En Cartas del que regresa, Hugo Von Hofmannsthal pone por escrito su desasosiego espiritual al volver a Alemania, pero en una de sus cartas encuentra algo que le saca de su spleen: encuentra una exposición de un pintor desconocido y sus cuadros le vuelven loco. Le arrojan a otro mundo, le abren ventanas que ni siquiera sabía que tenía en su cerebro. Gracias a la visita de esa exposición, nos dice, su ánimo cambia de tal manera que consigue encarar el negocio que tenía que realizar con excelentes resultados. La exposición en cuestión resulta ser de Van Gogh, y Von Hofmannsthal, uno de los primero que lo reivindica en 1907.
Un cuadro que ha hecho una de mis más brillantes alumnas durante el confinamiento. |
El sentimiento de maravilla que siente el escritor hoy ya no es posible. Estamos bombardeados constantemente por novedades, por nuevas obras, nuevas películas, nuevas canciones, nuevos documentales, nuevos libros, nuevos cuadros, nuevas representaciones, fusiones, reinterpretaciones, combinaciones, descubrimientos, cada día podemos descubrir a un nuevo artista, una nueva poeta, y por consiguiente, ese sentimiento de maravilla queda anestesiado por esa avalancha de novedades. Has parpadeado y tienes cinco nuevas series con nuevas temporadas para ver, han estrenado diez películas, editado veinte libros y treinta discos, y publicado cien juegos de mesa, rol y ordenador. Y todo queda en un eterno poner en la cola de pendiente aquellas cosas que quieres experimentar. Pero ese sentimiento de maravilla, ¿dónde va a germinar ante tal infinita combinación?
Llevamos dos meses enteros encerrados y tan sólo la suerte hará que la imprudencia de la grey, el populacho (ese ente abstracto llamado "la gente", en el que uno nunca se incluye), no provoque que tengamos que quedar un tiempo equivalente. Por lo pronto, el conseller autonómico acaba de anunciar que las clases no se retomarán hasta el curso que viene, lo que parecía de pura lógica, pero con los políticos nunca se sabe.
Los Toreadores lo dividían en "artistas" y "farsantes". |
No he podido avanzar mucho en mis lecturas; llevo un año malísimo. El único cómputo que ha salido beneficiado, creo, es de películas. Por las noches estoy demasiado cansado, y además he cogido el hábito de coger varios libros para releer fragmentos, consultar, revisar... Y todo eso son lecturas que no pueden contabilizarse. También he hecho algunas lecturas rápidas de libros que he decidido liberar cuando podamos volver a la biblioteca, como el insípido Bestiario de Apollinaire, en una edición atroz de Lleonard Muntaner. Releo muchos manuales de rol (es impresionante como cada vez olvido la mecánica de InSpectres) y, sobre todo, busca aventuras que me parezcan ideales para jugar.
Pero siempre, por fortuna, hay algún tipo de curiosidad, que me lleva a abrir una puerta hasta entonces entornada, y que me permite vislumbrar, no nada en concreto, sino la ilusión de todo un territorio nuevo por descubrir. Ahora mismo, esa puerta se llama wargames, y a pesar de que sean juegos de reglamentos intrincados, que necesitan de muchas horas y de varios participantes, es la ilusión que me ilumina. No es un wargame ortodoxo, pero pude probar Pavlov's House, y me entusiasmó la narrativa que pude engarzar jugando solo, defendiendo un solitario edificio de la fría Stalingrado, con el constante asalto de los panzers por las calles que enfilan al norte, y los bombardeos sobre las posiciones soviéticas en el Volga. El camarada Pavlov murió tras un ataque directo, pero pudimos resistir el embite teutón hasta el final del juego. Pequeñas ilusiones, pequeños sentimientos de maravilla encapsulados en fichas de cartón.
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