La idea: el Estado Islámico como enemigo definitivo, no ya de Occidente, sino de la Humanidad. Amparándose en una pretendida visión religiosa del mundo, pretende borrar del mapa, literalmente, todo lo que supone una oposición a su forma de entender la realidad. Niega una visión moderada de la religión musulmana, y niega la existencia, hasta la posibilidad de ella, a todo lo que no esté dentro de sus parámetros, ya sea del pasado o del futuro.
Aterran las imágenes de Nimrud destruida por la perversión de los terroristas, que hablan en términos medievales de culturas infieles, incluso en la cuna de su propia civilización. Llamarlos medievales es incluso ofensivo para aquellas dinastías de omeyas que alrededor del Mediterráneo difundieron la palabra de los sabios griegos e hicieron grandes avances científicos y técnicos, cuando los reinos cristianos eran apenas cuatro feudos de gente ignorante que evitaba darse un baño y cuya máxima idea de medicina consistía en combinar sangrías con oraciones.
Y, por supuesto, después, el terror definitivo, el que estos defensores de su moral tradicional realizan en videos de alta definición y con una puesta en escena que es la envidia de Hollywood. Imágenes de la barbarie más absoluta pensadas al milímetro desde una estética, ¡oh, la ironía! plenamente occidental, donde el terror se hace espectáculo y el espectáculo se rinde al terror. Es la hiperrealidad que anunciaba Baudrillard: empezó en el 11-S, cuando algunos testimonios del derrumbe de las Torres Gemelas a través de la televisión pensaban que estaban viendo una película, y llega hasta este punto, donde los más graves atentados contra la Humanidad son transmitidos como si de otro producto de ficción fuera.
¿Quién va a pararles los pies a estos bárbaros?