7.6.05

El octavo pecado capital

Acidia
"Cuando estás solo en tu celda, a menudo eres atrapado por una especie de inercia, de flojedad de espíritu, de fastidio del corazón, y entonces sientes en ti un disgusto pesado: llevas la carga de ti mismo; aquellas gracias interiores de las que habitualmente usabas gozosamente, no tienen ya para ti suavidad; la dulzura que ayer y antes de ayer sentías en ti, se ha cambiado en grande amargura." Así describía en 1174 Guigues II, el Cartujo, a la acidia o acedia, aunque el pecado hacía ya seis siglos que había desaparecido de la lista de los capitales por obra y gracia de Gregorio Magno que, por lo que parece, no vio muy claro que fuese tan universal como el resto. Por lo que he visto, algunas lenguas la asimilan con la pereza. Santo Tomás de Aquino (nuestro amigo de las cinco vías) también se ocupó de ella en la Summa Teologica.

Acedia
Nuestra sexta lucha es contra el espíritu de la acidia, que está unido al espíritu de la tristeza y con él colabora, siendo éste un terrible y pesado demonio, siempre pronto a ofrecer una batalla a los monjes. Cae sobre el monje en la hora sexta produciéndole desasosiego y escalofríos, causándole odios hacia el lugar donde se encuentra y contra los hermanos que viven con él, así como respecto de su trabajo y de la lectura misma de las divinas Escrituras. Le insinúa también el pensamiento de cambiar de lugar y la idea de que, si no cambia y no se muda, todo será fatiga y tiempo perdido. Además de esto, le dará hambre alrededor de la hora sexta, un hambre tal como no le sucede después de tres días de ayuno, de un largo viaje o de una gran fatiga. Luego hará que surjan pensamientos varios, tales como que no podrá nunca liberarse de tal mal o de tal peso, si no sale frecuentemente visitando a tal hermano, para obtener una ventaja, se entiende, o visitando a los enfermos. Cuando el monje no se encuentra atado por estos pensamientos, lo sumerge entonces en un sueño profundo, tornándose el sentimiento aun más violento y fuerte en contra de él, y no podrá ser ahuyentado si no es por medio de la oración, evadiendo el ocio, con la meditación de las divinas palabras y con la resistencia a las tentaciones. Porque si este espíritu no encuentra al monje defendido por estas armas, lo golpea con sus flechas y lo torna inestable, lo agita, lo torna indolente y ocioso, induciéndolo a recorrer varios monasterios, no preocupándose, no buscando otra cosa más que lugares donde se coma y se beba bien. Porque la mente del acidioso no piensa más que en esto o en la excitación que proviene de estas cosas. Y llegado a este punto, el demonio lo envuelve en asuntos mundanos, y poco a poco lo engancha mediante estas peligrosas ocupaciones, hasta que el monje rechaza del todo su profesión monástica.

Santo Tomás de Aquino nos dice que es "es cierta tristeza que apesadumbra, es decir, una tristeza que de tal manera deprime el ánimo del hombre, que nada de lo que hace le agrada". Tenemos que reivindicar de nuevo la acidia. La abulia fue el mal del siglo. Es el spleen de Baudelaire, el ennui del fin de siglo. Entre esta dolencia y la pura ansiedad, que, hablo como experiencia personal, te atrapa y te cubre con su manto negro de desesperación... ahí está la acidia. Aguardándonos desde su oscuro evo a todos los indolentes de este siglo.

[Fuente principal: Magazine de El Mundo nº 297.]
Enlaces interesantes:
Filokalia · El consultorio de Santo Tomás de Aquino.

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