Parece mentira, pero últimamente he estado hablando de mi libro en todas mis redes, excepto en este rincón medio olvidado que es Cisne Negro, el blog seminal que se mantiene bajo viento y marea en marcha.
En abril, publiqué en la editorial Sloper mi primer (¿y último?) poemario, Ritos nocturnos. ¿Poemario? ¿Pero este tío no hacía guiones de cómic, y reseñas y...? Sí.
Para hablaros de Ritos nocturnos voy a permitirme en este mi blog retrotraerme a mi infancia. Cuando me preguntaban de pequeño qué quería ser, yo pensaba "escritor", pero nunca lo dije en voz alta. Aún hoy dudaría de calificarme con ese sustantivo. Pero es innegable que la pasión de mi vida han sido las palabras, como atestigua este blog con casi 25 años, mis años de fanzineo, mi web, mis múltiples páginas de reseñas, y un largo etcétera de colaboraciones con medios modestos que me han permitido colaborar.
Desde pequeño, efectivamente, he tenido ese gusanillo de escribir. He escrito multitud de cuentos, de intentos (nunca acabados) de novelas, incluso fragmentos de teatro... y sí, poemas. Al principio, muy rimbombantes y sonrojantes, claro. Rimados, medidos, en la tradición de lo que había aprendido. Poemas de amor para la chica de la que estaba enamorado en ese momento. Sinceros, ¡ojo! Sentidos. Quizá demasiado afectados. Pero, al final y al cabo, estaban marcando un camino donde lo importante no era la meta, sino el camino que iba haciendo a cada verso.
Fue en la universidad donde mi interés por la poesía se expandió. Con los estudios de Filología pude bucear en toda la historia de la poesía en español, y sobre todo con las clases de Literatura Contemporánea y asignaturas como Comentario de Textos Poéticos pude conocer a muchos autores y mucha poesía diferente. De esa época viene mi afición por una serie de autores que me impactaron mucho, gracias a las clases del también poeta Francisco Díaz de Castro. Poetas como Francisco Brines, José Hierro, José A. Goytisolo, Gil de Biedma (releído mejor, porque en COU lo odié), y especialmente Guillermo Carnero, José María Álvarez (a los que pude ver recitar en persona) o Luis Alberto de Cuenca me dieron una visión de la poesía alineada con la vida (o la vida alineada con la poesía) que amé especialmente.
En esa época estuve haciendo mis pinitos, publicando algún que otro poema en mi propio fanzine Cisne Negro, en la revista Lázaro que publicábamos los alumnos en la Facultad; en la revista La Bolsa de Pipas e incluso en alguna que otra antología. En 2001 participé en el Certamen Art Joven de Palma para jóvenes creadores, con un poemario llamado Citerea en ruinas, que se llevó una mención especial sin premio. Creo recordar que participé en otras ocasiones, pero nunca gané nada más.
Mis años de poesía fueron especialmente de juventud, puede decirse. Una parte importante de mis lecturas poéticas (y de mis escriturancias) son de aquella época feliz y despreocupada. Leí mucho durante los años de Filología (¡lo lógico, ¿no?!), pero ojalá hubiera leído aún más. Fueron años de descubrir a Ángel González, a los novísimos, a Ana Merino, a Kavafis, a Stevenson como poeta, a Safo, la poesía tradicional japonesa, al Borges poeta... Y a muchos, muchos otros, que ahora mismo no recuerdo. Con muchos de estos y de los anteriormente citados, mi ideal me llevó a encontrar (quizá sólo a buscar) una voz que apelara a una vida pasada por el filtro de la poesía, e incluso yo diría hasta cierto punto que a poetizar la vida. Pero a poetizar en el sentido de un malditismo intelectual, de una superioridad de esa vida cerebral intensa. Y la salvación por el filtro de la belleza. Fueron años en que me identificaba con ese bastardo de Hank Moody -interpretado por David Duchovny- en Californication. Porque eso era lo que quería. Pero está claro que una cosa eran los Ideales y otra cosa lo que este tímido patológico, este ser perezoso, cobarde y amargado podía conseguir en realidad. [Seguiremos trazando las líneas de Ritos nocturnos en posteriores entradas]
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