12.7.04

Sesshu

Hoy empezaba el curso de verano de la UIB "El arte del Japón: Belleza, modernidad y sensibilidad más allá del exotismo", al cual hemos asistido Kanu, Rorschach y yo a las primeras sesiones con gran fruición. La primera clase, que pretendía introducirnos a un panorama general del pensamiento oriental, ha sido algo tediosa. Eso, y el hecho de que empezara sobre las 16.30 han hecho que, sin proponérselo la conferenciante, mi nivel de consciencia alcanzase el vacío en poco tiempo. Las dos clases siguientes de Elena Barlés, de la Universidad de Zaragoza, han sido mucho más amenas. Arte, naturaleza y un breve repaso a la historia del país del sol naciente, todo de una forma muy gráfica y amena, que la parroquia ha agradecido. Y es tal la fascinación que puede ejercer una cultura japonesa que, después de dos horas de contemplar magníficos grabados, preciosas telas, delicadas piezas de cerámica, paisajes de belleza atroz cambiantes por las estaciones, monumentales palacios, frágiles acuarelas zen, abstractos jardines de piedra, esculturas de budas casi humanas; a uno le entran ganas de ir allí a vivir una temporada y protagonizar su propia Lost in translation. Y eso me lleva a pensar y reodiar el sistema de juego de rol "La leyenda de los cinco anillos" (no confundir con esto), ambientado en la época feudal de un... Japón fantástico llamado Rokugan donde todo es exactamente igual, pero no es lo mismo. Es decir, las leyes, la estructura social, los dioses, la cultura, todo es lo mismo, pero no estamos en Nihon, estamos en "Rokugan". Así jodemos a los que quieres una ambientación netamente histórica, a todos los que podrían haber usado libros de historia para crear partidas sin tener que modificarlas tontamente. Así hacemos que tengan que comprar material a la editorial que inventó eso de "Rokugan". Lo siento, no puedo con estos estafadores, que un día llegan y resulta que Europa ya no es Europa sino que es Théa, y España se llama Castilla, e Italia se llama Vodace, y Francia se llama Don Perignon, no, perdón, Montaigne, y yo qué sé más. Prefiero mil veces el juego nacional Aquelarre, ambientado en la España medieval -aunque con tintes fantásticos-, pero España, al fin y al cabo, donde un libro de Caro Baroja quizá pueda inspirarte más a la hora de jugar que no uno de esos libros asquerosos que ahora edita no sé qué editorial. Mejor para ellos que no los cite [Querido Ricard, sé que tú no tienes la culpa. Amo la primera edición de Joc y todas sus extensiones. Para mí, ésa siempre será la edición perfecta]. Por cierto, hay un fantástico artículo sobre los juegos de rol en la wikipedia, extraído en parte de aquí: no se lo pierdan si aún son de los que tienen prejuicios contra una de las diversiones más sanas de la juventud hoy en día.

Bueno, la cuestión es que hablaba de Japón. Últimamente me ha imbuido lo oriental. Y tras devorar los cuatro tomos de "Ikkyu" (más de 1200 páginas de la obra magna de Hisashi Sakaguchi, tristemente ya fallecido. Esta reseña le hace bastante justicia a la obra.), el libro de cuentos de la India y el Tíbet, y el de meditación que me prestó Rorschach, he acabado recalando en la obra de Ezra Pound (confuciano de pro), aunque llegué a él atraído por José María Álvarez. Y hoy, por una de esas casualidades del destino, en el curso nos han regalado una versión "libre" (como ésta, es más, diría que es la misma) del Siddharta de Hesse. Os vais a reir, pero creo que me han dado qué pensar. Y lo más importante: algo de paz en un momento algo turbulento de mi vida.

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