13.3.25

Una nueva Edad Oscura (¿y un nuevo Renacimiento?)

Costa Rican Contemporary Sculpture in Focus: Edgar Zúñiga Jiménez at MÍRAME  Fine Art | Newswire

[Soy consciente de que esta entrada es un análisis muy de cuñado, y de que la Edad Media no fue tan oscura como la historiografía nos hacía pensar. Tomadlo como lo que es: la opinión de un humanista finisecular]

Hace años que vengo advirtiéndolo en plan abuelo Cebolleta: el día que internet pete lo perderemos todo. Sólo ahora empezamos a ver la progresiva dependencia de todo lo que está online. Películas o series que dejan de estar disponibles en la web y cuya edición física ya ha desaparecido. Incompatibilidad con formatos más antiguos. Dejan de fabricarse los últimos bluray grabables (noticia de hace poco). Videojuegos que ya no son compatibles con los sistemas operativos actuales (y quien dice videojuegos, dice documentos). 

Ejemplo 1: quise ponerle a mi hija mayor, a la que le están comenzando a gustar las canciones de Michael Jackson, el episodio clásico de Los Simpson donde Homer conoce a un chalado que se cree el cantante. ¿Os acordáis, verdad? Es el 3x01, Papá, loco de atar. Muy bien, pues: en Disney+ ese episodio fue retirado (por los cargos que en su día afrontó el difunto cantante). Y para encontrar ese episodio entero... Bueno, aún no lo he encontrado. Sí, hay fragmentos en Youtube, pero el episodio, íntegro, en castellano, no está disponible en ninguna parte (o yo no he sabido dar con él). Me parece alucinante.

Ejemplo 2:  hace un par de semanas me desvelé y me puse a ver una película en Filmin. Dudaba entre Fuga de Alcatraz y Un día de furia. Al final ganó la película de Michael Douglas. Hace pocos días, volvió a pasarme y fui a ver Fuga de Alcatraz. No pude, había partido del catálogo. Al parecer ahora está en otra plataforma (que no pago). Pues bien, terminé viéndola en Ok.ru, pirateada por alguna alma caritativa que tuvo a bien compartirla ahí.

A esto, sumémosle la pesadilla fascista en la que se está sumergiendo EEUU con Trump, con intervenciones y saqueos de datos personales, cierre de páginas científicas y de organismos vitales como el Centro de Control de Enfermedades, borrado de publicaciones con ciertas palabras clave (del contexto que la derecha llama woke)... Un fantasma que amenaza con recorrer Europa y todo el mundo.

Vamos de camino a un apagón digital, en el que inevitablemente perderemos todos aquellos datos y obras que por una razón u otra dejaron de estar disponibles en la red.

Por eso es sumamente importante un repositorio de datos, grandes archivos en los que almacenar (online y offline) y proteger obras que de otro modo se van a perder, ya sea por la malicia, el olvido, o la inconveniencia turbocapitalista.

En este panorama al que vamos de cabeza surge como instrumento vital la "piratería", aquella práctica contra la que tanto nos advirtieron y que hoy parece empezar a salvar todas aquellas cosas que dejan de estar disponibles pero que alguien, con buen tino, decidió guardar hace 10 años en el fondo de un disco duro externo o un dvd grabable. Ante la gran cantidad de títulos que dejan de estar disponibles, los internautas se defienden, con nuevas formas de compartir: en los Drive de Google, en grupos de Telegram... O aún más: estoy viendo un movimiento que aboga por volver a las redes p2p (emule) o a un sistema que no me gusta tanto (torrents), aunque fuera su natural evolución. Volveremos sobre nuestras bobinas de películas guardadas, os lo advierto.

Pero hay más. Relacionado con esta Edad Oscura en lo que toca a la conservación del patrimonio cultural, científico y tecnológico, nos encontramos con otro tema: el albor de la era de la IA. El saqueo por parte de estas IAG que han esquilmado sin permiso ni legalidad un gran conjunto de obras artísticas nos devuelve un regurgitado casposo y cutre, absolutamente inoriginal, previsible, aún -en 2025- muy reconocible por los patrones que sigue (aunque mejora a velocidades insospechadas). Si anteriormente era difícil encontrar imágenes libres de uso, o mejor dicho, libres de las marcas de aguas de las grandes empresas que se apropiaron de miles y miles de imágenes libres, ahora el problema se agrava con la tremenda cantidad de basura en forma de imágenes creadas con IAG.

El gran problema: en un mundo en el que rápidamente la gran mayoría de la población terminará usando estos sistemas de IAG (ahora la mayoría gratuitos, en cuestión de meses y años, todos de pago), el estándar de qué esperar de un libro, una ilustración, un cartel, y más adelante, una canción o una película cambiará. Lentamente tragaremos con las convenciones de lo que nos ofrece la IAG y entraremos en su juego. Su estética se convertirá en canon. Normalizaremos sus productos y los tendremos en todas partes. Restaremos importancia a las imágenes de personas con seis dedos o indefectiblemente bizcas. Aceptaremos el movimiento errático y pesadillesco de los vídeos montados por IAG baratas. Hoy son los ganadores de los carteles de los carnavales de la ciudad; mañana serán los de las películas (el caso reciente de la película de los 4F, que Disney ha negado que sea IA: imposible) o álbums enteros; pasado mañana el porno y las películas. Porno personalizado en el que seremos los que diremos qué escenas queremos ver y con quién, incluso con nosotros protagonizándolas. Películas clásicas en las que podremos cambiar a los actores por nuestros favoritos. Discos apócrifos de The Doors o Queen, algunos incluso con el beneplácito de la banda (Kiss los primeros). 

Aceptaremos esta era descafeinada, edulcorada, en el que la puntilla la pondrá el ultracapitalismo, que aportará su grano de arena con la saturación del mercado, que impida prestarle la suficiente atención a cada producto como para verle las costuras. Lo mismo que ahora, pero acentuado: consumo ultrarrápido, cultura de usar y tirar, arte efímero con un fin exclusivamente crematístico. Pretenden hacernos creer que la IAG es una nueva era de popularización o socialización del arte, argumentando que aquellas otorgan el poder de crear a quien no tiene ni las herramientas ni los conocimientos para ello, que será como una tercera revolución de Gutenberg. Pero la realidad es que todos estos planteamientos  son una mera excusa para que empresas vendan sus productos, es decir, capitalismo disfrazado de libertad.  A OpenAI y a todas las empresas que se han metido en IAGs no les interesa la libertad del ser humano. Les interesa empezar a cobrar dentro de unos meses o años por sus herramientas, cuando ya creamos que no podemos pasar sin ellas. Ahora todo o casi todo es gratis, a un click o una suscripción de distancia. Pero dentro de poco no lo será, oh, claro que no. Pero mientras tanto habremos aceptado un nuevo estándar de calidad ínfima, habremos aceptado imágenes de personas con manos de muñones, con movimientos anatómicamente imposibles o que desafían las leyes de la física, textos llenos de lugares comunes y torpezas... Todo ello sin reflexionar, claro, que lo que se nos ofrece está cortado por un patrón, por un sesgo, que no controlamos, pero que en el fondo es una forma de imponer una ideología, una forma de ver e imaginar el mundo. Estandarización, homogeneización. Todo lo contrario a la libertad.

Ambos factores (la desaparición analógica y digital de los bienes culturales pre-IAG, y su sustitución por productos de ínfima calidad creados con IAG) darán lugar a una nueva Edad Oscura, en la que nos sumergiremos voluntariamente, sin casi ser conscientes, perdiendo referentes vitales acaso para la supervivencia del ser humano. Seamos francos, si hace años que los niveles de cultura decaen, ¿qué esperamos para el futuro? Toda ayuda, apoyo o suplantación que hagan las máquinas en nuestros procesos mentales es un paso más hacia una futura discapacidad mental. Así os lo digo.

Pero de esta Edad Oscura sin duda, y esta es la única nota positiva de esta reflexión, ha de surgir un nuevo Renacimiento. Un Neorrenacimiento en el que un buen día, o tras el apocalipsis y caída del sistema ultracapitalista, salgamos de este círculo vicioso y reconozcamos aquello que habíamos olvidado. Y que vuelva a valorarse el talento individual, los libros que olvidamos, el saber que fue ignorado. Un momento en que la autoría humana vuelva a ser reconocida, los grandes artistas reivindicados. Y se valorarán, si aún existen, las personas que conocen, que saben que aquello existió si aún viven, las personas-libro de Bradbury. Me explico: será el momento en que alguien le diga a ese grupo de música "mira, mejor que esta portada hecha con IAG, es ésta que te he hecho, o este cuadro del XIX que es perfecto para lo que quieres expresar". Personas que sepan recurrir a nuestra fabulosa Historia del Arte, que pongan de nuevo sobre la mesa el valor de artistas de todas las épocas y que habíamos "olvidado". Redescubriremos no sólo ya a los antiguos griegos y romanos como en el primer Renacimiento, sino a aquellos que lo protagonizaron, o a los grandes pintores del barroco, o a los músicos eternos, a los grandes escritores de todas las épocas. O a alguna oscura banda que, a día de hoy, está haciendo bolos por oscuros garitos de Seattle con una llama prometeica en su interior. O a los textos que una joven, conmovida por Safo o por Concha Méndez, ha empezado a escribir. Quiero tener fe en que la pesadilla en la que nos vamos sumiendo casi con placer algún día terminará.

26.1.25

¿El principio del fin de las redes tal como las conocemos?

No soy el primero en hacer crónica de la deriva que han hecho en los últimos años las redes. Twitter, la red social a la que me uní hace la friolera de 17 años, tras ser comprada por el ególatra bebé-hombre psicópata-multimilloranio de Elon Musk, fue empeorando mes a mes. He perdido la cuenta de downgrades que el sitio sufrió: de ser un ágora virtual en la que microbloguear, compartir enlaces, reflexiones, o incluso crear nuevos géneros litearios, Twitter (con su transformación en X) se convirtió en un estercolero tomado por bots y trols. Algunos de esos cambios: empezando por la negativa de la autentificación (check azul) hace muchos años, se pasó a que ésta fuera de pago. Además, se disoció una cosa de otra: por un lado puedes pagar por tener una cuenta de check azul, pero no tienes por qué demostrar quién eres. El resultado fue que la red se inundó de cuentas de pago que suplantaban o parodiaban cuentas reales. Con el check azul también llegó la monetización de la red, y ahí es cuando todo se vino abajo. Una masa de cuentas de pago llenó la red de contenido vacío, reacciones trol o publicaciones polémicas con la única intención de sacar dinero. Pero hubo mucho más: limitación de mensajes/día, limitación de privados, anulación de uso de Tweetdeck (cliente para gestionar varias cuentas a la vez) para cuentas no premium, intromisión en el TL de cuentas que uno no seguía, cambios automáticos de la línea "Siguiendo" a "Para ti", cuentas que uno misteriosamente dejaba de seguir sin tocar o nada (o que te dejaban de seguir), publicidad indiscriminada, cambio de filosofía en las cuentas bloqueadas (ahora sí pueden ver tu contenido, aunque no puedan interactuar contigo), estadísticas de pago, uso de comunidades de pago... Y, por si no lo he dicho ya, lenta e inexorable toma de la red por parte de cuentas de ideología neoliberal, ultraderecha y afines (por si no bastaba con la fauna terraplanista, antivacunas, anticovid, anti agenda 2030, etc.), favorecida por un algoritmo que premia la manera de pensar de su dueño. Muchos empezaron a migrar. Durante meses lo consideré, abrí cuentas en las redes alternativas, pero no me decidía a dar el salto. Eran muchos años y muchos seguidores, y eso pesa. Como en una relación tóxica, cada día aguantabas el enésimo empeoramiento de la situación, maldecías, y seguías ahí un día más. Pero las cosas empezaron a ponerse feas de verdad cuando Musk se reveló como parte integrante del futuro gobierno de Trump, candidato a la presidencia de EEUU. Y Trump ganó (posiblemente por la brutal campaña de publicidad que las redes le proporcionaron: TikTok, Facebook, Instagram... y X). Muchas cuentas oficiales de entidades importantes, universidades, periódicos, editoriales, etc., empezaban un éxodo. Personalmente mi puntilla fue ver la foto de Zuckerberg, Bezos y Musk en primera fila en la toma de posesión de Trump. 20 de enero: ahí decidí dejar X definitivamente. Horas más tarde, Musk hacía su inexcusable saludo fascista en una de sus primeras reacciones a la toma de posesión. Ya había tenido suficiente.

El discurso de Elon Musk

Sé que pensaréis, eres un ingenuo. Quedan muchas otras redes y son igual o peores (ya las he mencionado). Y tenéis razón. No voy a quedarme en X para "luchar". Es como un bar o un parque que te gusta mucho porque has pasado mucho tiempo ahí y conocido gente interesante, pero progresivamente es tomado por un montón de neonazis, y poco a poco la gente que te importa desaparece. Uno ahí no tiene nada que hacer. Lamentablemente es su coto y su cámara de eco. De ellos y de los que por ignorancia, ingenuidad o malicia siguen ahí. Pero, Josep, ¿sigues en FB, en IG...? Y la respuesta es sí. No tengo que justificarme. FB es para la familia y grupos de gente muy concreta: la verdad es que no interactúo más allá de eso. No leo el muro, no miro las actualizaciones. Publico alguna cosa, escribo o comparto enlaces en los sitios adecuados, y ya está. En IG lo mismo: mi cuenta personal es muy modesta y personal, no le importa a nadie. Y mi cuenta sobre juegos de mesa es más un sitio donde publicar e irse, no estoy muy al tanto de lo que dicen los demás. He terminado usando muchas de las redes como un contenedor donde dejar lo que hago, y ya está.

He leído ya la reacción de varias personas que han decidido, con este cambio obligado, repensar su papel en las redes. ¿Tiene sentido, tal como está, estar presente en las redes, nos lleva a algún sitio? El público está cada vez más disperso, y excepto las personas que mueven miles y miles (o centenares o millones) de seguidores, los que publicamos en las redes con algún afán (en mi caso, de divulgación), hemos visto como cada vez los lectores son menos, las interacciones merman, las estadísticas bajan y uno no puede estar constantemente tiranizado por las redes. Acabas trabajando para ellas. Esa esclavitud no la quiero. Me gusta escribir y no dejaré de hacerlo; saber que lo que uno escribe lo leen muy pocos es siempre un mazazo y motivo de consideración de dejarlo, pero repito, no podemos ser esclavizados por ello. 

Tal vez, sólo tal vez, el viraje que han tomado los acontecimientos, con una gran parte de las redes moviéndose hacia posturas que no respetan los derechos fundamentales, que ponen en cuestión valores como la ciencia, la igualdad de los seres humanos, la democracia o la emergencia climática, llevará a una parte significativa de sus usuario de buscar nuevas (o viejas) formas de comunicarse. Una de las cosas que he leído es que quizá volvamos a la época de los blogs, de los feeds y de los boletines por correo. Personalmente me alegraría de ello, porque soy una persona que se maneja con las palabras. Me gusta leer y escribir. No me gusta Youtube como herramienta, no me gusta la preponderancia de la imagen en IG; ni siquiera tengo ni he tenido ni tendré Tiktok, me negué desde el principio a entrar en ese sumidero, consciente de que es donde ahora está el meollo de la acción. Me gusta leer y escribir, repito. Quiero posts, quiero artículos, quiero reflexión pausada, quiero comentarios, quiero gente pensando lo que escribe, quiero reflexiones argumentadas, llenas de significado.

Ya he escrito en otras ocasiones lo cansado que estoy del ritmo que nos impone el capitalismo y el mercado, en mi caso en el ámbito de las novedades literarias. Estoy cansado de la dictadura de las novedades, de tener siempre una pila enorme de lecturas que hacer para reseñar, cuando no es eso lo que quiero leer realmente, tener que leer y escribir contrarreloj, y lo peor: sentirse mal por no (poder) hacerlo. Estoy cansado de tener que llamar la atención constantemente de los lectores, de buscar la interacción y el engagement, de luchar contra las malas prácticas del clickbaiting que han abrazado hasta los "mejores" medios de comunicación. Todo el mundo parece haber entrado en la era Tiktok, en la que lo único que vale es un estímulo rápido, vacío, que apele a lo más básico (normalmente a un pecado capital: la ira -"mira qué dice este imbécil"-, la lujuria -"mira qué vídeo sube esta puta zorra"-, la gula -"mira qué brutal esta pizza de hamburguesa"- o una mezcla...), con el fin de vendernos algo, de una vista, de una interacción que alguien monetizará, una era en la que nosotros somos el producto. Conforme escribo me voy cabreando. Estoy hasta los cojones.

Ha llegado la hora de repensar cómo relacionarnos, qué ofrecer, qué esperar. Los tiempos nos lo ponen en bandeja. ¿Lo conseguiremos?

3.1.25

Cerrando 2024: los libros y los cómics

Me doy por satisfecho con las lecturas de 2024. He leído 45 libros; para que nadie se lleve a engaño, 15 eran títulos LIJ muy breves, 6 eran poesía y 2 teatro. He leído un poco de todo, aunque dos libros me han atascado bastante el avance, uno por su longitud (La guerra de las trincheras, lectura que me ocupó meses) y otro por su aridez relativa (¡Submarino...!).

Aunque entre los 45, como decía, hay novela, hay ensayo científico, entrevistas, reflexión pedagógica o filosofía, veréis que el top está copado, nuevamente, por mi interés por la divulgación histórica y la historia bélica.

 
· La guerra de las trincheras, de Ismael López (Ático de los Libros, 2024). Un libro que me ocupó meses; lo que tiene de volumen lo tiene de minuciosidad. Un libro que disecciona la Iª Guerra Mundial en el Frente Occidental de manera detallada y en todos los aspectos, desde los más sociales hasta los políticos, pero sobre todo en los militares. Un estudio yo diría que definitivo.

· Blackwater: La riada (I) y El dic (II), de Michael McDowell (Blackie Books, 2024). Esta saga ha sido sin duda el éxito de la temporada. Lo tiene todo para ser atractiva, al menos para mí: ambientación american gothic, saga familiar, una caracterización y desarrollo de los personajes excelente, toques sobrenaturales muy en la vena de Stephen King... Ya he leído que las entregas son irregulares, pero estas dos primeras son dos novelitas (recordad que viene a ser una única novela que el escritor ideó en entregas) excelentes.

· Hermanos de sangre, de Stephen E. Ambrose (Ático de los Libros, 2024). No es una novedad, porque este año lo que hizo fue reeditarse en rústica. Tras ver la serie por segunda vez, leí el magnífico libro de Ambrose, un autor -como el otro que comentaremos- clásico en la literatura de memorias bélicas de la IIGM, sobre la compañía Easy  del 506º Regimiento de Infantería Paracaidista, parte de la 101ª División Aerotransportada norteamericana. Magníficas memorias, que amplían y profundizan lo que vemos en la serie. El tono biográfico hace que no tengas que ser un lector culoduro de libros de operaciones militares, porque no es ése el rollo.
 
· El día más largo y Un puente lejano, de Cornelius Ryan (Crítica 2024 reed., 2023). en el 80 aniversario de los acontecimientos del Desembarco de Normandía (junio) y la operación Market-Garden en Holanda (septiembre),  acudí a estos dos clásicos de la literatura bélica. Ryan, al igual que Ambrose, es un autor que te lo pone muy fácil: su estilo periodístico, casi biográfico o novelesco, aunque ya más denso, hace que sean lecturas muy amenas y unas aproximaciones muy buenas a los hechos. Son lo que son: bibliografía clásica del tema que abren las puertas a querer saber más sobre el tema.

· Fe, esperanza y carnicería, de Seán O'Hagan con Nick Cave (Sexto Piso, 2024). Un libro que es una serie de entrevistas con el bad seed que arroja mucha luz biográfica sobre cómo afrontó el músico la muerte de su hijo adolescente y cómo han sido concebidos sus últimos álbumes. Entre tanto, reflexiones sobre el arte, la vida y la muerte, y, sobre todo la religión y la trascendencia. Gran libro.

· Prométeme que te pegarás un tiro, de Florian Huber (Ático de los Libros, 2024). Reedición en tapa blanda de la edición de 2022, se trata de un libro escrito de forma brillante y que arroja luz a un momento oscuro de la historia: la oleada de suicidios en Alemania tras la caída del Tercer Reich. Huber se adentra en los años de ascenso de Hitler para intentar explicar el porqué del fanatismo que suscitó el dictador y cómo esas ideas llevaron al suicidio de centenares de alemanes. Escalofriante y esclarecedor.

· La calavera, de Jon Klassen (Blackie Books, 2024). Un cuento inspirado en la tradición nórdica que Jon Klassen ilustra en un estilo vintage precioso. Una niña que huye y que encuentra una calavera en una vieja mansión. Los dos hablan. ¿Qué se hará de ellos? Como buen cuento infantil, también tiene un poso de reflexión y una doble lectura para los adultos. Una edición exquisita y una historia magnífica, que enamora sólo con ojearla.

· La revolución rusa, de Victor Sebestyen (Ático de los Libros, 2024). El historiador húngaro, especialista en siglo XX, Victor Sebestyen traza en La revolución rusa un panorama general de la caída del régimen del zar y las luchas bolcheviques que llevaron a la Revolución y más tarde a los soviets. Con una mirada crítica y afilada, este ensayo desvela el corpus de violencia sobre el que se asentó el leninismo y sus consecuencias. Muy ameno (se lee en un suspiro) y muy buena introducción al tema.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...