21.9.03

¿Sexo o Arte? Una disquisició erótico-estética.

¿Sexo o Arte? Una disquisició erótico-estética

Puede que plantearlo así parezca un asunto vanal; en cierta forma lo es, pero tiene su importancia.
Hagamos una consideración previa: vivimos en la sociedad del ocio, la sociedad del placer, donde el mercado se centra en potenciar el sector de servicios y el hedonismo quiere indentificarse con el consumismo. El placer es el único fin que se persigue, un placer que, cuan más efímero mejor, puesto que puede ser económicamente beneficioso en su reiteración.
Llegados a este punto podemos hablar de dos tipos de placer. Aunque ambos sean fundamentalmente el mismo -los dos tienen su origen en nuestra mente-, responden de diferentes estímulos. Por una parte, tenemos el placer físico, el que proporcionan los sentidos de una forma material: el olor de un fino perfume o una fruta exótica, el sabor de un plato exquisito, pero, sobre todo, el deleite del tacto y la carne: el sexo.
En segundo lugar, tenemos el placer intelectual, que si bien también llega a nosotros por los sentidos -¿cómo si no?-, su disfrute es puramente mental. Estoy hablando de escuchar un nocturno de Chopin -o un riff de Metallica-, contemplar un lienzo de Bouguereau o Klimt, leer a Cervantes o a Kavafis, o de deleitarse con esa película que por muchas veces que uno la ve, nunca se cansa.
Todos podemos sentir el latigazo de ambos placeres; acaso el segundo es algo más difícil de sentir por cuanto necesita de una educación sentimental, de un gusto,de un refinamiento. O no. Tampoco hay que pasarse de elitistas (aunque sería legítimo en esta página). Simplemente es cuestión de tener alguna inclinación por lo que tan fácilmente llamamos Arte y que tan sutiles lindes parece tener hoy en día.
¿Es uno de los dos superior al otro? Es difícil decirlo. Pero lo que tengo muy claro es que el sexo no es superior al Arte. En palabras de José María Álvarez:


... Porque gozar de una mujer así
no es placer inferior
ni acaso de otra especie
que escuchar la Misa en sí menor de Bach en Chartres,
que acariciar la carne del crepúsculo sobre Istanbul
o que leer a Píndaro en voz alta
desde Delfos. Meter la lenga en esa boca
y recibir la suya, debe ser
¡Dios! como la sacudida en la inteligencia cuando
se lee a Shakespeare, o a Borges, o a Nabokov, como
lo que debió sentir Colón
al oler tierra. Sentir cómo ese cuerpo se abandona al placer,
ver enturbiarse esa mirada,
no es de rango menor
que comprender el Panteón
.*

Llega un momento, empero, el momento supremo, en que el sexo se hace Arte; en que la contemplación de un cuerpo es suficiente: no es medio, ni fin; el éxtasis de esa visión no es el despertar de un ardor sexual, la contemplación por sí misma, en sí misma, es una experiencia estética total que no necesita de nada más: ni es substituta ni preámblo de nada. Lo es todo.

Lo ideal, por supuesto, es poder gozar de ambos placeres, con ponderada igualdad. Si se tuviera que elegir... Sería una cuestión grave y larga de decidir.


*de "Astarnuz", en La lágrima de Ahab. Ed. Visor de Poesía.

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