18.6.15


Volví a ver El club de los poetas muertos por enésima vez. Esta vez se la puse a los alumnos de 3º de ESO. He perdido la cuenta de las veces que la he visto, empezando por la primera vez cuando todavía estaba en bachillerato, hasta hoy. Y, a pesar de que siempre encuentro cosas nuevas en las sucesivas revisiones, nunca ha cambiado mi opinión sobre ella.

Esta vez me ha parecido más deprimente que nunca, no sé por qué. La escena que más me ha conmovido ha sido aquella en la que el profesor Keating, tras el suicidio de Neil, recoge de su pupitre el libro que le prestó para la reunión del club (no he encontrado el plano, sólo este inmediatamente anterior al que corresponde la imagen de arriba). Entonces vuelve a leer el poema inicial, y se echa a llorar. Es una escena muy corta, pero muy sentida, y da una idea del sentido de la responsabilidad que tenemos los profesores para con nuestros alumnos. Este revisionado, como digo, me ha parecido uno de los más tristes que he hecho de la película. Nuestra libertad tiene un precio, y Neil encuentra la libertad en la muerte, incapaz de afrontar la realidad y el deseo. Esa pulsión de los extremos de la adolescencia es llevada a sus últimas consecuencias. 

Todos los adolescentes piensan en la muerte. Recuerdo leer unas lineas privadas de mi primera pareja en un cuaderno: "Muerte, eres la hermana de Morfeo, siento que me llamas..." Sólo son fantasías, coqueteos, ideas estrambóticas que nos bullen en la juventud. Pero ahí están; y necesitas ser mentalmente estable para no escuchar demasiado a esas sirenas. Neil prefiere evitar más enfrentamientos y termina con todo. Eso no era lo que Keating le había enseñado, pero la adolescencia es fuego: hay que ir con mucho cuidado de quemar a alguien o de quemarse uno mismo. Una vez más la responsabilidad del profesor, su compromiso ético.

[Tenía ganas de tener tiempo y escribir algo aquí, en plena libertad. Y esto es lo que ha salido.]

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