· El miércoles asistimos a un concierto de órgano en el Monasterio de El Escorial, que el mismísimo Gran Rabo hubiera disfrutado con extático placer. Después de las piezas inevitables de Bach (Coral: O Mensch, bewein´ dein´ Sünde gross, BWV 622; Praeludium pro organo pleno, BWV 552) y algún que otro autores como Buxtehude o Reger -cómo resuena el órgano, cómo las atronadoras notas bajas ponen la piel de gallina, cómo, al acabar la pieza y callar el teclado, los ecos de la música van rebotando y muriendo en cada pared-, la intérprete nos sorprende con unas piezas de Olivier Messiaen (1908-1992), de 1935 (La Nativité du Seigneur), totalmente contemporánea, y, aunque es extraña, también es cautivadora. No puedo evitar reírme al pensar que parece ideal para una película muda de terror, o de algún pasaje de una canción de Faith No More. Es entonces cuando pienso que en el s.XX los límites entre la llamada alta cultura y la cultura "popular" se han borrado; ya no puede distinguirse una cosa de otra. Y, aunque Messiaen se haya servido para crear esta pieza de una técnica muy pensada de armonía contemporánea, ¿qué lo diferencia de un trabajo improvisado? ¿por qué tiene más valor la pieza que escuchamos que una creada para un videojuego -pienso en aquellas magníficas sintonías del juego Columns: si eso no eran piezas de la tradición clásica, desde luego no lo desmerecían-, si los resultados son los mismos? Si uno no sabe en qué contexto se ha creado una obra, ¿cómo se atreve a juzgarla? El rasero es el mismo. Llegamos así al caos del Toreador: quién es el artista, quién es el farsante; ya no podemos decirlo si sólo observamos la obra. En el futuro, creo que tendrán que estudiarse a la par las diferentes vías por las que cada estrato de cultura llegó a las mismas conclusiones.
· Escribir un libro, hacer una fotografía es dejar las cosas como están, comentaba Nuria Amat al día siguiente. Me asalta ese pensamiento que ya presentí en el concierto: en el grandioso, megalomaníaco Monasterio, enorme, altísimo, de grandes bloques de piedra, altos y amenazantes como un tsunami petrificado. Qué diferente es Oriente, pensé, con esos santuarios sintoistas, dentro de la naturaleza, arquitectura de lo efímero. En El Escorial, Felipe II perseguía el sueño de lo eterno, de que esa obra magnífica fuera capaz de soportar el paso de los evos, que quedara algo después de sus cenizas como testigo glorioso. El sintoísmo japonés parece rendirse a ese peso terrible del tiempo, a la lenta destrucción de la eternidad, pero no es así. Más bien es el darse cuenta de lo Inevitable, y fluir con ello. Mucho más naturalmente, mucho más no-violentamente (recordad el santuario de Ise, derruido y reconstruido cada 20 años desde el s.VI). La arquitectura es lo mismo que la escritura, sólo que ésta es mucho más frágil, puesto que no está preparada para sobrevivir al hombre si no está el hombre. Pero en el fondo, busca lo mismo: pervivir en el tiempo, trascender en la palabra, dejar un testimonio. Pero, ¿realmente tiene sentido? ¿No es ilusión? ?¿No sería más provechoso tan sólo escribir para uno mismo? [Ya me estoy sintiendo demasiado Emboscado...]
· El viernes, con algo de ajetreo, conseguí ver a Darwi, con la que platicamos junto con otra amiga que encontré de casualidad. Después dicen que Palma es pequeña. Darwi transmite una afabilidad, una simpatía, unas ganas de abrazarla, que no sé por qué tuvo que ponerse "vieja bruja", le hubiera quedado mejor "duendecilla". Nos contó sobre su vida en Italia, sus impresiones, y luego su opinión sobre la movida siniestra, como ya había comentado en su blog. Fue una lástima que ambos no tuviéramos tiempo y no coincidiéramos al día siguiente. Otra vez será.
· El sábado, vuelta a casa. Este viaje ha sido extraño. Aunque me he ido acostumbrando poco a poco a Madrid, en esta ocasión ha sido cuando más he sentido el matiz peyorativo de eso de ser "de provincias", tanto de palabra, pensamiento, obra y omisión. Aunque no todo el mundo es así, y hay muchísima gente la mar de encantadora, no entiendo cómo hay gente que se cree superior por vivir en un terruño a miles de kilómetros de cualquier salida al mar, lleno de gente, de tráfico y de humo. Ellos mismos.
· Escribir un libro, hacer una fotografía es dejar las cosas como están, comentaba Nuria Amat al día siguiente. Me asalta ese pensamiento que ya presentí en el concierto: en el grandioso, megalomaníaco Monasterio, enorme, altísimo, de grandes bloques de piedra, altos y amenazantes como un tsunami petrificado. Qué diferente es Oriente, pensé, con esos santuarios sintoistas, dentro de la naturaleza, arquitectura de lo efímero. En El Escorial, Felipe II perseguía el sueño de lo eterno, de que esa obra magnífica fuera capaz de soportar el paso de los evos, que quedara algo después de sus cenizas como testigo glorioso. El sintoísmo japonés parece rendirse a ese peso terrible del tiempo, a la lenta destrucción de la eternidad, pero no es así. Más bien es el darse cuenta de lo Inevitable, y fluir con ello. Mucho más naturalmente, mucho más no-violentamente (recordad el santuario de Ise, derruido y reconstruido cada 20 años desde el s.VI). La arquitectura es lo mismo que la escritura, sólo que ésta es mucho más frágil, puesto que no está preparada para sobrevivir al hombre si no está el hombre. Pero en el fondo, busca lo mismo: pervivir en el tiempo, trascender en la palabra, dejar un testimonio. Pero, ¿realmente tiene sentido? ¿No es ilusión? ?¿No sería más provechoso tan sólo escribir para uno mismo? [Ya me estoy sintiendo demasiado Emboscado...]
· El viernes, con algo de ajetreo, conseguí ver a Darwi, con la que platicamos junto con otra amiga que encontré de casualidad. Después dicen que Palma es pequeña. Darwi transmite una afabilidad, una simpatía, unas ganas de abrazarla, que no sé por qué tuvo que ponerse "vieja bruja", le hubiera quedado mejor "duendecilla". Nos contó sobre su vida en Italia, sus impresiones, y luego su opinión sobre la movida siniestra, como ya había comentado en su blog. Fue una lástima que ambos no tuviéramos tiempo y no coincidiéramos al día siguiente. Otra vez será.
· El sábado, vuelta a casa. Este viaje ha sido extraño. Aunque me he ido acostumbrando poco a poco a Madrid, en esta ocasión ha sido cuando más he sentido el matiz peyorativo de eso de ser "de provincias", tanto de palabra, pensamiento, obra y omisión. Aunque no todo el mundo es así, y hay muchísima gente la mar de encantadora, no entiendo cómo hay gente que se cree superior por vivir en un terruño a miles de kilómetros de cualquier salida al mar, lleno de gente, de tráfico y de humo. Ellos mismos.
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