· Sweet Tooth (integral 1 de 2), de Jeff Lemire (ECC, 2020). Lemire se ha convertido en uno de los guionistas y autores completos más productivos y populares de los últimos años en el mainstream americano (no sé cuántas veces se habrá escrito ya esta frase); sus trabajos en Marvel y DC, de esta forma encumbrado, le han permitido seguir haciendo otras obras más personales e "indies" por su cuenta o en pequeños sellos. En Sweet Tooth la cosa le funcionó hasta el punto de que le compraron los derechos para una adaptación en Netflix. Leído el primer todo de los dos integrales de la serie, me encuentro con un cómic que respira clichés por todos lados. Lemire ya los ha usado antes (como cuando aprovecha para su propia relectura del género superheroico en Black Hammer. Muy original: después de Alan Moore, de Peter David, de Kurt Busiek, de Grant Morrison, él también tenía que darnos la suya), pero en Sweet Tooth todo funciona a medio gas, como una película de sobremesa de la tele. Ahora vemos un guiño (¿un homenaje, simplemente un lugar común?) a los personajes de tío macho crepuscular de Clint Eastwood, ahora un deje de The Walking Dead, ahora un poco extraña relación paternofilial de The Road de Cormac McCarthy o Lobo Solitario y su cachorro, ahora reciclamos una idea propia (el germen de su Family Tree es lo mismo que esta serie, ¿o fue al revés? No importa porque todo queda en casa)... Y el resultado es la relectura de rigor, supongo, del drama postapocalíptico que se ha puesto de moda en los últimos años. Tampoco podíamos pedirle a este hombre que fuera bueno en todo lo que hace, ¿no?
· Aspirina, de Joann Sfar (Fulgencio Pimentel, 2020). De uno de mis autores favoritos, Joann Sfar ha pasado de ser poco menos que un fraude para mí. De una obra ingente, he leído, creo, la gran mayoría de lo publicado en español, y después del deslumbramiento inicial que me provocó, con sus primeras entregas de El gato del rabino, El profesor Bell, Vampir o Klezmer o sus contribución en los orígenes de La mazmorra, sus cómics me vienen provocando cada vez más aversión. Primero, por su absurda capacidad de ir generando series al mismo tiempo que las abandona por aburrimiento (El minúsculo mosquetero, el del clan prehistórico, cómo era, esperad un momento... Ah, sí, Los viejos tiempos, un solo tomo). Segundo, porque esa estética pictórica de la que ha hecho bandera su estilo (a saber, dibujar a impulsos, olvidarse de una construcción de personajes con rasgos fijos, cambiar bruscamente de grosor de trazo, de estilo, sin que eso responda a ninguna necesidad narrativa, sino solamente al capricho) me enerva cada vez más. En Aspirina, Sfar se saca de la manga dos cacho álbumes de más de cien páginas (¿era así el formato original francés?), publicados aquí en un solo volumen, para hacerle un spinoff a este personaje que habíamos conocido en Vampir, porque parecía que el personaje de la adolescente gótica vampira molaba y podía dar de sí... ¿Pero qué tenemos? Una historia que va a trompicones, y que entiendo que Sfar va realizando a medida que se la inventa, porque ése es su estilo, ésa es su marca de la casa, y que no lleva a ningún sitio. Porque aquí ya Sfar no se pone ya a filosofar sobre la religión, la vida o el arte como en El gato del rabino o en sus series más sesudas, sino que es avanzar por avanzar, y en el segundo tomo, cuando el personaje de Aspirina ya no es más que una comparsa de lo que parece más una partida de rol (¿es aficionado también a rol Sfar? ¿hay algo que no haga? Muchos guiños paródicos a esta afición en este cómic), la trama ya se descontrola por completo. El resultado es que durante casi 300 páginas me he aburrido soberanamente con un Sfar que no sé a qué juega, sin chispa, sin una pizca de interés. El segundo tomo de Aspirina es de 2018 y acaba con un final abierto. ¿Sfar amenaza con más?
· El tatuaje, de Jérôme Pierrat y Alfred (Flower Press, 2020). Enmarcado en una colección llamada La Gran Tebeoteca del Saber, este cómic pretende ser una introducción a un tema de interés popular. Esta tercera, tras el universo y los zombis, nos lleva a un repaso histórico por la trayectoria del tatuaje como manifestación artística. Y aunque el tema resulta muy interesante, y la panorámica es muy completa (desde el hombre prehistórico, pasando por su sentido tribal, la apropiación cultural, la cultura de bajos fondos, y finalmente su "democratización" en el siglo XXI), el resultado es poco ágil. El texto del historiador Jerôme Pierrat se impone al dibujo de Alfred, que hace lo que puede, y lo hace muy bien, pero termina siendo una cantidad tal de información la que proporciona, que la lectura se hace farragosa y aburrida. Desconozco la experiencia que tenga el guionista trabajando con un dibujante, pero comente un error muy básico, y es el de atiborrar de texto cada página, incapaz de renunciar a una parte de la información en favor de la imagen. De esta forma, la obra acaba siendo más un texto ilustrado que un cómic, quizá también por culpa de un formato que deba cumplir (¿número limitado de páginas?). Un tema atractivo tratado de forma algo torpe; quizá sea interesante ver cómo han planteado el mismo trabajo en otros temas el resto de autores de esta serie documental gráfica.