Cuando vi entre las novedades de Paidós el libro ¿Jugamos? Cómo el aprendizaje lúdico puede transformar la educación estuve tentado de pedir un ejemplar para reseñarlo en Papel en Blanco. Pero últimamente se me están acumulando de forma escandalosa las lecturas, de forma que la pila de libros pendientes puede fácilmente alcanzar el metro de altura, así que desistí de hacerlo. En su lugar, pensé, lo compraré yo mismo y lo leeré cuando pueda. De chill, dicen mis alumnos. Hoy me ha llegado y empecé su lectura por aquello de ver qué enfoque tiene.
No he avanzado mucho en su lectura (apenas cuarenta páginas), y en las primeras, su autora, Imma Marín, ya avisa de que espera que el libro resulte inspirador, y que no es su intención que éste sea un recetario de actividades para llevar directamente al aula. Confieso que esto me contrarió en parte, porque en todo esto de las nuevas pedagogías estoy un poco cansado de puntos de vista teóricos y de que intenten convencerme de sus bondades: quiero pasar a la acción, quiero ejemplos, actividades, modelos a seguir, sugerencias, propuestas de trabajo. Pero bueno, vamos a darle una oportunidad, dije.
En el segundo capítulo, cuando la autora se basa en las ideas de Huizinga aparecidas en Homo Ludens (Alianza, 1995), subraya la importancia del juego no sólo como vía de aprendizaje sino como fenómeno cultural. La actitud lúdica, dice, tiene que ver con la capacidad de asombrarnos, con la curiosidad, con las "ganas de"..., con la creatividad (...).
Y he aquí donde el libro me produce un primer electroshock. Va a parecer una tontería, algo traído por los pelos, pero desde hace años, muchos años, a veces me ronda por la cabeza esta frase: "tengo unas ganas de...!", que muchas veces nunca se completa. Muchas veces no, nunca. Tengo esta frase en mente en muchas ocasiones, y es como un pensamiento espontáneo, no sé de dónde viene ni qué quiere decirme. Y encontrarme una referencia directa en el libro... Me ha tocado personalmente.
La autora sigue: Es una actitud ante la vida. Y más adelante: La capacidad de jugar no está en los objetos ni en las actividades que se nos proponen, sino en nosotras mismas [Imma Marín usa el femenino como plural genérico]. Es nuestra capacidad de mirar lúdicamente.
Y entonces todo encaja. Vuelvo a pensar en mí, y me recuerdo yendo de camino al cole (incluso recuerdo la calle y el tramo donde estaba) pensando en los deberes como si de conseguir los anillos de Sonic se tratara. Entonces ya veía los deberes hechos como bonus que me aportarían "puntos" o ventajas. Y pienso en cuando empecé a estudiar Inglés, relativamente ya muy tarde (6º de EGB/Primaria), y cómo me pareció muy fácil porque era como un juego, un juego de misterio en el que resolver los mensajes en clave. Y pienso en cómo me gusta enfocar el estudio del análisis sintáctico como si fuera un juego de encontrar al culpable a base de pistas y de formular interrogatorios. Y pienso cómo, aún ahora, en casa, sigo pensando en términos de bonus a la hora de realizar las tareas domésticas. Así que, sin haber leído una página más del libro, pienso que igual sí tengo esa actitud de juego de la que habla la autora, la he tenido toda la vida. Y que quizá eso pueda usarlo en toda su amplitud algún día en clase si me enseñan cómo he de hacerlo.
Y ya está. Esta era la reflexión que quería dejar por escrito antes avanzar más en el libro y de que se me olvide.