Hace un par de años que mis índices de lectura son paupérrimos. A medida que mis hijas se van haciendo mayores, parece que el trabajo se multiplica y sólo encuentro un momento para leer cuando voy a la cama, antes de caer rendido otro día más. Como vi venir, este año la lectura de Normandía 1944 de James Holland me está costando mucho: más de 700 páginas que, aunque muy interesantes, no logro configurar en mi cabeza cuando el autor baja al terreno de lo concreto y describe escaramuzas tácticas que, simplemente, no puedo representar en la cabeza. Llevo cinco meses con el libro y todavía me quedan 200 páginas.
Pero hete aquí que una circunstancia azarosa hizo que mis lecturas se
reactivaran hace un par de meses. Dos tapones muy gordos en los oídos
(me temo que facilitados por el uso de auriculares "intraoído"), me
llevaron, primero, a buscar auriculares de diadema para mis viajes en
bus (llevo todo el curso yendo al trabajo en este servicio público, lo
que se traduce en una hora y media cada día de trayectos), segundo, a
intentar leer en el bus, al menos en el primer transbordo, en el que
siempre me puedo sentar y no es demasiado movido. Siempre me he mareado
leyendo en el coche, pero ha resultado que, en este pequeño lapso de
quizá 20m. del primer bus que cojo, que va prácticamente en línea recta
hasta donde me bajo, sí que he podido leer con comodidad. Y eso me ha
animado mucho. Empecé por terminar
La utilidad de lo inútil, de
Nuccio Ordine, recomendación de Silvia Broome, y me entusiasmó. La
pasión de este hombre, su completo convencimiento en las ideas
humanistas, me llegaron mucho y me dieron fuerzas para seguir adelante
en mi trabajo. Seguí con otro libro de Ordine,
Los hombres no son islas,
que, a pesar de que tiene muchas coincidencias literales con lo que
cuenta el autor en su libro anterior, el compendio de textos de autores
clásicos que tratan temas directamente relacionados con nuestra vida (el
amor, la consideración de pareja, el racismo, el clientelismo de la
universidad, el humanismo, etc.) es realmente excelente y resulta una
guía fantástica por si algún día uno quiere entrar en esos clásicos por
sí mismo.
Llevado por el culturalismo, en el buen sentido, de Ordine, revisé mi biblioteca en busca de libros breves que pudiera leer en ese pequeño lapso de autobús. Y volví a Borges, autor que en la universidad me había apasionado. Leí
Discusión, pequeños ensayos y conferencias de diversos temas, sobre todo literatura, filosofía y cine, y luego
Los conjurados, un poemario que, si no he entendido mal, es el último libro publicado por el argentino. Del primero, me encantó su erudición, hasta el límite de lo pedante, pero a Borges siempre se lo perdono. Muchas veces se me escapan las referencias que utiliza, y además la manera que tiene de decirlo no es precisamente la más sencilla (esto lo noto ahora, no creo que lo advirtiera hace veinte años), pero su sutil y soterrado humor me conforta. Respecto al segundo, me llamaron la atención varios pasajes, y sobre todo el aire personal que transpira la primera parte del poema. Luego la erudición vuelve a abrirse paso, y nos encontramos con los temas de Borges de siempre: la eternidad, el tiempo, el eterno retorno... Pero en
Los conjurados el tamiz lo pone un autor ya ciego, y probablemente consciente de que está agotando sus días. Me estremeció. Por ejemplo, éste, que no parece de Borges:
Tríada
El alivio que habrá sentido César en la mañana de Farsalia, al pensar: Hoy es la batalla.
El alivio que habrá sentido Carlos Primero al ver el alba en el cristal
y pensar: Hoy es el día del patíbulo, del coraje y del hacha.
El alivio que tú y yo sentiremos en el instante que precede a la muerte,
cuando la suerte nos desate de la triste costumbre de ser alguien y del
peso del universo.
Lo cierto es que ante la idea de otro año en que mis lecturas fueran escasas, las últimas circunstancias me han animado, han hecho que recuperara la ilusión por leer y me han insuflado, de alguna manera, el espíritu humanista, filosófico y literario de los autores que he leído.
1 opiniones:
Me alegro que recuperes esa ilusión, a mí también me ha pasado algo parecido.
Un beso desde El Exilio
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