"Stalker" a pesar de su sonido extranjero y extraño, esta palabra había entrado en la legua rusa. Originalmente designaba a individuos que habían caído en la miseria y se arriesgaban a entrar en campos de pruebas abandonados por el ejercito. Su objetivo era encontrar proyectiles y bombas no utilizados para desmontarlos y vender las partes metálicas en desguaces. También se refería a todo tipo de personajes dudosos que en tiempos de paz se arrastraban por las alcantarillas y hacían otras cosas por el estilo. Todos ellos tenían algo en común: se arriesgaban a correr peligros extremos, se enfrentaban a lo desconocido, lo incomprensible, lo terrible, lo inexplicable. ¿Quien sabía lo que podía encontrarse en los campos de pruebas abandonados, donde la tierra, contaminada por la radiación, desfigurada por millares de explosiones, atravesada por trincheras y perforada por catacumbas, podía haber alumbrado montuosas criaturas? Y tan sólo la imaginación alcanzaba a concebir lo que habría crecido en las cañerías de aquella ciudad monstruosa, desde que los dueños de las viviendas hubieran cerrado los accesos con el fin de aislarse para siempre de aquel tenebroso, angosto y fétido laberinto. En el Metro se llama "Stalkers" a los temerarios que se atrevían a ascender a la superficie. Provistos de trajes aislantes, máscaras de respiración con los anteojos empañados, armados hasta los dientes, subían para proveerse de bienes que la comunidad necesitara: municiones, máquinas, piezas de recambio, sustancias inflamables. Las personas que se atrevían a subir se contaban por cientos, pero eran pocos los que regresaban con vida. Eran considerados de gran valor. Su rango era todavía más alto que el de los antiguos trabajadores del Metro. Arriba acechaban todo tipo de peligros, desde la propia radiación hasta las terroríficas criaturas que ésta había engendrado. Sí, aun había vida en la superficie, pero no podía compararse con lo que comúnmente se entendía como tal. Todos y cada uno de los Stalkers eran leyendas en vida, semidioses. Jóvenes y ancianos les miraban con fascinación. Los niños nacían en un mundo en el que ya no era posible nadar ni volar, en el que las palabras "piloto" y "marinero" apenas si se utilizaban., y por ello lo que los chicos querían hacerse eran Stalkers. Marcharse envueltos en una armadura brillante, acompañados por cientos de miradas temerosas y emocionadas, hacia lo alto, allá donde moraban los dioses. Luchar contra monstruos, y luego, tras regresar bajo tierra, ofrecerles a los hombres carburante, municiones, luz y fuego. Es decir: la vida.
Leyendo Metro 2033, la novela de Dmitry Glukhovsky en la que se basa el videojuego homónimo y que tiene diversos puntos de conexión con el universo STALKER, me encuentro con esta alusión (pg. 45) a nuestros viejos amigos. Metro 2033 es una novela de ciencia ficción que presenta una Rusia barrida por una hecatombe nuclear, en la que los últimos hombres se han refugiado en la antaño gloriosa red de metro de Moscú.
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