La Universitat de les Illes Balears está muerta. No es algo nuevo, y muchos de los que por ella han pasado quizá lo adivinaron. Y algunos otros también sabrán de los esfuerzos que hicimos un grupo de personas, mientras estudiamos allí, por reanimar una facultad que, por su orientación, debería ser de por sí un lugar agitado: la facultad de Filosofía y Letras, en especial la que nos acogía: la de Filología Hispánica.
Yo, como muchas otras personas, supongo, llegué a la UIB con un palpable grado de ingenuidad. [Siempre que hago esta reflexión me vuelve a la memoria el poema de Gil de Biedma:
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante...]
Debo decir, en mi descargo, que nuestra entereza llegó a cristalizar en algunos actos: sacamos a la luz tres números de la revista Lázaro, montamos un ciclo de cine basado en literatura española, organizamos algunas actividades en el Día Mundial de la Poesía y del Teatro de 2000 y 2001... (creo).
Pero en el fondo eramos cuatro gatos. O tres: Paula Pascual, M.C. y yo. Cuando Magdalena se marchó a Madrid, quedamos dos. Otras dos de las personas que más valían también se marcharon a Barcelona: el poeta Alberto Abad y nuestro amigo Emboscado (allí ellos se embarcarían en otro proyecto: Gargaroi... pero eso es otra historia). Tuvimos ayuda, claro está, de algunos compañeros más, pero el grueso del trabajo era para dos personas. Cuando Paula y yo nos licenciamos, dejamos las riendas de Lázaro a los más jóvenes, con la esperanza de que ellos siguieran; pero yo presentía que habíamos editado ya su último número (y así fue). En ese número final me permití escribir un editorial algo duro al respecto, que me valió algunas críticas muy fuertes en internet (muy valientes, por cierto, porque venían de lectores anónimos). Raquel Gelabert, una de las chicas que en ese momento empezaban la carrera y una de las más brillantes (dentro de poco, si todo va bien, sacará un libro de poemas en inglés y castellano), en la que yo tenía depositadas mis esperanzas, dejó Hispánicas para empezar Filología Inglesa.
A día de hoy, la facultad está muerta y remuerta. [Todo esto, que yo sepa, claro] No ha habido ninguna actividad extraacadémica del alumnado (excepto alguna, glups, "filofiesta") desde que mi curso se licenció. El Día de la Poesía 2003 y 2004 no se celebró, y si se hizo, fue con nulo impacto. Ya no hay revistas, ni lecturas de poemas, ni nada.
Este años, una exbecaria y yo intentamos organizar un congreso de estudiantes de Hispánicas. De momento, ya que los primeros anuncios se hicieron a partir de mayo, el impacto y el interés ha sido cero. Lo que más me molesta -por no usar otros verbos- es el puto desinterés de la gente que estudia. Su rutina consiste en ir a clase, al bar, y a casa. Todo lo que no entre en el temario de examen no existe para ellos. A veces me entran ganas de poner una bomba en la ceremonia de entrega de diplomas.
He escrito todo esto sólo con una idea en mente, que vertebra el texto: la universidad no sirve para nada. Uno ha de servirse de ella para crecer, sin esperar nada más. Tenemos que utilizar la universidad en nuestro propio beneficio. Y no hablo de un puto papel que asegura que somos licenciados. Hablo de crecer intelectualmente. Ya que la universidad pone algunas facilidades para leer, asistir a algún acto cultural, clase interesante, etc., hay que aprovechar. ¿Que los demás pasan? Que les den. En los años que llevo en la universidad (carrera y doctorado), sólo he conocido a unas diez personas interesadas realmente por lo que hacían. Así que, en la universidad, la salvación es individual.
Pero voy a ser tan tonto, tan imbécilmente idealista, que voy a seguir intentando organizar ese congreso de estudiantes hasta el final. Es que no aprendo.
Pero voy a ser tan tonto, tan imbécilmente idealista, que voy a seguir intentando organizar ese congreso de estudiantes hasta el final. Es que no aprendo.
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