Esto eran veinte frailes que ven a un pobre hombre que les pide que si se pueden quedar con ellos. Le acogen y se dan cuenta que no sabe hacer nada, ni escribir, ni leer y menos hacer cuentas. Fray Perico compra a unos gitanos un burro y con él tiene muchas aventuras. Al final, les mandan a la escuela y aprende más el burro que él. El convento se vuelve feliz con la estancia de Fray Perico.
Así resume una niña el libro que en 1979 daba el premio Barco de Vapor a Juan Muñoz Martín y, desde entonces, (que mucho ha llovido ya) han debido de ser generaciones enteras las que han leído este clásico de la literatura infantil. Yo me acerqué a él ya bastante mayorcito, cuando buscaba lecturas para mis clases de repaso, y me lo pasé muy bien leyéndolo. Rebosante de humor, sencillez e inocencia, es un libro que me demuestra que hay cosas en los niños -por muchas pleiesteishon o fainalfantasis- que nunca cambian. Tres lecturas enteras de tres respectivos niños lo avalan (es poco, lo sé, pero no soy profesor de repaso que mueva masas). Todos se lo han pasado en grande leyéndolo conmigo y, lo que es más, han sido los que han terminado pidiéndome cuándo podríamos leer un poco más del libro. Me pregunto, como profesor ¿hay algo que suene más a musica celestial que oír eso?
Desde aquí me gustaría darle las gracias a Juan Muñoz por este libro en particular, no sabe el bien que ha hecho a muchos y muchos niños con él. Si tenéis algún infante de más de 9 años cerca, no dejéis de darle la oportunidad de proporcionarle esta obra.
Desde aquí me gustaría darle las gracias a Juan Muñoz por este libro en particular, no sabe el bien que ha hecho a muchos y muchos niños con él. Si tenéis algún infante de más de 9 años cerca, no dejéis de darle la oportunidad de proporcionarle esta obra.
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