La cita del libro "Diario de lecturas" de Alberto Manguel me ha llevado hasta aquí: él recuerda a su Buenos Aires natal a través de pequeños detalles cotidianos, y el que cito como título me ha devuelto a mi adolescencia. Hoy quiero recordar a todas aquellas chicas, o mujeres, que compartieron su carne con nosotros, en viejos posados de antiguas revistas, pequeñas doncellas que iluminaron nuestra juventud y nuestro ardor. Recuerdo los números de Penthouse o Playboy de mi padre (bueno, los supongo suyos, porque nunca pregunté, pero el hehco de encontrar más de un ejemplar del mismo número me indica que alguien debió de regalarle muchos ejemplares, como sé de algunos libros), o algunas revistas inglesas -ya no recuerdo su nombre-, todas de diferentes grados de erotismo en sus reportajes. Sé que sentía una gran fascinación por un libro que mi padre guardaba de "Lui", una recopilación de fotos descartadas de los reportajes que se habían ido publicando mensualmente en la revista homónima. Aquel libro no era ciertamente pornografía, sino puro arte.
Debo decir que yo me crié (es un decir) con esas revistas de finales de los setenta, que un buen día descubrí almacenadas en la buhardilla de nuestra casa de Lloret (de la misma forma que también recuerdo una infancia ojeando "Totems" y "Cimocs", los más viejos del lugar sabrán de qué hablo, pero eso es otra historia). Muchas de esas fotos, con el glamour de la época, con esos peinados característicos, hoy se nos antojarían visiblemente obsoletos, pero cómo resplandecen aún esos cuerpos a pesar de la pátina del tiempo. Hay cosas que perduran y, aparte de pubis depilados o no, de morenos naturales o de rayos uva, o de operaciones de pecho, esas páginas encerraban el misterio de una sexualidad incipiente y, lo que es más, el primer y último secreto de la existencia: el cuerpo de una mujer.
Dónde deben de estar todas esas chicas, todas esas mujeres. Han pasado más de veinte años de todas esas fotos y hoy esas jóvenes han cambiado mucho. Tal vez son madres de familia, quizá tuvieron un futuro próspero, al lado de un ricachón, terminaron rodando zafias películas porno, o quizá acabaron siendo drogadictas, atrapadas en la espiral de un mundo que las engulló. En todo caso, su cuerpo ya no es el de esas imágenes. Todo ha cambiado, salvo una excepción: el poder de esas imágenes en nuestra retina, en nuestra memoria. Esas mujeres siguen ahí, dentro de esas páginas, congeladas en el tiempo en la plenitud de sus formas, de esos senos turgentes y naturales, y esos montes de Venus frondosos y enigmáticos. Hoy brindo por todas vosotras, que entregasteis vuestra carne a la intrahistoria, por el placer que nos ofrecisteis, por la voluptuosidad de esos cuerpos que antojamos nuestros en la más profunda intimidad, porque vuestra entrega no es menor que la vida de la fama que soñó Manrique. Por eso, hoy alzo mi copa y brindo por todas vosotras: que allá donde estéis, os sea recompensada toda la dicha que nos disteis.
0 opiniones:
Publicar un comentario