17.11.03

El horror personal de Dunwich

"El horror de Dunwich" fue el primer relato de Lovecraft que leí. Tal vez fuera porque en ese momento estaba aquejado de ansiedad o porque aún no conocía el tradicional esquema del relato lovecraftiano, pero la verdad es que me produjo una sensación de desasosiego que nunca había experimentado y que no he vuelto a tener en el mismo grado.

Lovecraft plasma gráficamente en el relato la decadencia y degeneración de la campiña cercana a Arkham con maestría inigualable, de una forma parecida a la de Antonio Machado en "La tierra de Alvargonzález" (incluído en Campos de Castilla, Ed. Cátedra, págs. 140 y ss.): el escritor de Providence nos muestra una faceta oculta y aborrecible del campo, el ambiente trémulo y la aridez del carácter de sus habitantes, como también hiciera en "El color que cayó del espacio" o "La sombra sobre Innsmouth". Lo que hace Lovecraft es darle la vuelta a algo tan sobado como es el tema bucólico, enterrar vivo el clásico "beatus ille" para mostrarnos lo fatídico que puede ser equivocarse en un cruce de caminos al norte de la región central de Massachussets.
Si hay un sentimiento que rezuma en este relato es el de soledad. Wilbur es un ser solitario donde los haya; de hecho, sería posible establecer un paralelismo entre éste y el propio Lovecraft. En gran medida ambos son una misma persona: solitarios, crecidos al amparo de su madre, personas que, aun siendo razonablemente eruditas, nunca han abandonado sus lares. Incluso el hermano gemelo de Wilbur, el del parecido manifiesto a su abominable padre, es su contrapartida y por consiguiente también la de Lovecraft. Este relato es la historia de una corrupción, de la búsqueda del conocimiento, pero es también una ocasión en la que el autor bebe de las historias míticas universales. En este caso, la de los gemelos (consultar Cl. Lévi-Strauss: "Mito y significado". Ed. Alianza, pág. 53 y ss).

En suma, "El horror de Dunwich" constituye un ejemplo paradigmático de lo que es la narrativa lovecraftiana . Lo que más impresionó a mi joven espíritu cuando por primera vez leí el relato fue el inquietante canto de los chotacabras. Su horrible graznido en mitad de la noche, preludio de la inminente muerte de algún infeliz y el incierto destino de su alma, siempre me sobrecogió de manera especial.




[Esta pequeña reseña apareció en el fanzine "Revelaciones Insanas" en 1997 de la extinta Logia del Tentáculo. Me he permitido modificarla levemente, puesto que el tiempo no pasa en vano ni para nosotros ni para nuestros textos.]

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