[Esta es la segunda vez que escribo estas líneas primeras. Un sorpresivo corte de electricidad me ha interrumpido hace un rato]. Esta tarde, mientras esperaba que amainara la tormenta y pudiera volver a conectar, me he sentado en silencio, en la oscuridad de mi habitación, a contemplar cómo llovía. Ver pasar el tiempo, con esa lluvia, y los truenos, y los relámpagos, es fantástico. He encendido algo de incienso, y, para hacer más ceremonial el momento, he puesto el cd "The Serpent´s Egg", de Dead Can Dance, con ese ritual inicial que es "The Host of Seraphim", con el estremecedor órgano y la voz increíble de Lisa Gerrard.
Ya pasada mi participación en el congreso sobre Costa i Llobera y Alcover, pocas cosas tengo pendientes, salvo arreglar un poco mi vida. Hoy he estado viendo la televisión más de lo que acostumbro. Primero he visto una media hora del dvd "Led Zeppelin", en concreto más o menos la mitad del concierto del Royal Albert Hall de 1970. Qué gancho, qué fuerza tenía la banda, que apenas tenía un año y medio de rodaje. [Los rayos siguen cayendo, espero que no me vuelva a quedar a oscuras] Robert Plant hace un trabajo maravilloso, Page empieza ya a experimentar con arcos de violines, pero el que me fascina del recital es John Bonham, que con tan sólo 21 años, borda todo el concierto -incluido su monumental esfuerzo en "Moby Dick"- a la batería. Qué tiempos. Díganle ahora a una banda que toque durante más de dos horas o que dilate sus canciones a piezas monstruosas de quince minutos. Tiempo es dinero.
Más tarde, he visto un documental en Localia sobre astronomía. He descubierto que el universo se expande, como preocupantemente descubría de pequeño el personaje de Woody Allen en "Annie Hall". Como tengo el guión de la película en un librito que editó Tusquets hace eones, permítanme citarle una de las secuencias más divertidas del film:
Madre: Tiene una depresión muy grande. De repente, ya no hay forma de que haga nada.
Médico: ¿Por qué estás deprimido, Alvy?
Madre: Cuéntaselo al Dr. Flicker. Ha sido algo que ha leído.
Médico: Algo que ha leído, ¿eh?
Alvy niño: El universo se expande.
Médico: ¿El universo se expande?
Alvy niño: Bueno, el universo es todo, y si continúa en expansión, acabará por estallar, ¡y eso será el fin de todo!
Madre: ¿Y a ti qué te importa? Ya no hace los deberes.
Alvy: ¿Y para qué?
Madre: ¿Qué pinta el universo en todo esto? ¡Tú vives en Brooklyn! ¡Y Brooklyn no se expande!
Pues sí, eso decía el documental, y más deprisa de lo que se creía, a juzgar por la luz que nos llega ahora de novas que explotaron hace mil millones de años. Nuestro sistema ni siquiera existía cuando esas estrellas reventaron, y ahora nos llega esa luz. Es sencillamente escalofríante. Auguran los científicos berkeleyanos que si el universo sigue expandiéndose a una velocidad cada vez mayor, dentro de millones de años si mirásemos al cielo, no veríamos las estrellas que vemos ahora. Todo estaría más vacío, más espacioso. Esta nueva teoría -ehem, nueva; les recuerdo que era un reportaje de Localia- daría mucho más tiempo de vida del que se le auguraba al universo. Al final, decían, el universo seguiría existiendo pero todas las estrellas ya habrían muerto, todas las luces se habrían apagado. Todo a oscuras. La última, claro, la apagaría ella, y entonces cerraría la puerta, y, bueno, todo eso que decía en los cómics...
Finalmente, no sé por qué, me he animado y he cogido una película que tengo en divx desde hace años y aún no había visto: "Lupin III: el castillo de Cagliostro", una aventura del divertido ladrón creado por el autor Monkey Punch y cuya serie de animación muchos recordamos grata y calenturientamente. Este largometraje es delicioso, puesto que tiene un punto añadido: está dirigido por Hayao Miyazaki, alabado sea. Y como buena obra de Miyazaki tiene castillos, aparatos volantes estrafalarios, gestas imposibles, chicas fragilísimas, y malosos encapuchados. En "El castillo de Cagliostro" los malos son malos, malos; los buenos, son buenos, pero también pícaros; los diálogos son a veces algo forzados, y, como siempre, al final no hay tesoro que llevarse a casa. Pero Miyazaki y el carisma de los personajes hacen el resto, y resulta deliciosa a la vista. Miyazaki, ya saben, es el autor de "La princesa Mononoke" o "El viaje de Chihiro", que tanto les gusta a ustedes, pero yo, si me he de quedar con algo de Miyazaki, me quedo con obras anteriores: "Mi vecino Totoro", a mi parecer, contiene la esencia de sus películas mucho mejor. Y más que con las películas, me quedo con sus series de television: "Heidi" (¿quién no quiso comerse uno de esos panecillos que guardaba para la abuela de Pedro?), "Marco" (¿recuerdan a la joven titiritera pelirroja? ¡qué preciosidad!), pero sobre todo "Conan" (ya saben, "el niño del futuro"), y "Sherlock Hound" (el Sherlock versión perro... ¿hay algún malo con más carisma que nuestro Dr. "jajejijoju" Moriarty?). Algún día tengo que volver a hablarles de Miyazaki, uno de los reyes de la animación japonesa, con más detalle que este post sin rumbo.
Vuelvo al ordenador, pasada la tormenta. Empiezo a escribir, y se va la electricidad. Vuelta a empezar. Mientras ultimo este post (ahora ya en el wordpad y grabándolo cada tanto), sigue sonando la música. El "Alone in San Francisco" de Thelonius Monk parece que falla, he tenido que cambiarlo por uno de mis primeros cds de mp3... Suena una versión algo cutre de "Helter Skelter" de Aerosmith, luego aquel himno de Barón Rojo que tanto gustaba a Emil y que me contagió -hablo de "Hijos de Caín"- y ahora una canción poco conocida de Big Mountain, que siempre asocié con la lectura de un número de "Ghost in the Shell" de Masamune Shirow. En bachillerato teníamos a un compañero -¿he de decir "mulato", "negro", "de color"?- que buscaba un nombre para ponerse y parecer más africano. Cuando vio uno de mis cómics, decidió hacerse llamar, al menos por un tiempo, Masamune Ozán. Intenté explicarle que ese nombre era japonés, pero él insistía en que sonaba bien. Sí, supongo que tenía razón.
Mi madre ha comprado en un rastrillo un Oizo -o Flat Eric, como se llame- [sí, sí, como éste], que es poco menos que monstruoso. Su volumen y su color amarillo chillón lo convierten en una abyección que Blackie ha repudiado rápidamente. Creo que lo pondré dentro de mi flamante Fiat Uno. ¿Creen que lo podré considerar como tunning?
Avanza la noche y el cd. Llegan las notas de Yoko Kanno y "Don´t bother none", canciones que en los primeros cds que hice de mp3 son imperdibles. Creo que ya he dado demasiado la tabarra. Feliz puente si lo tienen, y si no, nos vemos en el infierno. Por cierto, edificio modernista de propina. ¿Alguien sabe dónde pudo Cisne Negro fotografiarlo? El primero que lo sepa, como siempre, tiene un regalo. Eso sí, por favor, no me pidan qué hacía allí para poder hacer esa fotografía...
Ya pasada mi participación en el congreso sobre Costa i Llobera y Alcover, pocas cosas tengo pendientes, salvo arreglar un poco mi vida. Hoy he estado viendo la televisión más de lo que acostumbro. Primero he visto una media hora del dvd "Led Zeppelin", en concreto más o menos la mitad del concierto del Royal Albert Hall de 1970. Qué gancho, qué fuerza tenía la banda, que apenas tenía un año y medio de rodaje. [Los rayos siguen cayendo, espero que no me vuelva a quedar a oscuras] Robert Plant hace un trabajo maravilloso, Page empieza ya a experimentar con arcos de violines, pero el que me fascina del recital es John Bonham, que con tan sólo 21 años, borda todo el concierto -incluido su monumental esfuerzo en "Moby Dick"- a la batería. Qué tiempos. Díganle ahora a una banda que toque durante más de dos horas o que dilate sus canciones a piezas monstruosas de quince minutos. Tiempo es dinero.
Más tarde, he visto un documental en Localia sobre astronomía. He descubierto que el universo se expande, como preocupantemente descubría de pequeño el personaje de Woody Allen en "Annie Hall". Como tengo el guión de la película en un librito que editó Tusquets hace eones, permítanme citarle una de las secuencias más divertidas del film:
Madre: Tiene una depresión muy grande. De repente, ya no hay forma de que haga nada.
Médico: ¿Por qué estás deprimido, Alvy?
Madre: Cuéntaselo al Dr. Flicker. Ha sido algo que ha leído.
Médico: Algo que ha leído, ¿eh?
Alvy niño: El universo se expande.
Médico: ¿El universo se expande?
Alvy niño: Bueno, el universo es todo, y si continúa en expansión, acabará por estallar, ¡y eso será el fin de todo!
Madre: ¿Y a ti qué te importa? Ya no hace los deberes.
Alvy: ¿Y para qué?
Madre: ¿Qué pinta el universo en todo esto? ¡Tú vives en Brooklyn! ¡Y Brooklyn no se expande!
Pues sí, eso decía el documental, y más deprisa de lo que se creía, a juzgar por la luz que nos llega ahora de novas que explotaron hace mil millones de años. Nuestro sistema ni siquiera existía cuando esas estrellas reventaron, y ahora nos llega esa luz. Es sencillamente escalofríante. Auguran los científicos berkeleyanos que si el universo sigue expandiéndose a una velocidad cada vez mayor, dentro de millones de años si mirásemos al cielo, no veríamos las estrellas que vemos ahora. Todo estaría más vacío, más espacioso. Esta nueva teoría -ehem, nueva; les recuerdo que era un reportaje de Localia- daría mucho más tiempo de vida del que se le auguraba al universo. Al final, decían, el universo seguiría existiendo pero todas las estrellas ya habrían muerto, todas las luces se habrían apagado. Todo a oscuras. La última, claro, la apagaría ella, y entonces cerraría la puerta, y, bueno, todo eso que decía en los cómics...
Finalmente, no sé por qué, me he animado y he cogido una película que tengo en divx desde hace años y aún no había visto: "Lupin III: el castillo de Cagliostro", una aventura del divertido ladrón creado por el autor Monkey Punch y cuya serie de animación muchos recordamos grata y calenturientamente. Este largometraje es delicioso, puesto que tiene un punto añadido: está dirigido por Hayao Miyazaki, alabado sea. Y como buena obra de Miyazaki tiene castillos, aparatos volantes estrafalarios, gestas imposibles, chicas fragilísimas, y malosos encapuchados. En "El castillo de Cagliostro" los malos son malos, malos; los buenos, son buenos, pero también pícaros; los diálogos son a veces algo forzados, y, como siempre, al final no hay tesoro que llevarse a casa. Pero Miyazaki y el carisma de los personajes hacen el resto, y resulta deliciosa a la vista. Miyazaki, ya saben, es el autor de "La princesa Mononoke" o "El viaje de Chihiro", que tanto les gusta a ustedes, pero yo, si me he de quedar con algo de Miyazaki, me quedo con obras anteriores: "Mi vecino Totoro", a mi parecer, contiene la esencia de sus películas mucho mejor. Y más que con las películas, me quedo con sus series de television: "Heidi" (¿quién no quiso comerse uno de esos panecillos que guardaba para la abuela de Pedro?), "Marco" (¿recuerdan a la joven titiritera pelirroja? ¡qué preciosidad!), pero sobre todo "Conan" (ya saben, "el niño del futuro"), y "Sherlock Hound" (el Sherlock versión perro... ¿hay algún malo con más carisma que nuestro Dr. "jajejijoju" Moriarty?). Algún día tengo que volver a hablarles de Miyazaki, uno de los reyes de la animación japonesa, con más detalle que este post sin rumbo.
Vuelvo al ordenador, pasada la tormenta. Empiezo a escribir, y se va la electricidad. Vuelta a empezar. Mientras ultimo este post (ahora ya en el wordpad y grabándolo cada tanto), sigue sonando la música. El "Alone in San Francisco" de Thelonius Monk parece que falla, he tenido que cambiarlo por uno de mis primeros cds de mp3... Suena una versión algo cutre de "Helter Skelter" de Aerosmith, luego aquel himno de Barón Rojo que tanto gustaba a Emil y que me contagió -hablo de "Hijos de Caín"- y ahora una canción poco conocida de Big Mountain, que siempre asocié con la lectura de un número de "Ghost in the Shell" de Masamune Shirow. En bachillerato teníamos a un compañero -¿he de decir "mulato", "negro", "de color"?- que buscaba un nombre para ponerse y parecer más africano. Cuando vio uno de mis cómics, decidió hacerse llamar, al menos por un tiempo, Masamune Ozán. Intenté explicarle que ese nombre era japonés, pero él insistía en que sonaba bien. Sí, supongo que tenía razón.
Mi madre ha comprado en un rastrillo un Oizo -o Flat Eric, como se llame- [sí, sí, como éste], que es poco menos que monstruoso. Su volumen y su color amarillo chillón lo convierten en una abyección que Blackie ha repudiado rápidamente. Creo que lo pondré dentro de mi flamante Fiat Uno. ¿Creen que lo podré considerar como tunning?
Avanza la noche y el cd. Llegan las notas de Yoko Kanno y "Don´t bother none", canciones que en los primeros cds que hice de mp3 son imperdibles. Creo que ya he dado demasiado la tabarra. Feliz puente si lo tienen, y si no, nos vemos en el infierno. Por cierto, edificio modernista de propina. ¿Alguien sabe dónde pudo Cisne Negro fotografiarlo? El primero que lo sepa, como siempre, tiene un regalo. Eso sí, por favor, no me pidan qué hacía allí para poder hacer esa fotografía...
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