Qué triste converger en una edad en la que sientes en tus carnes todos los malditos tópicos y te das cuenta de que no eres especial en absoluto. Tus miedos, tus manías, tus obsesiones, las cosas que te maravillan, que odias, que te dan absolutamente igual, todo lo ha sentido ya cada generación anterior a la tuya y ahora simplemente el tiempo te está poniendo en tu sitio. Sería en vano ahora escribir una novela, o un poema, que hable sobre cómo la vejez se cierne sobre uno, o sobre la frustración de la carne propia al contemplar los cuerpos jóvenes: para eso ya tenemos lo que nos dejó Quevedo, Kavafis o Brines. Muchas veces me debato entre la sensación de inutilidad absoluta que tendrían mis palabras, y la imperiosa necesidad de aún así dejar constancia de ellas, porque hace tiempo que sé que esto no lo escribo para nadie más que para mí. Todo otro lector es puramente accidental.
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