11.12.03

Mujer picada por aspid

PIEZA DE MUSEO

Voluptuosidad incomparable, inefable embriaguez,
Yo te canto.
Paul Verlaine



Un escultor, un día -Auguste Clésinger
se llamaba- entregó al mundo
esa "mujer picada por un aspid"
que hoy conserva un museo.
Los turistas
junto a ella pasan; si alguno se detiene
lee la inscripción, y sigue
su visita. O con frecuencia
son grupos de chiquillos, dirigidos
por un profesor que les explica
los efectos de la terrible picadura,
cómo el autor captó el dolor,
la angustia, el miedo.
Y sin embargo
bastárales contemplar el vuelo de esos ojos,
ese rostro, escuchar los suspiros
que salen de su boca, de ese pecho
que infla el amor, esa espalda que se arquea,
esos muslos que aprieta
el gozo, para entender
que no es la Muerte la que toma
a esa mujer, sino el placer,
el éxtasis, la absoluta
anonadación del orgasmo. Si el buen Auguste Clésinger
se vio forzado por la censura de su tiempo
a inventar una anécdota trivial
que permitiera a sus ensueños
ser expuestos en el Salón del 47,
qué sutil, fascinador, inteligente
fue, para legarnos esa belleza apasionada:
el instante supremo
en que una mujer entrega su carne
a la Historia.

José María Álvarez, en "El botín del mundo". Ed. Renacimiento, 1994.

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