Quise este año dedicarme a leer más por mi cuenta y no obligado por la tiranía de las novedades, que, aunque no lo parezca, es una esclavitud laboral como cualquier otra, aunque a veces resulte placentera. Pero no lo he conseguido. A decir verdad, incluso he leído menos que en 2019, cosa que ya comentaremos en los posts de balance del año. Qué le vamos a hacer.
Ya en tiempo de descuento, he terminado estas dos lecturas. En primer lugar, Just one more thing, la autobiografía de Peter Falk (Arrow Press, 2008). Presa de la colombofilia que he desarrollado en los últimos meses gracias a la emisión en bucle de la serie Colombo en Paramount Network (resulta que no es una serie como tal, sino una saga de largometrajes rodados a razón de varios por año), me hice con estas memorias del actor. Efectivamente, como reza su contraportada, es un libro ligero, un anecdotario sobre la carrera del actor, contado de forma ágil y deslabazada, lleno de momentos divertidos y extravagantes fruto de 60 años de carrera. Ahora bien, lo compré pensando sobre todo en poder leer detalles relacionados con el teniente, y, por contra, Falk parece intentar distanciarse del personaje por el que se hizo famoso relativizando su peso en esta autobiografía. Efectivamente, sólo le dedica unas 65 páginas de un total de 280. Es legítimo, claro: una manera de declarar que no fue un actor de un solo papel. Relegado al principio de su carrera a interpretar mafiosos, actuó en numerosas películas rodadas alrededor del mundo, de las que me quedo un puñado de títulos para revisar (The Cheap Detective, Anzio) y otras para re-revisar (La princesa prometida, Un cadáver a los postres). Una lectura ligera y anecdótica, pero al menos me ha parecido, durante un rato, estar teniendo una conversación con Peter Falk.
También leí sobre la campana Furari (Ponent Mon, 2012), un Taniguchi que recuperé en algún saldo de Ponent y que había dejado languidecer en la biblioteca, pero la ocasión de venderlo me hizo cogerlo con premura antes de desembarazarme de él. Furari es una obra a medio camino entre El caminante y El gourmet solitario. En ella, el personaje principal es una especie de funcionario retirado de la era Edo que se dedica a la observación astronómica, y que con sus paseos quiere medir distancias para lograr calcular la circunferencia de la tierra. En sus paseos diarios nos hace ver la belleza de la naturaleza y de las cosas cotidianas. Al mismo tiempo que Taniguchi hace un retrato idealizado del Japón del período Edo, una visión poética muy conectada con el arte del haiku, de la depuración de la palabra y su relación con la naturaleza, hace su aparición el elemento de realismo mágico que es costumbre en el autor. En este caso, se trata de una especie de visión a lo El señor de las bestias que el protagonista siente cuando conecta con uno de los animales con los que tropieza en sus paseos, lo que le permite al autor tomar una perspectiva diferente que extraña su propia mirada o la del personaje. Al mismo tiempo original y el típico cómic de Taniguchi, resulta una lectura agradable y zen, de esas que te hacen conectar con lo básico, como es costumbre en este autor.