Arranca un nuevo verano en Villa Cisne, y al contrario del año pasado, en el que las primeras semanas de julio dieron un respiro, este año el calor aprieta desde mediados de junio, y con pocos visos de que afloje. Eso me entristece y me paraliza, me quita toda la energía. Exacerba cualquier molestia física que tenga y me deja sin ganas de hacer nada. Encima, estar en casa es un suplicio con dos niñas chinchándose y dos perros soltando pelo constantemente. Cada día es una repetición de cualquier fin de semana, en el que sacar a pasear a los perros a primera hora, preparar el desayuno, retirarlo, limpiar la cocina, barrer el piso... y agonizar un rato después de gastar todas las energías, y apenas son las 9 de la mañana.
Y la rabia. La rabia en cuanto me pongo a darle vueltas a cómo se planifican nuestras ciudades, o las correcciones que éstas deberían estar siendo pensadas para contrarrestar los horribles veranos que nos quedan. Hoy ya no se pueden pensar más calles de determinada anchura sin árboles. No pueden pensarse parques basados en el cemento. Fíjaos en la foto de este pequeño parque cerca de casa: con una zona de arena y juegos... impracticable la mayoría de horas de sol de verano. Tenemos demasiado asfalto y poca madera. Hay que repensar urgentemente nuestras ciudades, nos va la vida.