Igual que me gusta volver sobre viejas películas de terror de los 60, 70 y 80 (y cada vez más, los 90 y adelante), sobre todo cuanto peores mejor, cada año me gusta leer algunas de los centenares de novelitas pulp que he ido amontonando como coleccionista. En los últimos meses he leído algunas que me gustaría comentar brevemente.
· El alquimista de la serpiente ciega, de Ralph Barby. No había leído ningún relato de este señor, y con éste me ganó. Situado en el Londres moderno (de los 70, entiendo, o al menos es lo que me imagino), Barby nos lleva hasta un antro de mala muerte regentado por un hombre misterioso y cuyos clientes tienen unas acciones del local que no pueden vender porque todos los que lo hacen acaban muertos... Magnífico mcguffin de inicio porque nos lleva a otro lado a poco de empezar, y la verdad es que es tan interesante que me ha inspirado para alguna partida de rol, por lo que no voy a comentar más la trama, pero incluye magos encerrados en criptas, túneles secretos bajo Londres y misteriosas autopsias que no tienen explicación. Barby me gana con esta primera lectura.
· Yo compré un castillo, de Ralph Barby. Decidí seguir investigando la narrativa de este autor, y en esta ocasión, nos presenta un planteamiento un tanto surreal y humorístico: una señora viuda sale del bingo con unas libras de más y acaba en una casa de subastas comprando la maqueta de un castillo, cuando ella pensaba que lo que adquiría a un precio absurdo era un castillo real. Lo que ocurre es que la maqueta es realmente un castillo, y en su interior sigue un malvado noble y su alquimista en tamaño diminuto, castigados por un maldición de la que sólo se podrán liberarse de ella con el consiguiente sacrificio de jóvenes vírgenes... que la pobre viuda deberá proveer. Un divertimento que bien podría haber sido una película de Jess Franco, con situaciones de humor, rituales satánicos y jovencitas desnudas corriendo por entre pasillos llenos de telarañas.
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Besando a la muerte, de Ada Coretti. Si Ralph Barby abraza lo fantástico y no pretende en ningún momento ofrecer una explicación racional a los hechos que cuenta en sus libros, Ada Coretti no puede evitarlo. Ya he comentado en alguna ocasión que Ada Coretti es una escritora deleznable: es una versión femenina de Joseph Berna (investigué y creo haberme asegurado de que no era un pseudónimo suyo), en la que hace un uso extensivo del punto y aparte sin ningún sentido narrativo, utiliza constantemente fórmulas del lenguaje oral en sus descripciones, y en general, su idea de escribir es más bien nula. Pero, además, en sus historias sobrenaturales, siempre hay un culpable oculto que devuelve los hechos a la esfera de la racionalidad. En esta ocasión, se trata de una misteriosa novia de blanco velo que va azotando con látigos a las sucesivas novias de un tal Tully, cuando no se lía a hachazos con algunas de sus pobres víctimas. Pero como si fuera un episodio de Scooby Doo, aquí siempre encontraremos una mano negra que ha orquestado todo el tinglado con un propósito. Y este libro no es una excepción. Mención aparte hay que hacer de los párrafos enteros que la autora se autofusila, ¡dentro del propio libro!, y que comenté en un hilo de Twitter (aquí en
La danza de los esqueletos; aquí en
Besando a la muerte). Pero eso no es óbice, como en Joseph Berna, de que se haya convertido de forma automática en una de mis autoras de bolsilibros favoritos, precisamente porque, en este tipo de literatura pulp, cuanto peor, mejor.
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