Hace unos años, al amparo del foro Spanishare, donde conocí a gente como a Kyra, Pierrot, Sentinela o El jabatillo descubrimos el filón que representaba el cine asiático. Fue tanto el interés que generó que nos concedieron un subforo, y, cuando más tarde Spanishare cerró, el testigo lo recogió la página Blow My Eyes, hoy ya cerrada. El caso es que el cine asiático, en aquella época -hablo de hace más o menos... cinco o seis años, quizá más- fue un descubrimiento genial, que nos abrió las puertas a otra manera de ver el cine. Vimos un montón de películas, y, después del deslumbramiento inicial, constatamos que el cine asiático (así, asiático, etiqueta que engloba tantas y tan diferentes filmografías: china, japonesa, coreana, etc.) es como el cine del resto del mundo: capaz de crear tantas obras maestras como soberanas mierdas. Hubo un momento en que pareció -aún hay momentos así- que todo lo que venía de Extremo Oriente tenían que ser peliculones, pero nada más lejos de la realidad. Descubrimos un montón de buenas películas, pero también hubo bodrios infumables (para los cuales hice, incluso, subtitulos, sigh). Pero hoy quería comentar una de las primeras.
Ayer volvimos a revisionar una de mis cintas asiáticas favoritas. Se trata de La ducha (Xizhao), de Zhang Yang, 1999. En ella, Da Ming (el actor Pu Cun Xin) es un hombre de negocios de ciudad, que vuelve al baño público de su familia en su pueblo natal. Su regreso se debe a que él piensa erróneamente que su padre ha muerto. Su progenitor, el maestro Liu (Zhu Xu) y su hermano menor retrasado mental (Jiang Wu), son la contrapartida de Da Ming. Y el contraste entre ellos es notable. Er Ming se encarga del fuego, de las toallas y de juguetear con el agua y los clientes. Padre e hijo menor limpian el lugar al atardecer. Da Ming se ve enfrentado con las tradiciones de su familia y las dos culturas chinas se contraponen en ambas miradas.
La película nos habla del choque entre esas dos concepciones de la vida, la urbana, rápida, estresante, devoradora, y la pausada, tranquila, meditativa vida tradicional. Pero no sólo eso: la relación perdida entre un padre y un hijo será también motivo de reflexión de una película que nos hará reir y llorar.
Da Ming vuelve al hogar reticente. Es un hombre de ciudad que hace tiempo dejó el pueblo y a su padre y hermano para casarse y tener su propia familia. Al principio declina incluso darse un baño y simplemente pegarse una ducha. Pero poco a poco, con el paso de los días, al convivir de nuevo con su padre y su hermano, pasar tiempo juntos en el negocio familiar, constatar la salud de su progenitor, algo irá cambiando.
La ducha es una película sencilla. No ocurren muchas cosas, pero tiene ese ambiente familiar, humilde, que devuelve al espectador la sonrisa. El personaje más entrañable sin duda es Er Ming, su risa inocente ilumina la película y su particular relación con un cliente y su afición por cantar el O sole mio mientras se baña es lo que proporciona el leitmotiv de la cinta. Al final, pese a las inclemencias del destino que sufren los protagonistas, asistimos a una escena final tan bella como tierna, que no explicaré a quién para quien no haya visto aún esta maravillosa película.
Ayer volvimos a revisionar una de mis cintas asiáticas favoritas. Se trata de La ducha (Xizhao), de Zhang Yang, 1999. En ella, Da Ming (el actor Pu Cun Xin) es un hombre de negocios de ciudad, que vuelve al baño público de su familia en su pueblo natal. Su regreso se debe a que él piensa erróneamente que su padre ha muerto. Su progenitor, el maestro Liu (Zhu Xu) y su hermano menor retrasado mental (Jiang Wu), son la contrapartida de Da Ming. Y el contraste entre ellos es notable. Er Ming se encarga del fuego, de las toallas y de juguetear con el agua y los clientes. Padre e hijo menor limpian el lugar al atardecer. Da Ming se ve enfrentado con las tradiciones de su familia y las dos culturas chinas se contraponen en ambas miradas.
La película nos habla del choque entre esas dos concepciones de la vida, la urbana, rápida, estresante, devoradora, y la pausada, tranquila, meditativa vida tradicional. Pero no sólo eso: la relación perdida entre un padre y un hijo será también motivo de reflexión de una película que nos hará reir y llorar.
Da Ming vuelve al hogar reticente. Es un hombre de ciudad que hace tiempo dejó el pueblo y a su padre y hermano para casarse y tener su propia familia. Al principio declina incluso darse un baño y simplemente pegarse una ducha. Pero poco a poco, con el paso de los días, al convivir de nuevo con su padre y su hermano, pasar tiempo juntos en el negocio familiar, constatar la salud de su progenitor, algo irá cambiando.
La ducha es una película sencilla. No ocurren muchas cosas, pero tiene ese ambiente familiar, humilde, que devuelve al espectador la sonrisa. El personaje más entrañable sin duda es Er Ming, su risa inocente ilumina la película y su particular relación con un cliente y su afición por cantar el O sole mio mientras se baña es lo que proporciona el leitmotiv de la cinta. Al final, pese a las inclemencias del destino que sufren los protagonistas, asistimos a una escena final tan bella como tierna, que no explicaré a quién para quien no haya visto aún esta maravillosa película.
2 opiniones:
Me compré está película hace un porrón de años, cuando me dio también por devorar cualquier película con protagonistas de ojos rasgados, y acabo de caer en la cuenta de que ¡nunca la ví! Me llamó la atención pero la fui dejando para el momento adecuado y quedó sepultada entre mis cientos de dvd asiáticos. Qué triste... Le daré la oportunidad que s emerece y ya te comentaré ;)
oh sole mioooooooooooooooooooooooooooooo
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