[Visitad la blogoteca de Alonso Quijano para más información. Ahí también tenéis el prólogo de la obra íntegro.]
Empezamos pues los comentarios a la lectura del Quijote. Y lo hacemos con el prólogo que hace Cervantes y que sirve como portal al texto. La originalidad de este prólogo es el carácter que le otorga su autor y que le confiere rasgos contrarios a su propia naturaleza. En la tradición del Siglo de Oro es normal encontrar prólogos que, con el tópico de la captatio benevolentiae, simulan un valor muy menor al que tienen para mover la atención del lector. Cervantes no sólo prescinde de los panegíricos que otros autores puedan dedicarle a su libro -era habitual que otros autores encomiaran la obra en la introducción, o le dedicasen poemas laudatorios-, posiblemente porque carecía de ellos, sino que, socarrín, se burla de la costumbre. "No quiero irme con la corriente al uso, ni suplicarte casi con lágrimas en los ojos, como otros hacen..." (codazo a Lope). El ingenio y el hambre harán el resto: "sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato del prólogo", nos dice. Como el soneto que burla burlando escribió Lope de Vega con el tema de escribir un soneto, así, en las disquisiciones del autor con un amigo que le aconseja cómo escribirlo, Cervantes despachará el prólogo. El autor, desdoblado en narrador y consejero, en un nuevo binomio cervantino, que juega con los modelos de la literatura clásica como "El conde Lucanor", hace avanzar ese diálogo de regusto renacentista. ¿Que hay que usar el latín para que la obra parezca más importante? Se hace uso de un repertorio clásico. ¿Que se ha de apuntar erudición? Es un problema menor, puede uno apañárselas fácilmente. Así, de paso, Cervantes, mete el dedo en la llaga de toda esa falsa o superficial erudición que los libros de la época ostentan.
De todas maneras, no tendríamos que caer demasiado en el error de asimilar al narrador con Cervantes. El narrador es un personaje intradiegético, está dentro del relato, y, como tal, no tiene por qué ser Cervantes exactamente. Son las pequeñas trampas de la literatura.
También llama la atención en los poemas que siguen al prólogo es que ahí ya empiezan los espejos de realidad-ficción que seguirán en toda la obra. Los poemas, en vez de ser de autores conocidos, están escritos por personajes de los libros de caballerías, tales como Amadís de Gaula, Orlando Furioso o Babieca, borrando la frontera desde este inicio entre lo que es "real" y lo que no.
Quedarían más cosas por decir, pero os animo a que hagáis la lectura y/o comentéis algo vosotros. Vale.
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