29.1.04

¿Quién teme a J.S. Bach?

Durante algunas de estas noches he estado hablando con Gran Rabo acerca de nuestros gustos musicales. Como algunos de vosotros ya sabréis, GR es un acérrimo seguidor de la música barroca. En este post no quiero abrirle los ojos a la música postbachiana, pero sí al menos romper una lanza a su favor. Aunque, en esta ocasión, no me voy a ir muy lejos. Me gustarán por igual, desde María del Mar Bonet y Savina Yannatou, hasta los Misfits, pasando por Manolo García, Nat King Cole, Nick Cave o Tori Amos; Carl Orff, Debussy o Schubert. Pero esta vez me voy a quedar con los románticos. Querido GR, no es que quiera hacerte la contraria, pero es que no sabes lo que te estás perdiendo. Sólo pondré dos ejemplos más o menos conocidos. El primero: la sonata para piano de Beethoven 14 (op. 27-2), vulgarmente "Claro de luna". Qué puedo decir de esta sonata: lo triste y melancólico del primer y lento movimiento, que va desgranando el tema lentamente; la alegre candidez del segundo, y finalmente la furia del tercero, que hace temblar el piano de pies a cabeza, en escalas vertiginosas y un tempo endiablado: cuando un acorde a dos manos hace estallar el teclado y la melodía empieza escalar notas hasta otro estallido. Genial, absolutamente genial. Otro ejemplo casero (como veis, no soy nada entendido en música): el Nocturno en re menor (op. 72-1) de Chopin: una joya triste y lánguida, que repite un tema tan frágil que -como me decía una buena amiga- parece que se va romper. Si compositores anteriores al romanticismo crearon obras maestras de pura técnica, los románticos supieron inyectarle a la música todo la sublimación de sentimientos de la que aún somos hijos todos, con toda esa carga hiperestésica de aquellos años. No digo que los anteriores (y posteriores) no supieran hacerlo. Pero ya me entendéis.


Schroeder lo tiene claro

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