "prosa cipotuda" leyendo esta adaptación, pese a que no sean las palabras de Reverte. O sí, la cuestión es que el guionista, Salva Rubio, ha captado perfectamente, para bien o para mal, el estilo del periodista y escritor.
Max no es un cómic para los lectores habituales de cómic. Está lleno de situaciones tópicas, personajes trillados, ecos del cómic de superhéroes (Max es un ladrón de guante blanco como Lupin, agilísimo como Matt Murdock -incluso lleva el mismo atuendo que éste en El hombre sin miedo de Miller y Romita-, y que gusta de hacer poses a lo Assassin's Creed desde lo alto de edificios importantes como la Sagrada Familia o la torre Eiffel) cuando la trama es más bien folletinesca. Max es más bien un cómic para los lectores de bestsellers o para los acérrimos de Reverte, que busquen una obra con ese lenguaje entre amargo y heroico, y unos personajes afilados que, aunque no maníqueos, se muevan en el gris Reverte: malos con matices, buenos con pasado oscuro. Y sexo, mucho sexo cipotudo.
El trabajo de Rubén del Rincón está bien, aunque me extrañan dos cosas: uno, que no firme con su nombre completo como creo que normalmente hace, y dos, que el algunas páginas parece que haya retrocedido en su arte, con unos personajes excesivamente caricaturizados. Sin duda, las mejores páginas son las de la historia que sirve de epílogo, donde Rubén juega con un trazo más estilizado, que posiblemente habría casado también en el resto del álbum. En general, me ha parecido un gran esfuerzo para un cómic que, sintiéndolo mucho porque aprecio de verdad el trabajo de ambos autores no es en absoluto "uno de los mejores títulos que hemos tenido el gustazo de echarnos a la cara en lo que llevamos de 2019", como dicen en otras páginas.

· Los cuentos de la era de Cobra: los amantes (2013). Tenía pendiente, desde hace siete años, este álbum de Enrique Fernández, editado por Norma. Fernández ha mejorado muchísimo con los años, y sus últimas obras son simplemente espectaculares (está a punto de entregar la tercera parte de su saga Brigada). Desde que lo descubrí en Libertadores y La isla sin sonrisa (Glénat/EdT), el nivel de este autor ha subido exponencialmente, hasta el punto de que en Los cuentos de la era de Cobra, cada viñeta es una completa maravilla, una obra de arte digna de ser enmarcada. No sé cuánto tiempo pudo estar para completar el álbum, pero se me antoja un trabajo colosal. En este álbum, primera entrega de este díptico, nos lleva a un ambiente de Las mil y una noches para contar una historia de aventuras y amor bien estructurada y narrada. Aquí los personajes puede que también sean estereotipos, pero es que la narración los necesita porque se ajusta al patrón de la cuentística a la que alude. Una pequeña maravilla; ahora acudiré a la biblioteca a ver si en Can Sales tienen el segundo tomo.

3.4.20

Diario de la plaga: día 21

[Un post totalmente personal y carente de interés. Es sólo un registro personal para recordar en parte este momento histórico al que estamos asistiendo]


Más de dos semanas encerrados en casa, saliendo ocasionalmente al supermercado a comprar. Mucha gente se queja de esta situación de confinamiento; yo, en esto no tengo queja. Si estuviera viviendo solo, ni siquiera lo habría notado. Me empiezo a sentir cómodo sin la obligación de salir. Tengo algunas ganas, sí, de salir ocasionalmente, y sentir el viento en la barba, pero en general me siento cómodo sin tener que hacerlo. Otra cosa es tener que trabajar con las niñas; pero eso es diferente. Siento que si tuviera que trabajar en casa, no tendría ningún problema.

Tampoco echo de menos especialmente las clases, ni mis grupos. Sí de una forma vaga y abstracta, o sí algunos chicos y chicas en concreto (esas personas que te sacan una sonrisa, o que entienden para qué estás ahí), pero en general, aún, no echo de menos a nadie del trabajo.

Me sobran todas esas muestras de ánimo colectivas, todos los vídeos de #aesteviruslovenceremosunidos, todos los audios que circulan con reflexiones, todas las cadenas de memes, de inciativas solidarias, de recordatorios de que somos una piña, de que esto es una lucha que vamos a ganar, etc. No sé si la edad o el confinamiento con tres mujeres de diferentes edades me han vuelto un viejo gruñón, pero todos estos gestos me parecen pantomimas inútiles de gente que, en la mayoría de los casos, tiene mucho tiempo libre. Yo estoy las 24 horas en casa y apenas lo tengo. No voy a hacer doblajes chistosos, no voy a grabarme bailando, agitando carteles, ni nada. Por un momento pensé en retomar mi faceta estrepitosamente fallida de youtuber, pero para qué.

Sí que echo de menos las partidas y las risas con mi grupo de alumnos de juego. Echo de menos a M, a M y a P, sobre todo. No sé si podremos ya terminar la partida de D&D que teníamos iniciada con gente de 4º, no sé si dará tiempo. A ellos sí los echo de menos. Cuando volvamos quiero montar en su honor una partida al Memoir 44 Overlord, con ocho jugadores batallando en las playas de Normandía.

Es difícil trabajar. He conseguido equilibrar la presión con el deber. Pero apenas puedo hacer una o dos cosas cada mañana: contestar emails, revisar listas de alumnos, corregir trabajos, pensar en las siguientes tareas, asistir a maratonianas reuniones virtuales... He encontrado también un ratito para que los más asiduos al Aula de Juegos sigan jugando a Secret Hitler en su versión online, pero apenas vienen 5 ó 6, y las partidas no brillan tanto así.

La necesidad agiliza el ingenio, y a ello se debe que finalmente haya probado el rol online. Bueno, no rol (fue jugando a El año tranquilo), pero para el caso es lo mismo, y de pronto se abría un nuevo mundo de posibilidades ante mí, sólo limitadas, como siempre, por el tiempo disponible.

Igualmente, también me empeñé en probar ese mismo juego, El año tranquilo, a través de Whatsapp. No es lo suyo, pero apacigua un poco las ganas de jugar.

De la misma forma, acudí a Steam también para encontrar solaz en esto de jugar. Allí seguí batallando, contra la máquina, en Memoir 44. Soy bastante malo: sólo ahora, cuando apenas me queda crédito para jugar, empiezo a vencer a la maldita computadora. Pero al menos he aprendido un poco más a pensar en este juego, y he interiorizado algunos detalles del reglamento que no estábamos haciendo bien en físico. No hay mal que por bien no venga.

Pero no quedó la cosa ahí, también estuve investigando cómo funciona Vassal, plataforma a la que me invitaron hace tiempo pero a la que nunca dediqué tiempo porque no me convencía lo suficiente. Ahora veo que podría ser un magnífico aliado para poder jugar a varios juegos por turnos espaciados.

En otro orden de cosas, la proverbial pila de cómics que tenía pendientes bajó considerablemente, y es de esperar que al final de la cuarentena haya acabado con todos los cómics que tenía amontonados (al menos, con los que tenía que leer por trabajo; de ninguna manera todos los que me aguardan por voluntad propia). No puedo decir lo mismo de los libros, pero estoy agradecido al menos de este suspiro que me ha hecho poder salvar una cantidad nada despreciable de cómics. Entre ellos, un poco de todo: cosas buenas, cosas malas y cosas que pasan sin pena ni gloria. Ya iréis viendo algunos de ellos en mis reseñas en Papel en Blanco o en Ultima Hora.

Sí que he tenido muchas ideas, y las he ido anotando, pero sigo, como toda la vida me ha pasado, siendo incapaz de poner orden a mis prioridades y hacer una cosa detrás de otra. Me gustaría seguir El joven Lovecraft o su spin off con Bart, hacer algún cómic con Sanny, investigar tres biografías que podría versionar en cómic, escribir dos o tres módulos de aventuras para juegos de rol, un juego completo de estilo didáctico que creo que podrá quedar muy bien... ¿Qué hago primero? Porque vuelve a pasar la semana, vuelve a ser martes, y tengo que tener lista una reseña larga y cinco cortas para el diario. En estas estamos. Seguiremos informando.

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