Mientras unos periódicos ponen a parir el nuevo trabajo que recientemente inauguró Miquel Barceló en La Seu, (trabajo que, todo hay que decirlo, fue la condición sine qua non que el artista puso para aceptar que se le entregara el doctorado honoris causa de nuestra cutre-universidad), que consiste en una serie de toneladas de barro agrietado con formas posmodernas modeladas a base de puñetazos (art brut, lo llaman. Y tan bruto...), a la vez, esos mismos periódicos ensalzan las maravillas de esa nueva estatua que corona el mirador de Es Baluard, que consiste más o menos en una serie de gigantescos cubos suspendidos en el aire, y que son obra de Santiago Calatrava, el arquitecto que tiene nombre de cruz por partida doble.
Por otra parte, están los otros periódicos que ponen a parir esa monstruosidad posmoderna, metálica y oxidada que preside parte de nuestra fachada marítima, a la vez que cantan las excelencias de la obra de Barceló, convertido en excelso representante de la mallorquinidad al resto del universo (mucho más que la sobrasada o las galletas quely, nuestro pan élfico de viaje) en la Catedral.
Yo personalmente, cuando veo esos mares de tinta correr, y a esos periódicos a los que, por norma general el Arte les suda la polla (sí, así, con esas palabras) defender patrióticamente aquello a lo que están vendidos, me pregunto a qué esperamos para formar un grupo terrorista para volar todo rastro de ese arte posmoderno. Porque mucho Islam, mucha Yihad y mucha tontería, pero nadie se ha parado a pensar el daño que los fariseos del arte están haciendo a la sociedad. Actuemos ya: borremos del mapa a los seguidores de Duchamp o Manzoni. ¡Vamoshombreyaalamierda!
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