5.12.03

Estos días azules y este sol de infancia...

Cuando transcribí el pequeño artículo anterior sobre Lovecraft y lo relacioné con Machado, no pude evitar releer el tomo de Poesías Completas que tengo de la edición Espasa a cargo de Manuel Alvar. Siento ser tan poco original en el título -hace poco visité una bitácora, no recuerdo cuál, quetitulaba de la misma forma el post [creo que era ésta]-, no he podido resistirme a ese último verso, porque creo que encierra mucho del mundo poético del Machado más famoso (y que conste que siempre he preferido al otro)

Releyendo "Soledades, galerías y otros poemas", la primera obra de Machado, con el tiempo uno llega a ver los pequeños detalles de su poesía. "Soledades..." aún acusa las lecturas modernistas del autor, los ecos románticos de, por ejemplo, "En el entierro de un amigo", pero vemos que poco a poco se va abriendo a una nueva sensibilidad. Es algo que se aprecia en el poema nº III del libro:

La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas.
Tumulto de pequeños colegiales
que, al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
¡Alegría infantil en los rincones
de las ciudades muertas!...
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas!


Aunque aún podemos ver retazos del exceso modernistas (esa primera exclamación), vemos como el poeta se sirve ya de técnicas que se asemejan al impresionimo en esa descripción de la calle y los colegiales.
Tanto en Machado como en otros poetas (Neruda, Gabriela Mistral, César Vallejo, Juana de Ibarbourou) es muy interesante obervar cómo se produce en cada uno de ellos la destrucción de la lírica modernista.
Siempre que recuerdo la lectura de Machado me viene a la cabeza la sensación de que su poesía es algo así como la evocación de un recuerdo de infancia, de un pueblo tranquilo a mediodía, de una imagen borrosa y deslumbrada por el sol, como en un sueño. De inmensa calma, de cierta tristeza, pero de gran vitalidad.
Antes que filólogo, hay que ser lector.

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.

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