Hace poco, una profesora me comentaba una escena en una clase de secundaria. El debate entre alumnos había derivado a los programas de televisión; un chico comentó que espacios como uno muy conocido de Mediaset en el que dos gradas de jóvenes intentan "encontrar el amor" eligiendo entre sus pretendientes/as tratan a la mujer como si fuera un pedazo de carne en un expositor. Una chica le contestó airada que eso lo decía porque él era un machista. Cuando la profesora me trasladó la anécdota no pude evitar pensar en la reciente lectura de Sally Heathcote, sufragista, obra de Kate Charlesworth y el matrimonio Talbot, que hace poco editó La Cúpula. Qué irónico resulta que, cien años después de una lucha por unos derechos legítimos, una lucha dura y dolorosa, aún haya mujeres que no hayan entendido nada de la lucha feminista.
He de reconocer que, como lectura, Sally Heathcote me aburrió. O al menos, una parte importante de la lectura. Se me hizo muy larga y necesité varios días para terminarla. No por los hechos que cuenta, en general, ni por la moda que últimamente planea sobre la novela gráfica de documentar los detalles de cada página en un apéndice final, sino por que se hace una lectura farragosa. Creo que los autores han querido ser tan fieles a la realidad que han perdido dinamismo y agilidad: creo que hay demasiados diálogos, demasiados nombres, demasiada información, todo en un esquema de viñetas bastante rígido.
Pero lo que me interesó mucho de Sally Heathcote fue conocer los entresijos de la lucha por el sufragio femenino a principios de siglo XX, en una sociedad tan conservadora como la británica. Sabíamos de las mujeres que protestaban, y hacían pancartas, y sociedades (todos recordamos a las damas sufragistas de Mary Poppins), pero poco más. Con esta obra vemos que no todo fue repartir chapas y hacer mitines: hubo violencia y hubo destrucción de mobiliario público y ataques personales contra políticos y bombas y cárcel.
Lo que hoy llamaríamos terrorismo.
Y somos testigos de una lucha cruenta en pos de unos derechos que hoy se nos antojan naturales. Hubo boicot de actos políticos, detenciones violentas, prisión para muchas de estas sufragistas, y huelgas de hambre en las que muchas mujeres fueron alimentadas a la fuerza. El movimiento sufragista demostró que a veces hay que actuar por encima de la ley para lograr tus objetivos, y hoy podemos ponerles muchos peros a las actividades que desarrollaron, pero no a su resultado. Hoy en día el esfuerzo de estas mujeres (y de algunos hombres, también hay que decirlo) es una victoria por los derechos conquistados, y no otorgados de forma natural. Es un ejemplo de lucha.
Por eso Sally Heathcote es una lectura necesaria, aunque luego, por aquello del libre albedrío, uno haga después lo que quiera con ese ejemplo. La novela gráfica se cierra con una ironía sangrante, humor negro si queréis, con la conversación de una Sally anciana con su nieta, que acaba de cumplir los dieciocho: "¡Imagínate! ¡El año que viene podrás votar!", a lo que contesta con displicencia la nieta "Oh, no creo que me molesta, abuela". Sally también luchó por ese derecho de abstenerse de su nieta o por esa chica que, en un instituo actual, piensa que machista es quien abomina de Mujeres y Hombres y Viceversa.
He de reconocer que, como lectura, Sally Heathcote me aburrió. O al menos, una parte importante de la lectura. Se me hizo muy larga y necesité varios días para terminarla. No por los hechos que cuenta, en general, ni por la moda que últimamente planea sobre la novela gráfica de documentar los detalles de cada página en un apéndice final, sino por que se hace una lectura farragosa. Creo que los autores han querido ser tan fieles a la realidad que han perdido dinamismo y agilidad: creo que hay demasiados diálogos, demasiados nombres, demasiada información, todo en un esquema de viñetas bastante rígido.
Pero lo que me interesó mucho de Sally Heathcote fue conocer los entresijos de la lucha por el sufragio femenino a principios de siglo XX, en una sociedad tan conservadora como la británica. Sabíamos de las mujeres que protestaban, y hacían pancartas, y sociedades (todos recordamos a las damas sufragistas de Mary Poppins), pero poco más. Con esta obra vemos que no todo fue repartir chapas y hacer mitines: hubo violencia y hubo destrucción de mobiliario público y ataques personales contra políticos y bombas y cárcel.
Lo que hoy llamaríamos terrorismo.
Y somos testigos de una lucha cruenta en pos de unos derechos que hoy se nos antojan naturales. Hubo boicot de actos políticos, detenciones violentas, prisión para muchas de estas sufragistas, y huelgas de hambre en las que muchas mujeres fueron alimentadas a la fuerza. El movimiento sufragista demostró que a veces hay que actuar por encima de la ley para lograr tus objetivos, y hoy podemos ponerles muchos peros a las actividades que desarrollaron, pero no a su resultado. Hoy en día el esfuerzo de estas mujeres (y de algunos hombres, también hay que decirlo) es una victoria por los derechos conquistados, y no otorgados de forma natural. Es un ejemplo de lucha.
Por eso Sally Heathcote es una lectura necesaria, aunque luego, por aquello del libre albedrío, uno haga después lo que quiera con ese ejemplo. La novela gráfica se cierra con una ironía sangrante, humor negro si queréis, con la conversación de una Sally anciana con su nieta, que acaba de cumplir los dieciocho: "¡Imagínate! ¡El año que viene podrás votar!", a lo que contesta con displicencia la nieta "Oh, no creo que me molesta, abuela". Sally también luchó por ese derecho de abstenerse de su nieta o por esa chica que, en un instituo actual, piensa que machista es quien abomina de Mujeres y Hombres y Viceversa.
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