Un año más la misma farsa mercantilista entrega sus fariseos premios. Aunque, en esta ocasión, para hacernos creer aún más que los pobrecitos dueños de las discográficas lo están pasando muy mal para llegar a fin de mes, y que dentro de poco la industria del ocio musical ya no existirá (desde el momento en que se empezó a usar el término "industria cultural" debería haber dejado de existir), se ha dejado de lado toda pompa y celebración americanoide y se ha optado por leer los premios y después cada uno a su casa (y Dios en la de todos). Llama la atención este año el ataque de conciencia que ha tenido el jurado, que ha dejado de lado de nuevo todo lo que olía a Operación Triunfo, pero más llama la atención el hecho de que aparezcan y desaparezcan categorías de premios: en esta entrega, nada de hip-hop (se ve que este año no vende), nada de rock duro (recordemos que el año pasado ganó en esta categoría el actualísimo Miguel Ríos), pero sí flamenco, qué cosas. En fin, el asco de siempre. Pero con el añadido de que este año Virgin impugnará los premios porque según ellos se ha omitido deliberadamente a los artistas acogidos en dicha discográfica. Ilusos. En Virgin y en tantas otras: hay todo un mundo de músicas, que al parecer deben ser subversivas, que no deben ser escuchadas por el populacho, según los gerifaltes de estos premios. Pues que, como diría Lope de Rueda, mala rabia los mate, la verdad.
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