Decía Nuria Amat que escribir es una forma de detener el tiempo, de tomar una fotografía de un momento y un lugar determinado y congelarlo. Yo añadiría que escribir diarios es un vano intento de controlar el tiempo. De darle un sentido, de explicarlo, de sentirse útil. De constatar yo he sido. He escrito diarios desde muy pequeño; siempre he usado agendas viejas para escribir sobre ellas, de nuevo dominando el tiempo, haciendo que 1999 fuera 2005, o 2005 fuera 2008. A veces vuelvo sobre ellas. Hay muchos años llenos de odio y angst postadolescente, y sobre todo, momentos de crisis personales, porque cuando eres feliz, normalmente no te paras a escribir diarios. Llevo muchos años, como digo, y nunca me ha parecido ni siquiera terapéutico el transferir ese dolor al papel. Es simplemente una necesidad, no tiene otra intención, y si la tiene yo no la he encontrado.
Por cierto, en 2017, Nuria Amat utiliza en la portada de una de sus novelas el famoso cuadro de Friedrich El caminante sobre el mar de nubes, pero se pone a ella misma en el lugar de la figura del hombre, en vez de espaldas, mirándonos con una mezcla de incomodidad y chulería.
Por cierto, en 2017, Nuria Amat utiliza en la portada de una de sus novelas el famoso cuadro de Friedrich El caminante sobre el mar de nubes, pero se pone a ella misma en el lugar de la figura del hombre, en vez de espaldas, mirándonos con una mezcla de incomodidad y chulería.
Esta semana volví a ver Hook, una película que creo que no había vuelto a ver desde la primera vez, seguramente muy cerca de su estreno (1991). Fue como ver una película totalmente diferente, con la perspectiva que da el tiempo. La vi con una edad cercana a esos Niños Perdidos que habitan Nunca Jamás, y ahora la volvía a ver con la edad de un Peter Banning, ese Peter Pan que ha olvidado cómo ser niño y se ha hecho adulto y aburrido. Y lloré. Lloré mucho.
Porque Hook es una de esas películas brillantes que tienen dos lecturas (como mínimo). La pura y simple aventura de Peter Pan y los Niños Perdidos contra el infame Garfio, llena de golpes, insultos de niños, caídas, acción y humor: la película que los niños disfrutan. Y luego está la película que habla a los adultos: sobre el paraíso perdido que es la infancia, sobre la imposibilidad de volver a ese lugar, de sabernos expulsados de ese edén y de tener que contentarnos con ver fotografías o de revivirlo a través de aquellos que siguen, por un breve tiempo, en él. Habla sobre las oportunidades perdidas, con esa Campanilla enamorada de Peter que tiene que renunciar no una, sino dos veces, a él. Y habla sobre el poder absoluto de la imaginación, como hace otra película cercana en asunto, Descubriendo el País de Nunca Jamás (2005), con Johnny Depp interpretando a James M. Barrie, el autor de Peter Pan. La escena de la cena invisible con los Niños Perdidos es preciosa.
Spielberg está en estado de gracia en esta película: hay risas y hay emoción, y aunque hay algunos momentos en los que se pasa de cursi, se los perdonamos porque el conjunto brilla y pasa con nota la prueba del tiempo, hoy, cuando somos casi 30 años más viejos, y nuestro Peter Pan, el genial Robin Williams, hace casi seis que volvió a Nunca Jamás.
3 opiniones:
"Hay muchos años llenos de odio y angst postadolescente, y sobre todo, momentos de crisis personales, porque cuando eres feliz, normalmente no te paras a escribir"
Me suena sí... Pero más que utilidad en ese momento yo creo que la tiene a posteriori, como una suerte de caja negra del pasado.
Max Power, en principio estaría de acuerdo contigo, pero a mí francamente me resulta muy difícil volver sobre esos diarios. Son como un abismo tenebrísimo, y bucear por esa negrura me deja hecho polvo, me contagia de esas sensaciones. Por eso no tengo claro que ni siquiera esa caja negra tenga utilidad. Si el cerebro tiende a quedarse con lo bueno, estos diarios de desahogamiento, puede que sean buenos para soltar lastre, pero no sé si para revisitarlos.
A mí sí que me han servido, pero no hablo de angustia existencial adolescente, sino de problemas en épocas más adultas. Me han servido como una ventana a momentos oscuros que de otro modo con el tiempo tendería a relativizar, de ahí la analogía con la caja negra...
De adolescente lo que hacía era escribir poemas y los que sufrían eran más bien mi chica y algún amigo cercano xD.
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