Astiberri tuvo la gentileza de enviarme Bone: Coda, y claro, para leer esa puntilla a la historia de Jeff Smith tenía un problema: leí la primera parte de Bone cuando apareció en grapas por Dude Comics (una edición que se convirtió en un infierno de esperas) y luego compré el primer tomo a color de Astiberri allá por 2005, aproximadamente, pero nunca terminé. Me gustaba Bone, pero el tono épico que iba tomando según lo leía (y que acabé por dejar... ¿o fue que Dude abandonó la publicación? No recuerdo) me resultaba algo extraño de encajar en aquella historia que parecía simplemente una serie de humor y fantasía. Así que ésta era la oportunidad de retomar la obra 12 años después de leerla por última vez y unos 20 desde que apareciera por primera vez. Fui a la Biblioteca Can Sales de Palma para proveerme con los nueve tomos en color (ocho si contamos con que ya tenía el primero).
Habiendo leído siete, la impresión sigue siendo más o menos la misma, aunque matizada. Leyéndolo ahora puedo encajar mejor ese tono épico que Smith va construyendo poco a poco en la trama, y lo que era una comedia protagonizada por tres seres mezcla de Pitufos y Patoaventuras, pasa a ser una aventura de tintes heroicos en la más pura línea de El señor de los anillos. Tolkien: ésa es, sin duda, la influencia más patente en John Smith. Con personajes fuertes, carismáticos, pero bastante posicionados en su moral. Luego están los graciosos, el entrañable caradura de Phoney Bone, las mostrorratas y sus conversaciones sobre hacer quiche... (me gusta especialmente el carácter de Rock Jaw, Señor de la Frontera Oriental, un personaje brillantemente alineado como neutral-caótico y con una vena nihilista muy curiosa en el contexto de la obra). Pero Smith sabe recrear un universo bastante cerrado y coherente, un Valle que tiene su propia personalidad, por mucho que los ecos de Tolkien brillen aquí y allá. Lo que no termina de gustarme es el amplio uso que hace de los diálogos. Bone mejora muchísimo cuando la narración es fluida y ágil, cuando hay acción o los diálogos tienen movimiento, pero el problema que tiene Smith es que quiere contar muchas cosas, demasiadas, y las interminables conversaciones detienen la historia y la lastran mucho. Mucho. Hablamos, quizá, de cuatro páginas seguidas con casi los mismos planos en los que los personajes dialogan. Si en las novelas los diálogos son los que aportan agilidad y rotura del bloque muralla/párrafo, en Bone, es al revés: cada vez que llega uno de esos parlamentos tengo que resistir la tentación de leerlos por encima o saltarlos (glups, no, que quizá se diga algo importante). Si no fuera por ese detalle, que aparece en todos los tomos de la historia, Bone sería una súper obra maestra.
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