De Emilio Carrère, servidor había leído anteriormente
La calavera de Atahualpa y otros relatos, libro editado por Valdemar hace unos años. Allí conocí la obra de este modernista tardío que es Carrère, y que me sedujo con sus historias preciosistas, decadentes y humorísticas. Por eso no pude resistirme a la lectura de
El diablo de los ojos verdes, editado en 2010 por
Salto de Página, un volumen que reúne dos novelas cortas, la que da título al libro y
La rebelión de los fantoches, y una serie escritos breves bajo la cabecera
De almas, brujas y espectros grotescos. Prologa el volumen el experto en fin de siglo Luis Antonio de Villena.
Nos encontramos ante una lectura extática. Carrére, una de las principales voces de la bohemia madrileña finisecular, antiburgués, y profundamente modernista y decadente, es, sin embargo, un autor que ha sido considerado menor y que tan siquiera se menciona en los estudios de literatura. Maldito como sus maestros Rubén Darío, Poe o Verlaine, a quien tradujo en español, parece que en los últimos tiempos empieza a obtener la atención que se merece. Sus páginas están llenas de todo el folclore y el misticismo modernista, de todos los placeres sensuales y decadentes del fin de siglo, de la golfemia, de mujeres de mala vida, de apariciones, de las influencias tóxicas de las sustancias alucinatorias... Un ambiente en el que Carrère se siente cómodo para desplegar su admiración -genuina o no, pero en todo caso desde la fascinación- por lo oculto, lo velado, por el Ideal que como poeta persiguió.
Una de las cosas que más he disfrutado de este libro es de la riqueza del lenguaje que el autor despliega en sus textos. Como buen modernista, la adjetivación de sus narraciones llega hasta la saturación, pero con un estilo elegante e inconfundiblemente fi-de-siecle:
(...) Otros escritores han creado monstruos. Los que zahondan en las pocilgas de la sexualidad, los que analizan y exaltan las desviaciones y las perversidades del instinto, despiertan, vitalizan las larvas de las bajas lujurias, hórridas, viscosas, espeluznantes como las gárgolas que esculpió en piedra la gótica imaginería, esos grotescos seres. (...)
En la primera novelita, nos encontramos con un relato de tintes eróticos y misteriosos, en los que también está envuelta la sombra de la brujería y el terror ancestral de la Inquisición: un extraño caso de posesiones carnales de monjas llevará a un cardenal a investigar qué ocurre en el convento de las ursulinas. Nos encontramos con una novela galante y de tinte claramente estético. La segunda, La rebelión de los fantoches, es considerada por muchos como la más moderna del autor. En cierta forma, así es, porque nos recuerda a un Pirandello o a un Unamuno: un escritor debe afrontar los espectros de sus propias creaciones, que toman vida independiente tras el taumatúrgico acto creativo del autor. La novela, además de jugar con elementos muy modernos como el concepto de personaje rebelándose con su creador, es la excusa perfecta de Carrère para hablar de la naturaleza de las apariciones, y de terminar el relato con un efecto de persecución pesadillesca que seguramente aprendería de su querido Bécquer, no sin una cierta dosis de humor, porque, ante todo, Carrère era un escritor sin temor a añadir esa pizca de humorismo en todas sus obras, y que se agradece. No es el modernismo dramático de la primera época, sino una versión ya más apaciguada y no sé si quizá incluso más irónica consigo misma.
En el resto de escritos, tenemos un poco de todo: podemos encontrar desde los apuntes de lectura (una anécdota visionaria de Cazotte en ¿Está escrito el futuro?), como breves artículos sobre la posibilidad de que Poe hubiera sido un iniciado en el ocultismo, pequeños cuadros naturalistas de episodios macabros de la época (El chato de El Escorial) o artículos entre lo antropológico y la opinión personal (Brujerías), entre otros contenidos.
Se trata de una lectura muy amena, que los amantes del fin de siglo disfrutarán especialmente. El talento narrativo de Carrère es similar al de un mago: fascina, divierte, asombra, pero sin cansar usando demasiadas florituras. Os recomiendo, como lectura afín al estilo Cisne Negro, este El diablo de los ojos verdes vivamente.