Me gusta escuchar viejas grabaciones de jazz de noche o de madrugada, a Billie Holiday, a Chet Baker. Releer algunos poemas de Álvarez, de Kavafis, de Borges. Beber una copa de champán. Sentir cómo se enturbia la mirada de una mujer. Empezar a ver películas -"Desmontando a Harry", "Drácula", "El paciente inglés", "El gran Lebowsky", "In the mood for love"-, pero nunca terminarlas. Pasear y ver la explosión de colores de las estaciones: los verdes de la primavera, los rojos del otoño, el blanco de los almendros del invierno. Hundirme en una cama mullida cuando hace frío. Ver la cara de alguna amistad cuando nos encontramos por casualidad. Derramar una lágrima por una película, por un libro, por un cómic, por una canción, por un cuadro (sí, es posible). Pasear por el cementerio antiguo. Escuchar a alguien al piano. Poner a Chopin. Repasar un libro de Klimt. Comprar algo en el "forn" de Llorito. Mirar a alguien especial a los ojos. Estar una hora trabajando con el Photoshop y que valga la pena. Reír con ganas ante un gag de "Dr. Slump", o de "Calvin & Hobbes", o del "Monty Python´s Flying Circus". Volver del trabajo. Imaginar una escena prohibida con alguna conocida en la más estricta intimidad. Sexo después de una ducha. Tumbarse en el césped y ver pasar las nubes. Desvestir a una mujer. Ir a comprar cómics. Esperar a una chica en un café. Picar entre horas. Dormir media hora después de ver, por enésima vez, medio capítulo de los "Simpson". Escribir sin propósito y que salga algo inesperado. Tener un rapto y encontrar un verso que por fin desencadena un poema. Saber que estás en paz.
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