Algunos apuntes de lecturas recientes que no tienen cabida en mis espacios de reseña habituales.
Visitamos la Biblioteca Pública Can Sales de Palma. Mi objetivo prioritario era dejar una buena pila de libros en la mesa de bookcrossing, fruto de la última revisión y expurgación de mi propia biblioteca (me asombró lo rápido que volaron la mayoría de ellos: viejas ediciones de Tagore, las memorias de Groucho, algún libro de la carrera de Historia de la UNED) y otra gran pila la subí a la sección Infantil/juvenil como donación, principalmente títulos recientes de Kalandraka. Hay que reconocer el gran trabajo que hace esta editorial gallega, sobre todo en la promoción de la poesía para niñ@s, un género muy, muy complicado, con ventas seguramente peores.
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Una de las mejores tiras de la recopilación. |
Allí leí el volumen de Max
Las aventuras de Guillermo y Miguel, una recopilación de la serie de tiras cómicas
Trampantojos que ya habían aparecido anteriormente y al parecer habían sido objeto de una exposición en Alcalá, la tierra del autor de Cervantes. Max es seguramente el autor vivo más importante del cómic español. Mi admiración por él va más allá de todo lo que pueda escribir, y es un honor conocerle en persona e incluso haber presentado uno de sus libros en Palma. A Max le encanta jugar con referentes literarios. En una constante en su obra: por mucho que sus inicios estuvieran en la época de la móvida, la línea chunga, y las revistas de cómic de filosofía punk, Max es un autor cultivado, de múltiples referentes, tanto artísticos, como filosóficos, musicales o literarios. Quizá es una de las cosas por la que más admiro su obra: la capacidad por conciliar alta y baja cultura de una forma tan natural como respirar. En estas tiras, en principio dedicadas a Shakespeare y Cervantes, Max se deja llevar por las anécdotas, así como por la crítica social actual, y crea unas tiras amables, con un humor blanco muy clásico, casi de
TBO. Cuando más brilla es cuando (¿inspirado quizá en el Tom Gauld? Es innegable que ambos tienen intereses culturales parecidos) abre esos trampantojos a la literatura en general, y se lanza a conexiones imposibles pero divertidísimas entre el Quijote y Freud, Beckett y Borges, o Poe y el movimiento galego Nunca Mais. La recopilación es muy breve, y supongo que Max ha seguido haciendo trampantojos, y me dejó con ganas de seguir leyendo. Es más, éste es el tipo de cómic que quiero hacer, y aunque ya lo había leído entero en la biblioteca, lo cogí para revisarlo en casa e inspirarme.
En la sección de infantil/juvenil, mientras mi hija releía con delectación Astérix y Cleopatra por enésima vez, leí también El carter de l'espai, de Guillaume Perrault (Ed. Joventut), un cómic infantil (recomendado a partir de 9 años) sobre un cartero que reparte el correo por el espacio. Al pobre hombre le cambian su ruta habitual y tiene que ir de planeta en planeta, algo que en principio le molesta bastante porque es un hombre de rutinas fijas. Tiene malas experiencias en cada uno de los planetas que visita, hasta que al final se dará cuenta que había prejuzgado mal esa nueva tarea. Cuando lo descubre, ve toda la labor de su día con otros ojos. Curiosa vuelta de tuerca que yo, ingenuo lector que soy, no había visto venir, y que habla sobre salir de la zona de comfort y arriesgarse a hacer cosas nuevas. Es una pena que cómics tan interesantes como éste, editado en 2018, tengan un circuito totalmente diferente al resto; quiero decir, este cómic transita el circuito de librerías generalistas, y seguramente (por cuestiones de distribución que tienen que ver con las editoriales) no llegue a las librerías especializadas.
Y ahora vamos con dos críticas que no me resisto a hacer. Son dos cómics que no me han gustado, pero de los que me gustaría dejar unas líneas por escrito aunque sean para mí mismo, porque mi política habitual es no hablar de aquello que no me ha gustado. El primero es
Perrito contra gatito, de Andy Riley (Astiberri, 2019). Vaya por delante que a mí este autor (
Conejitos suicidas) nunca me ha gustado. En este
Perrito contra gatito se marca unas tiras cómicas sobre... perros y gatos domésticos, un tema que parece que tiene tirón en cuanto a público, pero que no es en absoluto original: a saber, perro tonto, gato listo y maquinador. ¿Dónde lo hemos visto? ¿En
Garfield, en
Ciudadano Can, en los cómics de The Oatmeal, en los cuatrocientos cómics de gatos de José Fonollosa, en los mil mangas que actualmente se venden sobre gatos (
El dulce hogar de Chi, Su majestad el gato, El gato gordo de la abuela, etc.)? Quizá el cómic guste a los afortunados propietarios de mascotas, y eso contando que no hayan leído nunca un tebeo sobre ellas. Para los demás, es un ejercicio repetitivo. Si vas a hacer un cómic sobre este tema, más vale que tengas algo nuevo que decir o que al menos tu pericia al lápiz haga que valga la pena.
Y termino con
Esta mierda me supera, de Charles Forsman (Sapristi, 2019), cómic que pronto tendrá adaptación en Netflix, como la había tenido su anterior
The End of the Fucking World. Ya su predecesora no me había gustado, no por su peculiar y limitado estilo retro de dibujo, deudor absoluto del
Popeye de E.C. Segar y otros artistas de la tira cómica clásica, sino por esa visión de la adolescencia absolutamente negra y desprovista de cualquier esperanza, mezclada con el empleo de una violencia explícita que choca frontalmente con el estilo de dibujo. Sí, seguramente ese efecto es el que el autor busca. Y en
Esta mierda me supera, Forsman vuelve sobre los mismos temas: el
angst adolescente y, sobre todo, el gran drama romántico: el yo, yo, yo. Todo es vivido con una sensibilidad exacerbada, y eso lo representa Forsman con una protagonista, Sydney, que tiene unos poderes psicokinéticos capaces de hacer mucho daño. Se trata de una versión oscura y pesimista de la Eleven de
Stranger Things o de un mutante descarriado de la Academia Charles Xavier. Sydney es una chica de quince años que fuma porros, tiene relaciones sexuales (primera desconexión emocional con el cómic) y acaba de descubrir que le gustan las chicas. Su mejor amiga tiene un novio de mierda, su madre tiene un trabajo de ídem, y su padre volvió de la guerra de Irak como si fuera otra persona. El cómic es una alegoría de la adolescencia como la encrucijada de la vida donde la incapacidad de ponerse en el lugar del otro tiene que solucionarse de forma positiva para la sociedad: si no, las consecuencias son terribles, como en este cómic. Lo dicho: esta mierda me supera.